Me desperté muy temprano. Lucía estaba profundamente dormida. Me
levanté de la cama y salí a la sala. La pareja de sannyasins parecía que dormían
todavía también.
Entonces recordé, y salí a la calle decidido a ir en busca de la
mujer de la que me había hablado doña Ofelia.
Había soñado con una mujer que no había reconocido, aunque tuve la
sensación de que era ella. Tenía la capacidad de llevarme a otros mundos sólo con la
mirada. Había viajado dentro del sueño a realidades que ya conocía gracias al hongo, a
la ayahuasca y al sanpedro, y al despertarme sentía no tener energía para recordar. Cada
segundo que pasaba parecía llevarse cantidades enormes de información y recuerdos del
sueño.
Entonces adquirió todo su sentido mis encuentros con algunos hombres o
mujeres de conocimiento durante mis viajes. Ellos también modificaron mi percepción con
su mirada, y me di cuenta de que tenía que estar dispuesto a conocer los mundos que me
hacían descubrir cuando tuviera esa oportunidad, a pesar de que me impusieran tanto
respeto.
Nada más comenzar a caminar sentí que estaba
débil para ir a ese pueblito. Me imponía tanto respeto y miedo lo que pudiera encontrar
allí, que sentí que mis piernas flaqueaban. Cada paso parecía una proeza, y me veía
incapaz de caminar los kilómetros que lo separaban de San José del Pacífico.
Retrocedí, no sé si cobarde o prudentemente, y regresé a la cabaña.
Lucía estaba en la sala, recién levantada. Prem y Satya no estaban. Lucía me dijo que
debían de haber salido.
En cuanto me senté junto a ella, le dije a Lucía que me iba a
Zipolite. No quería dar lugar al arrepentimiento, ya que había tomado la decisión de
continuar sin ella. Sabía que sería más difícil la separación cuanto más tiempo
continuásemos juntos.
- Si llego hoy encontraré todavía a la tribu, y necesito descansar
-dije-. Pienso que en el mar será un buen lugar para reposar y tomar fuerzas antes de
adentrarme en Chiapas.
- ¿No quieres venir conmigo a México? -me
preguntó, con un nudo en la garganta.
- Tengo que ir al sur, no al norte, Lucía, aunque no sepa exactamente
para qué. A estas alturas del viaje no puedo variar mi rumbo por ti ni por nadie.
Lucía tardó unos segundos en aceptar lo que le estaba diciendo, pero
luego dijo:
- ¿Si te doy mi teléfono, me llamarás cuando
vuelvas a ciudad de México?
- Claro que sí. Me siento muy bien contigo, Lucía, pero en este
momento del viaje hay una fuerza mayor que me lleva al sur que la que me llevaría a estar
contigo. Y no quiero que nos encariñemos más. ¿Entiendes?
- Claro que sí, Juanjo. Podría ir contigo a Zipolite, pero sé que
tengo que regresar a mi ciudad. Entiendo que a ti te ocurra igual. Ya volveremos a vernos
-dijo con un poso de tristeza en su voz y en su mirada.
Le di la libreta de mis anotaciones y escribió en ella su teléfono y
su dirección. En ese momento aparecieron Prem y Satya.
Estaban muy contentos después de la noche anterior. Estaban también
muy cansados, por lo que hablamos poco tiempo. Antes de despedirnos me pidieron que les
escribiera a Argentina. Nos dijeron que iban a tratar de aprender a cultivar los hongos
psilocíbicos cuando regresaran a su país.
Prem recordó que quería darme una dirección donde conseguir las
esporas, y fue a por ella. Cuando regresó me di cuenta que era de Seattle. Esta nueva
señal apuntando a esa ciudad no dejó de sorprenderme, y la guardé en mi memoria, para
más adelante.
Tras abrazarnos los cuatro, Lucía y yo fuimos juntos a la casa.
Preparé rápidamente la mochila y bajamos a la cocina. Doña Ofelia estaba allí,
esperándome. Le pagué la habitación, la comida y el té, y antes de salir recordé y le
pregunté por la tribu. Hasta ese momento había dado por supuesto que no habían estado
allí, porque no me había hablado de ellos.
- Hace dos días tomaron el camión. No sé dónde estuvieron. Fueron
más allá de San José.
- Entonces estarán todavía en Zipolite -dije. Eliú me había dicho
que intentarían trabajar allí una temporada.
Me despedí de doña Ofelia, agradeciéndole mucho todo lo que había
hecho por mí, y Lucía y yo salimos a esperar el autobús.
Unos minutos después apareció. Hice señales al conductor para que se
detuviese. Lucía y yo nos abrazamos muy fuerte, y nos dijimos las últimas palabras.
El autobús se detuvo a nuestro lado. Me subí rápidamente cuando el
chófer hizo sonar el claxon, impaciente. Nadie se bajó del autobús, y pronto corríamos
entre las montañas hacia Pochutla, donde me habían dicho que podría tomar un minibús a
Zipolite.
Ya en mi asiento pensé que quizás debía haber esperado a que se
despertase Lucía y haber intentado ir juntos a buscar a la mujer, pero también me dije
que si había actuado así era por alguna razón, y no quise atormentarme. En mi viaje
había cada vez más determinación, aunque todavía fuera algo inestable, y no quería
dar lugar para torturarme una vez tomada una decisión, aunque ésta pudiese ser
equivocada, y aunque esa mañana hubiese comprobado que hay mundos donde, al menos por el
momento, necesitase entrar acompañado por alguien en quien confiase totalmente.
Empecé a pensar que hay lugares donde deberemos penetrar juntos, como
un solo ser, y me pregunté si algún día volvería a ver a Lucía.
Desde la ventanilla vi como pronto comenzamos a
descender. Debíamos de haber llegado al punto máximo de altitud, y sólo bastaba bajar
los kilómetros que nos separasen del mar.
En algunos lugares, junto a la carretera, vi floripondios, y volví a
recordar la miel de hongos de Ramón. ¿Sería el floripondio alguno
de los componentes? También pensé si el hongo "Maestro" tendría alguna
relación con "el hongo de superior razón", pero concluí que no. Lucía había
coincidido conmigo en que el "Maestro" parecía ser el hongo san isidro más
desarrollado, aunque me propuse averiguarlo a ciencia cierta en cuanto tuviera ocasión.
Quizás si llegaba a Veracruz, con Andrés, o en Guanajuato, con María.
Mientras me entretenía en esas reflexiones, una anciana vino a mi lado
y comenzó a contarme historias de su marido. Me dijo que tomaba mucho, abusando de la
bebida y de ella. Su triste vida me conmovió. Me convenció de cuánto nos quedaba por
evolucionar al ser humano, y cuánto sufrimiento inútil existía todavía en el mundo. La
parte destructiva que todos teníamos dentro, con mayor o menor fuerza, parecía
permanecer intacta, a pesar de nuestros deseos de anularla, transformarla, abrazarla o
superarla.
Estuve escuchando a la mujer hasta que llegamos a Pochutla. Allí la vi
alejarse cargada de bolsas, con uno de sus hijos que había venido a ayudarla.
Pochutla me pareció una ciudad sin ningún
interés. Hacía mucho calor, y el ambiente era cargado. Decidí salir inmediatamente, por
lo que tomé el primer minibús que encontré.
En menos de una hora, tras cruzar Puerto Ángel, me dejó en Zipolite.
Y Zipolite me atrajo nada más llegar.
Las construcciones eran bajas, y abundaban las chozas abiertas, con
hamacas de colores bajo los chamizos. La apariencia era la de un pueblo típicamente
costero. Me gustó mucho su atmósfera. Daba sensación de libertad. Había algo que me
recordaba al Caribe.
Crucé el pueblito a lo ancho hasta la playa. Según
lo veía, me atraía más el lugar. Caminé junto a la orilla del mar hacia la izquierda,
hasta el extremo final, donde recordé que Eliú me había dicho que estaba un hospedaje
llamado Shambala. Ahí debía preguntar por Gloria, una mujer estadounidense que
vivía allí desde hace años, y que había preparado ese hospedaje para los viajeros
menos convencionales.
Al llegar y preguntar por ella, me dijeron que no estaba. Me explicaron
que había ido de viaje y estaría unos días fuera. Aún así tomé una habitación en Shambala,
con vistas al Pacífico. La habitación tenía una cama y una hamaca. Podría elegir donde
dormir.
Me alegró la presencia de un mosquitero que me protegería de los
ataques, frecuentes al atardecer en estas latitudes, de esos animalitos a los que tanto
atraigo y con los que siempre he tenido una relación algo hostil.
Descansé en la hamaca, y dormí varias horas. El
sueño fue tranquilo, aunque tuve la sensación de encontrarme con alguien que sólo pude
recordar después.
Me desperté con hambre, pero antes de ir a comer quise mascar las
hojas de la Pastora, que me había dado doña Josefa. Era su rostro el que había
aparecido nítidamente en mi sueño, y al recordarlo me acordé que tenía esas hojas
todavía conmigo.
Me costó mucho trabajo mascarlas todas a la vez. Comencé con trece,
metiéndolas en mi boca una a una, enrolladas. Fue una sorpresa lo difícil que era ir
mascándolas minuciosamente, manteniendo dentro de la boca todas las hojas; primero trece
y más tarde, al no notar demasiados efectos, las otras siete.
Tenía una gran bola de hojas trituradas dentro de la boca cuando
sentí el líquido que había extraído al mascarlas. La retuve todavía unos minutos,
algo reacio a su sabor amargo, y minutos más tarde, cuando pensé que la Pastora ya
habría actuado en mí, la escupí en la papelera que había en una esquina de la
habitación.
Me tumbé en la cama hasta que sentí una vibración muy sutil. Me di
cuenta de que el principio activo de esta planta, la salvinorina, era muy diferente a la
psilocibina, la mescalina o la harmalina. Claramente pertenecía a otra familia, porque no
me eran en absoluto familiares sus efectos.
Tras esperar una media hora salí afuera. No había amanecido hacía
mucho tiempo. La luz no era todavía muy fuerte, unas nubes oscuras amenazaban lluvia.
Bajé a la playa y caminé por la orilla. No había muchas personas en
ese momento. En Zipolite las noches eran largas, y la gente debía de estar todavía
durmiendo.
Al ir caminando sentí que estaba en otra realidad, aunque
paradójicamente no tuviera la sensación de haber abandonado la de todos los días.
Según caminaba por la playa, ocurría igual con la relación con respecto a mi cuerpo.
Estaba y no estaba en él. Durante mi caminar confirmé mi primera impresión de que la
Pastora era algo único, y que sus efectos en nada eran parecidos a los de otras plantas
que había probado.
Al ir remitiendo sus efectos, sentí no haberle pedido más hojas a
doña Josefa. Me hubiera gustado poder probar la Pastora fumada, y comparar su modo de
actuar.
En un momento final el hambre fue insoportable. Bajo un chamizo vi unas
mesas de madera. Aunque no había nadie sentado, vi que las personas que atendían el
lugar, estaban ya en la cocina, al parecer dispuestas a preparar desayunos.
Me senté y pronto vinieron a atenderme. Pedí un jugo de papaya y
cereales. Mientras lo preparaban me dediqué a escribir a Luna, cara al mar. Me encontraba
extrañamente inspirado, quizás a causa de las hojas de la Salvia divinorum.
Sentí que conectaba con ella, y le hablé de mi estancia en Huautla y
en Oaxaca, de mi encuentro con Ramón, de mis descubrimientos, de mis impresiones sobre su
carta, y luego escribí:
Quiero describirte, antes de que se me olvide, mi
ultimo viaje con hongos. Fue anteayer en un pueblito de la sierra llamado San José del
Pacífico. Me alojé en casa de una señora llamada doña Ofelia, que por la tarde me dio
a probar un té de hongos.
Lo bebí con respeto y afecto. Doña Ofelia lo había endulzado con
miel y el sabor era realmente agradable. Me aseguró que en media hora me habría
prendido.
Salí a la calle, pero sentí demasiado frío, y además sabía que la
temperatura me bajaba cuando me hacían efecto los honguitos, así que entré de nuevo en
la casa y subí a la habitación. Doña Ofelia no estaba ya en la cocina.
Cerré la puerta y me tumbé en la cama a esperar los efectos del té.
Escuchaba la cinta de la tribu. El sonido de la percusión contribuyó a elevar mi
conciencia de una manera inexpresable.
A los veinte minutos comencé a ver una figura en la pared. En una de
las manchas empezó a transformarse en una mujer. Al principio vi su cara, y más tarde
todo el cuerpo. No la reconocí, pero era alguien que de algún modo me resultaba
familiar.
Cerré los ojos, y entonces vi figuras de todo tipo, más como dibujos
animados que como la realidad fotográfica de la mujer de la pared.
Sentí que los efectos iban aumentando. Sentí también que la
percusión iba construyendo las imágenes. Era como si los sonidos fuesen capaces de
formar un mundo.
En un principio era un mundo caribeño, donde mulatos y mulatas
bellísimas tocaban y bailaban al ritmo de la música. Más tarde ese mundo se transformó
en otro donde la misma música era la que de un grupo de nativos, que sentados en círculo
fumaban tabaco en una pipa mientras las manos de algunos golpeaban las pieles de sus
tambores.
Eran familiares para mí, ya los había visto en otras ocasiones. Unos
minutos después estaba con ellos. Parecía haber dejado la cama, San José del Pacífico,
e incluso México, para entrar en su círculo. Cuando el tabaquito llegó a mí, sentí su
sabor inconfundible y su poder. Fue como un viaje dentro de otro.
Ni siquiera sé donde estuve. Era un mundo con ninguna de las
características de lo humano, sin luz, pero sin oscuridad; sin sentimientos humanos pero
no carente de sentimientos; una realidad tan desconocida para mí que ni siquiera puedo
llegar a describir.
Ignoro cuando «tiempo» estuve ahí, sólo recuerdo que «después»
estaba otra vez con los nativos. Me explicaron que había estado con ellos alguna vez, y
me mostraron cómo esta vida de Juanjo viajero, aprendiz de guerrero y escritor sólo era
una más.
De alguna manera entré en el vientre de una de las mujeres del
círculo y me sentí dentro de ella, flotando en su matriz. Sentí la enorme energía de
ese lugar, pero no me sentía yo. Más tarde nací, y crecí, y lo más sorprendente es
que a la misma hora, en la habitación de al lado, una chica mexicana que todavía no
conocía estaba viviendo lo mismo.
A la mañana siguiente nos conocimos físicamente y estuvimos juntos,
llegando a dejar de ser dos para llegar a ser uno en esa realidad también, como si
nuestra experiencia común hubiese sido el preludio del encuentro.
Y ésa es la palabra. Me
encuentro en un momento del viaje donde siento que estoy ya con un pie en el mundo de los
naguales, al mismo tiempo que permanezco en el mundo de los hombres normales. No sé si en
algún momento entraré totalmente, con todas las consecuencias, pero siento miedo a
hacerlo. Miedo a perder la seguridad de este mundo, y miedo también a perder la sobriedad
y la libertad. Ya sabes lo que me ocurrió al final del viaje a Sudamérica. Entré en un
mundo que en esos momentos era demasiado poderoso para mí, y pude enloquecer.
Siento que la energía que necesitamos para entrar con sobriedad y
cordura en el mundo de los naguales es enorme, y hacerlo sin temple y sensatez, es aún
más peligroso que permanecer atrapado en los enredos de esta realidad toda la vida.
También hay algo más profundo. Aunque reconozco que tengo miedo,
tampoco estoy seguro de querer entrar en su mundo y digamos, quemar las naves. Ese mundo
me parece demasiado a menudo mórbido y sombrío. Hay en él mucho poder, pero falta
situar el corazón en el centro.
Hoy persiste la secuela de la decadencia de estas culturas. Si los
españoles lograron conquistar tan fácilmente estas tierras, fue porque sus dirigentes,
quienes supuestamente debían de haber sido los guardianes de la sabiduría, no tenían ya
ningún vínculo con el espíritu.
Sé que debemos encontrar nuestro propio modo de seguir el camino del
guerrero, o cómo queramos llamarlo, en nuestras sociedades occidentales, y caminar, sin
miedo pero con prudencia y respeto, desde ahí.
Tras leer tu carta sentí que estábamos haciéndolo esta vez de una
forma más lucida y valiente, y siento que podemos ir más allá.
Ver los miedos de las personas a quienes aterra el nagual, nos puede
ayudar a ver los nuestros, porque quienes no tenemos tanto miedo a entrar en realidades
desconocidas, tenemos otros miedos, como perder la claridad, la sobriedad, la paciencia o
la comprensión de nuestros semejantes.
Somos seres multidimensionales, y cada vez somos
más conscientes de ello. Tratar de vivir en todas las dimensiones del ser humano de una
manera equilibrada y armoniosa es ahora uno de nuestros retos. Encontrar el equilibrio
entre esas vidas ha de formar ahora parte de nuestro intento. Ni vivir solo en un mundo
unidimensional, ni permanecer alejado de la tierra. ¿Cómo decirlo? Mantener un ojo en el
suelo y otro en las estrellas.
El águila vuela en el cielo, pero no pierde la conexión con la
tierra. Eres mujer, y eso te une más a la Tierra, y te sitúa en una posición de
privilegio. Intenta, intentad, porque sois muchas, aprovechadla.
Estar y ser en el más allá y en el más acá, simultáneamente y con
igual intensidad y plenitud, vivir en el cielo y en la tierra, ser capaces de volar y
estar conectados a Gaia, sentir los pies enraizados en la tierra, y tocar el infinito con
nuestras cabezas. Ése es, y sobre todo será, uno de nuestros mayores desafíos.
Ya te he dicho que tengo la sensación de que me
encuentro en un momento del viaje muy importante. No quiero perder la claridad, y tampoco
quiero detenerme ante lo impresionante de lo desconocido. Y ahí conecto con tu propio
viaje.
No me han extrañado tanto tus experiencias. Cuando nos veamos ya te
contaré en toda su profundidad y consecuencias las que estoy viviendo aquí, y verás
cómo también podrías llamarme loco a mí, si te encerrases en un punto de vista
puramente racional.
Alguien exclusivamente racionalista tendrá que explicar nuestras
experiencias, o las de miles de personas (algunas de ellas las voy encontrando a lo largo
del viaje, como sucedió con Lucía), que viven experiencias extraordinarias, es decir,
fuera de lo ordinario. Si intentara honestamente darles explicación, se encontraría en
la misma situación que nosotros: intentando investigar otros planos de la conciencia,
reconociendo nuestra actual ignorancia, mostrando humildad ante nuestro desconocimiento de
la complejidad, y al mismo tiempo, sencillez del universo.
Me preguntas por mi visión actual del chamanismo.
Mi interés por el chamanismo sabes que nació por ser quizás el más antiguo de los
sistemas que la humanidad ha elaborado para entrar y conocer otros planos de la realidad.
Tal y como comprobé en Sudamérica, y estoy corroborando ahora en
México, las plantas y hongos sagrados han cumplido y cumplen un papel básico en el
chamanismo, y mi interés se centró en ellas, más que en los propios chamanes, sobre
todo desde que tuve oportunidad de tener acceso a ellas. Me sorprendió agradablemente la
efectividad de las plantas chamánicas a la hora de hacerme penetrar en dimensiones no
ordinarias de la realidad. Ellas me llevaron adonde quería ir de una manera rápida y
eficaz, algo que ni las diversas técnicas de yoga y meditación, ni técnicas chamánicas
que no se sirven de los enteógenos, habían conseguido.
Ahora pienso que todas estas técnicas no son incompatibles sino
complementarias. Los mejores psiconautas que he conocido han practicado previamente la
meditación y otros medios de entrar en otros estados de conciencia.
La meditación da una buena base para desde ahí, internarse gracias a
los psiquedélicos en mundos a los que sólo se accedería sin ellos, en el mejor de los
casos, tras muchos años de práctica disciplinada.
Ahora estoy comprobando in situ la complejidad del chamanismo. Aquí en
México se puede comprobar cómo se han utilizado y se utilizan todavía los hongos
psilocíbicos y las plantas sagradas, y pienso que podemos aprender mucho de los hombres y
mujeres que han dedicado toda su vida al estudio de su uso, llegando a conocerlas en
profundidad.
Estando aquí me extraña el rechazo a las plantas de poder, incluso
por quienes dicen conocer y practicar el chamanismo; y me extraña que se unan de hecho a
personas y sistemas de creencias de las que estas personas, supuestamente, están
totalmente alejadas. Entiendo que prefieran usar otras técnicas chamánicas, pero no que
intenten desprestigiar una práctica milenaria, haciéndoles el juego a los enemigos de la
libertad, a las fuerzas del miedo, la ignorancia y la destrucción.
Me parece aún más lamentable la hipocresía de quienes tienen
encuentros con las plantas chamánicas en su vida considerada privada, y más tarde en su
vida pública, sean libros, talleres o conferencias, se oponen con fuerza a ellas. Del
mismo modo me parece una actitud penosa la actitud de personas que confiesan haberlas
utilizado, y admiten que les resultaron de utilidad, mientras ahora tratan de desaconsejar
o impedir su uso por otras personas que podrían beneficiarse de ellas, tal y como ellos
hicieron, en lo que parecen considerar en la actualidad "pecados de juventud".
Otra vertiente muy interesante de tu carta es tu
explicación sobre las líneas Ley y tu visión de los lugares de poder como lugares de
entrada a otros mundos y realidades. Hasta ahora el que más me ha impresionado es Monte
Albán, pero estoy a punto de ir a Palenque, y allí espero tener acceso a esa energía de
la que hablas, y que ya tuviste la oportunidad de percibir.
Comencé a sentir más hambre y dejé de escribir.
Parecían haberse olvidado de mi pedido, y me levanté a recordárselo a la muchacha que
me había atendido.
Al regresar a la mesa, vi llegar a algunos miembros de la tribu. Me
dijeron que iban a bañarse al mar. Hablamos unos minutos, y cuando acababan de irse
apareció Claudia.
Nos abrazamos como si hiciera mucho tiempo que no nos viéramos, y se
sentó conmigo. Me dijo que estaba hambrienta. Le advertí lo que tardaban en preparar el
desayuno, pero me dijo que esperaría, y pedimos otro desayuno.
Comenzamos a hablar de la última parte de nuestros viajes. Hablamos
con total sinceridad y comprensión. Nos pareció increíble poder comunicar y conectar
tan abiertamente, sin el más mínimo problema. Los dos coincidimos en que era hermoso ser
capaces de sentir y de poder vivir así.
Aunque los efectos más intensos de la Pastora sólo se habían
prolongado unos minutos, me había dejando un sutil estado que se diferenciaba del
ordinario, y esos efectos finales de las hojas de la Pastora se confundieron de una manera
muy intensa con las sensaciones provocadas por el reencuentro con Claudia, haciéndome
percibir todo de una manera muy hermosa por su peculiaridad.
Mientras de despedía de la Pastora, devoramos con avidez los desayunos
cuando finalmente nos los trajeron, y al terminar de comer fuimos a caminar por la playa.
***
Pasamos el día de una manera sencilla y tranquila.
El tiempo pasó rápidamente. Nos sorprendió cuando nos dimos cuenta de que estaba
atardeciendo y había comenzado a llover. No había casi nadie en la playa.
Nos sentamos a ver el atardecer en un extremo de la playa, a pesar de
la lluvia, que era leve y apenas nos molestaba. Permanecimos en silencio, mirando al
horizonte, admirando los reflejos de la luz de esa hora en el agua y el cielo del
Pacífico.
Inesperadamente, Claudia me dijo que quería contarme algo muy extraño
que le había sucedido.
- Me dijiste antes que vos habías estado en San José del Pacífico.
- Sí -respondí.
- Yo me uní a la tribu en Oaxaca, el mismo día que te conocí, y como
sabés me fui con ellos a San José, aunque estuve tentada de esperarte...
Claudia hizo una pausa, antes de continuar
- Pero no sabía dónde estabas, y al mismo tiempo, sabía también que
nos veríamos pronto, como ha sido -y acercó su mano a la mía; yo sonreí también, y
estrechamos nuestras manos, en un gesto que sólo nuestros ojos explicaron totalmente.
- En el colectivo venía mucha gente -continuó Claudia, tras un tiempo
sin palabras-, y antes de llegar al pueblito, una mujer muy extraña se bajó. No sé muy
bien por qué, nosotros nos bajamos también.
- Por eso no os vería doña Ofelia; le pregunté por vosotros y me
dijo que sólo os había visto al iros -la interrumpí.
- Sí, salimos ya de San José al día siguiente -dijo-. Estuvimos con
esta mujer, porque al vernos junto a ella, nos ofreció habitaciones en su pueblo, y nos
dijo que nos daría unos honguitos muy buenos. Caminamos hasta allí con las mochilas y
los tambores, y llegamos a una aldeita de nada. Entramos en su casa y nos acomodamos
allí. Hasta ahí todo normal.
- No tan normal -dije yo-. Yo vi en el autobús a una mujer también
muy extraña, e hizo lo mismo, bajarse un poco antes de San José. Debe ser la misma
mujer. ¿Cómo era? -pregunté.
Claudia la describió, y su descripción coincidió totalmente con la
mujer que yo había visto, y que tanto me había perturbado.
- Pues escucha lo que pasó. ¿Me creerás? -me preguntó algo
preocupada, manteniendo su mirada limpia y sincera.
- Claro -dije-, cuenta lo que ocurrió, fuera lo que fuese. Aquí en
México hay que quitarse los prejuicios racionales de enmedio rápido -añadí, intentando
darla confianza.
- ¿Verdad que sí? -me preguntó recuperando la alegría.
- Yo al menos trato de escuchar y observar, y mientras, suspender el
juicio. Ya habrá tiempo para usar la razón en su momento y su lugar.
Entonces Claudia se decidió a contarme lo que había visto.
- Al hacerse la noche, estábamos todos en su casa, solos. Estábamos
tocando cuando ella entró en la casa y nos dijo que había traído unos hongos muy
buenos, y que si queríamos probarlos. Todos dijimos que sí. Entonces se fue a la cocina
sin decir una palabra más, e hizo una infusión con ellos.
- ¿Cómo eran? -pregunté.
- No sé, no llegué a verlos bien, pero eran grandes.
- Debían ser los "Maestros" -dije, y le expliqué lo que
doña Ofelia me había contado sobre ellos.
- Pues todos bebimos -continuó Claudia-. Todos los demás se tumbaron,
cerraron los ojos y allá se quedaron, pero yo quería salir afuera. No me sentía mal
allá dentro, pero salí de la casa, y fue entonces cuando la vi.
Claudia se detuvo antes de proseguir. Me miró, tomó aire y volvió a
hablar.
- Allá afuera estaba la mujer, que había salido después de darnos
los hongos. Estaba algo lejos de la casa, entre unos árboles, sin hacer nada. Ella no me
vio, y yo me senté junto a la puerta de la casa, apoyada en la pared. Cuando volví a
mirar, observé que la mujer estaba en lo alto de un árbol. Yo sólo había quitado la
vista unos instantes de ella, y me extraño cómo pudo subir tan rápido a la copa el
árbol, y más con su edad, pero allá estaba.
En ese momento Claudia dejó de mirarme. No parecía poder continuar.
Entonces bajó la mirada, y siguió hablando mientras se abrazaba las piernas y miraba sus
pies.
- Me asusté mucho porque vi algo increíble. Terrible. La mujer
pareció incendiarse y en cuestión de segundos lo que vi fue una bola de fuego. Dudé si
era el efecto de los hongos, pero lo más sorprendente es que cuando entré en la casa
asustada, ella estaba allí, sentada muy seria entre los otros, que todavía estaban
tumbados, muy prendidos.
»Me asusté tanto que volví a salir. Me daba miedo estar allá con ella.
Caminé como si hubiera sufrido un "shock" y me encontré a un vecino, un hombre
mayor. Me preguntó si estábamos en la casa de esa mujer, le respondí que sí. El hombre
me dijo que tuviéramos cuidado con ella, que esa mujer no dormía nunca, ni comía, que
era muy extraña, aunque dijo que a los vecinos no les importaba porque sabía curar, y
siempre acudían a ella.
»El hombre me dijo que ahora volvía de trabajar en la milpa, aunque me
sonó muy extraño, por la hora y porque aquello era pura montaña. Si tenían una milpa
allí debía ser muy lejos.
»Bueno, tampoco le di mucha importancia, y cuando estuve recuperada volví a
la casa otra vez. Entré y allá estaba otra vez la mujer, también muy seria, sentada
todavía, aunque ahora parecía más joven.
»Yo estaba tan cansada que me tumbé y cerré los ojos. No sé que me pasó,
pero minutos después me sentí como derretida por dentro. Era un placer muy grande y me
sentía muy bien. El susto se había disuelto totalmente. Era mucho placer el que sentía,
algo exquisito, pero al mismo tiempo, me daba miedo que todo eso me pasase con esa mujer
allí. No sabía quién era, y comencé a pensar que era una bruja. En ese momento sentí
una mano en mi mano. Era ella.
Claudia volvió a mirarme. Sus ojos estaban muy abiertos. Su expresión
me conmovía.
- Me preguntó si me encontraba bien. Su mirada era muy bondadosa, me
recordó la de mi abuela. Le respondí pidiéndole que me dijera quién era. Me dijo que
era una humilde yerbera, y después de tomar unos segundos mi mano salió otra vez afuera,
convencida de que me encontraba bien.
»Yo esperé unos minutos y me animé a mirar por la ventana. Sentía una
gran curiosidad por esa mujer. La vi hablando con el hombre que me había encontrado yo
antes. No te hacés idea del miedo que sentí al verles allá a los dos, parados, uno
enfrente del otro.
»Entonces sucedió lo más increíble. Te prometo que lo vi tal y como te lo
cuento ahora: se apartaron, dieron un salto y en menos de un segundo estaban de nuevo en
el árbol en que antes había estado la mujer. Pero ahora no eran personas, eran dos
animales. Me parecieron búhos, aunque estaban muy lejos para saberlo con certeza. ¿Vos
que pensás, que estoy enloqueciendo?
- Mira Claudia. He oído cosas increíbles de los naguales de México.
De hecho nagual significa para mucha gente de aquí, alguien que se convierte en animal.
Yo no lo he visto nunca, pero sí he conocido a gente que asegura ser capaz de convertirse
en animal, y conocí una mujer en Huautla, que aunque los criticara, admitía su
existencia.
Claudia estaba asustada todavía.
- ¿Quién sabe? -continué-. Hay que admitir que existe el misterio.
No podemos entender todo lo que estamos viviendo en este país.
- Yo lo vi, Juanjo -en su mirada había todavía una total sinceridad,
incluso ahora parecía mayor, más madura.
- ¿Y estás segura de que lo que viste sucedió en esta realidad más
material, y no fue una visión? -pregunté, midiendo mis palabras para no ofenderla.
- Sabés -me dijo sin el menor asomo de molestia-, eso es lo que
quería contarte ahorita. Sucedió algo muy curioso, y que realmente es lo que me ha
conmocionado, porque me ha obligado a pensar que lo que vi fue real acá también.
»Cuando estaba mirando aquellos dos búhos, la rama en la que estaban
posados se rompió, y ellos salieron volando hacia arriba y se perdieron entre las copas
más altas de los árboles. Debido a la falta de luz ya no les vi más. En ese momento
sentí mucho sueño y me dormí. A la mañana siguiente cuando desperté, la mujer no
estaba, y los de la tribu seguían durmiendo. Yo salí afuera, sin saber en realidad por
qué, fui hasta el árbol, y allá abajo había una rama rota.
- ¿No sería otra rama? -pregunté, ya sin temor a molestarla.
- No. Era muy grande, y era la misma -respondió con rotundidad-. En el
árbol se veía claramente de dónde había caído. Cuando regresé adentro, los demás
habían comenzado a despertarse. Nos lavamos, y como en la casa no había comida y la
mujer no estaba, fuimos hasta San José para desayunar. Desde allí nos vinimos a
Zipolite. Yo todavía estaba asustada y sentía un fuerte deseo de dejar esa zona.
Estuvimos callados unos segundos. Claudia esperaba que yo dijese algo.
Antes de que el silencio fuese insoportable, confesé:
- No sé qué pensar, Claudia, no sólo de tu experiencia, también de
las mías. Yo también he vivido cosas increíbles. En este viaje en México estoy
intentando conocer un mundo que para mí es bastante desconocido, y aunque a veces no sepa
muy bien qué terreno piso, estoy intentando entrar en él y conocerlo, pese a que, la
verdad, no me he atrevido a dejar de tener un pie en éste mundo de carne y hueso.
Claudia empezó a temblar. Le pregunté si tenía frío, pero me dijo
que no era frío. Me cogió la mano y añadió:
- Me hace bien sentirte. Todavía estoy asustada de lo que vi.
- Me parece que ni tú ni yo estamos preparados para entrar en ese
mundo con todas las consecuencias, porque no estamos dispuestos a quemar las naves, y
quizás hacemos bien, cómo le decía a la amiga a la que estaba escribiendo esta mañana.
»No tenemos miedo para tomarnos unos honguitos, pero sí para enfrentarnos a
cosas tan extrañas e inquietantes para nosotros como la que viviste tú, sobre todo
porque no sabemos a dónde nos pueden llevar. Estos naguales parecen más que humanos.
Tienen unas capacidades extrañas. Los vecinos dicen que no duermen o comen, y cuando me
dijeron que algunos de ellos no mueren...
- Ay, calla Juanjo -me interrumpió-, que me entra el miedo otra vez.
Claudia y yo nos abrazamos, como dos niños
temerosos ante la oscuridad. También yo, allá en la playa, de noche, hablando de esas
cosas, había comenzado a sentir un extraño desasosiego.
Mientras abrazaba a Claudia sentía su miedo. Sentía cómo todo su
cuerpo estaba temblando, y cómo el mío estuvo a punto de contagiarse. Hubo un momento en
que sentí que o el miedo me penetraba a mí, o la calmaba a ella. En el ultimo instante
la serenidad comenzó a entrar en ella, y el miedo a alejarse de mí.
Claudia comenzó a tranquilizarse poco a poco. Le dije que fuéramos a
la orilla de la playa. Allí, con nuestros pies en el agua, sintiendo las olas en ellos,
volvimos nuevamente a la tierra y el mar.
Tras jugar unos minutos con el agua, nos sentamos de modo que nuestros
pies continuasen acariciados por las olas. Claudia comenzó a hablar otra vez:
- Yo sinceramente intento abrirme a otros mundos de una manera más
gradual. Los honguitos me parecen una buena cosa. Me hacen sentirme bien, segura, aunque a
veces las sensaciones que me provocan sean desconocidas, porque pienso que es un mundo
donde tengo cierto control. Pero de verdad, Juanjo, estas personas me dan miedo.
- Lógico -dije-, ¿a quién no?
Claudia no estaba ya asustada, pero sí conmocionada. Sus ojos
permanecían muy abiertos.
- No sé si el nagualismo me desborda -dijo-. Además de los honguitos,
he conocido otras formas de experimentar lo desconocido más sutiles y agradables.
- ¿Como cuáles? -le pregunté.
- En Uruguay, una amiga mía trajo esencias florales de orquídeas del
Amazonas. No son como los honguitos. Digamos que son más finas y precisas, pero efectivas
también. Son válidas si ya has abierto tu percepción a otras energías más sutiles.
- ¿Podrían servir como una iniciación a los hongos? -pregunté.
- Si la persona que los toma está preparadas para ellas, sí
-contestó-. El problema es que si estás demasiado encerrado en tu realidad, limitado al
puro mundo de la materia, no vas a percibir sus efectos. En cambio los honguitos actuarán
sobre ti, lo quieras o no; siempre, claro está, que la dosis sea suficiente para moverte
y sacarte de tu mundo limitado. Eso depende de tu constitución, tu miedo, tu capacidad de
soltarte y entregarte a la experiencia, etc.; pero todo el mundo tiene una dosis efectiva.
¿Qué pensás vos?
- Me parece que sí -respondí-, pero quien les tiene miedo o a quien
le producen rechazo, no los va a tomar, y si acaso se atreve a tomar unos honguitos,
querrá probar sólo unos pocos.
- Yo tengo algunos amigos y amigas a quienes les vendría muy bien
tomar una buena cantidad de honguitos, pero dicen que tienen miedo a perder el control.
- Su ego tiene miedo a perder el control -dije-, pero no les vas a
obligar a nada, ¿no? Si están tan cerrados en su realidad y quieren salir de ahí,
necesitarían una experiencia que les tambalease, pero ése es su problema; cada cual ha
de hacerse responsable de su propia vida. Mientras nos dejen vivir a nosotros como hemos
elegido vivir...
- Todos los chavos y las chavas de la tribu -dijo Claudia-, y todas las
personas con las que he tomado hongos desde que llegué acá, hemos tenido buenas
experiencia con los honguitos. Yo no me asusté por los hongos sino por lo que vi, y lo
hubiera visto sin ellos, e incluso hubiera sido peor.
- Toda la tribu fuma mota -dije-, y la mota de México es muy fuerte.
Eso les ha acostumbrado a otras percepciones. La mota les ha preparado para los hongos.
Aunque tienes razón, el mundo de los hongos no es tan peligroso como piensa mucha gente,
y permite ir adentrándose en él poco a poco, tomando una dosis baja al principio. Cada
cual puede ir elevándola según vaya pensando que está preparado para más. Lo
importante es tomarlos de forma adecuada, con respeto pero sin miedo.
Me volví a escuchar diciendo esas palabras, y me pregunté cuantas
veces más necesitaría escucharlas yo mismo.
- Mi madre por ejemplo -dijo Claudia-, fue una luchadora política en
los setentas en Uruguay, y todavía lo es a su manera, ahora que se está abriendo a estas
cosas; pues bien, tiene miedo a probar los honguitos, incluso a que los tome yo. Le
escribí una carta hace poco hablándole de mis experiencias, y el otro día recogí su
respuesta. Estaba muy asustada. Yo le decía que le haría bien probarlos, y ella me
respondió que jamás querría perder la cabeza de esa manera.
- Ese miedo a perder el control y la cabeza paraliza a mucha gente
Bapoyé-. No se dan cuenta de que se trata de expandir nuestra conciencia, que está
realmente limitada. Al no entrar nunca en otros estados de conciencia lo que están
perdiendo es otras cosas, no la cabeza. Están dejando de conocer una parte importante de
las posibilidades de la experiencia humana. No concebirían renunciar a conocer el sexo,
pero sí aceptan renunciar a conocer otras percepciones de la realidad.
- Esto de la conciencia me interesa mucho -dijo Claudia-, y ser capaz
de sentir la energía, otras clases de energía más allá de lo habitual.
- El proceso de evolución es eso para mí -dije-. La evolución va de
la energía inconsciente a la energía consciente, y nosotros somos, cada vez más,
energía consciente de sí misma.
- Me parece que tenés razón -dijo Claudia-. ¿Es lo que estamos
viviendo ahora?
- El proceso que sentimos que estamos viviendo intuimos que finalizará
al llegar a ser energía plenamente consciente de sí misma.
- ¿Es lo que llegaremos a ser? -preguntó.
- Yo no lo sé a ciencia cierta -confesé-, pero me parece que sí.
Cada vez descubro más dimensiones en la conciencia. Hace unos días conocí un hombre que
me dijo que sabía quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos, pero no me lo quiso
decir.
Entonces Claudia respondió, como si las palabras vinieran sin
pensarlas a su cabeza:
- Venimos de la energía, somos la fuerza, y vamos hacia la conciencia.
- Es una buena respuesta -respondí.
A partir de ese momento dejamos de hablar. Permanecimos allí en la
orilla, sintiendo el viento, las olas y el mar, la arena, el olor de la sal, el frescor de
la noche. Luego caminamos por la orilla, antes de irnos a Shambala.
***
El día siguiente Claudia y yo estábamos
desayunando juntos, cuando vimos a Dan, sentado frente a la cabaña en la que se alojaba
la tribu, tocando su yambé, su inseparable compañero.
Dan era otro de los miembros de la tribu. Provenía de California,
aunque visitaba México con frecuencia. Habíamos hablado un poco en la terraza del hostal
de Oaxaca, pero no habíamos llegado a profundizar en nada, ni a hablar más que un poco
sobre nuestros viajes por este mundo. Aunque no nos habíamos conocido allí, había
vivido en Granada, donde había aprendido castellano, idioma que había llegado a dominar
perfectamente.
Claudia y yo nos acercamos a la orilla y nos sentamos junto a él.
Estuvimos bastante tiempo escuchando la música. Claudia permanecía con los ojos
cerrados, tumbada, y su cuerpo parecía más leve.
La percusión una vez más golpeaba rítmicamente durante mi viaje,
vinculándome al corazón de la tierra. Estos sonidos parecían señalarme la importancia
de ese vínculo, cada vez que me acercaba peligrosamente al mundo de los naguales, un
mundo que salvo que hablásemos de él, parecía muy lejano en aquel lugar junto al
océano Pacífico.
Cuando Dan pareció cansado, y sus manos necesitaban un descanso,
Claudia, que también se había dejado llevar por el sonido del yambé, le preguntó por
qué pensaba que la música rítmica nos afectaba de una manera tan poderosa.
- Este lugar es muy especial -respondió Dan-. Entre el mar y la tierra
hay mucha energía, demasiada para percibirla, incluso; los tambores transforman esa
cantidad enorme de energía en algo asequible para ti. Por eso puedes subir mucho cuando
encuentras tu ritmo. Tu vibración cambia, y te elevas.
Una vez dijo esto, continuó tocando hasta que volvió a cansarse y
comenzamos a hablar de nuestras experiencias en México.
- Mi primera experiencia fue en Huautla de Jiménez, con los honguitos
-nos dijo Dan-. Era 1987, yo tenía 20 años, y transformó mi vida para siempre, porque
me enseñó cómo al modificar en algo nuestro cuerpo, cambia nuestra conciencia. Las
sustancias actúan en nuestro cerebro y lo modifican durante unas horas. Los tambores
cambian también nuestro cerebro, porque cambia nuestra vibración, en todo nuestro
cuerpo, incluida la cabeza.
- ¿Son algo complementario, no? -preguntó Claudia
- Por supuesto. Por eso debemos combinarlas. Las sustancias actúan en
nuestras mentes y nos abren el corazón. La percusión afecta al corazón y por tanto
actúa en la mente humana. México es un lugar perfecto para mí. Encuentro distintas
plantas y hongos con los que expandir mi conciencia, y también ritmos diferentes que,
indiscutiblemente, también la expanden.
Comenzó a tocar de nuevo y dijo:
- Los honguitos y el yambé son buenos compañeros.
Dan entremezclaba la música con sus palabras. Nos hablaba de sus
viajes. Nos dijo que había venido a México para estudiar sobre el terreno los ritmos de
los pueblos indígenas, interesado en compararlos con los ritmos de los nativos de Estados
Unidos. También le interesaba comparar estos ritmos ancestrales con ritmos propiamente
occidentales como los del rave.
Estaba convencido de que los ritmos del rave cumplían en la
sociedad occidental el mismo papel que los ritmos tradicionales en las sociedades nativas
de todo el mundo.
- En primer lugar -nos dijo Dan- el ritmo significa un encuentro con
todo: contigo mismo y con tus semejantes, con la tierra, con el aire y con el mar.
También nos enseñan sobre nosotros mismos y nuestras capacidades. La percusión o el rave
dan golpecitos en nuestra puerta, como si la otra realidad te llamara desde fuera,
golpeando una puerta que normalmente mantenemos cerrada.
»Al escuchar estos ritmos, esa puerta a otras dimensiones se abre, y
se abre más si además utilizamos alguna substancia que nos ayuda a entrar por ella,
impidiéndonos quedarnos en el umbral -concluyó Dan.
- ¿Se abre o la abrimos? -nos preguntó Claudia.
- Ambas cosas pueden suceder -intenté responderle yo-. Si queremos
abrirla los ritmos y las sustancias nos ayudarán, pero hay casos en que una experiencia
así abre la puerta, sin que la persona lo quiera, a pesar incluso de su miedo. Por eso es
muy importante el ambiente, que quien vaya a tener la experiencia se sienta cómodo y
relajado, y le sea más fácil permitir que esas puertas se abran, sin hacerle daño.
- Estoy de acuerdo -dijo Dan-. En los sesenta no se insistió lo
suficiente en este aspecto. Los noventa son en algo diferentes. Me parece que
efectivamente muchos jóvenes que se han educado fuera de las iglesias, o que las han
rechazado, tienen sus propias experiencias sagradas en fiestas rave, como los
indígenas las tienen en los círculos de percusión o durante sus ceremonias con los
hongos, la ayahuasca o el peyote.
- Muchas personas están utilizando sustancias psicoactivas, pero a
veces tengo la sensación de que no aprovechan todas las posibilidades que estas
sustancias tienen -dije yo.
- A mí me parece que más que la sustancia que se utilice, es más
importante el uso que se haga de ella -opinó Claudia.
- Entender eso es fundamental -dijo Dan-. He estado estudiando el
trabajo de Timothy Leary, y me parece muy interesante cómo explicaba que debía
prepararse una sesión.
- ¿Qué decía ese Leary? -le preguntó Claudia.
- Insistía en que primero debe pensarse en el fin de esa sesión.
Entre los objetivos posibles distinguía cuatro fundamentales: «incrementar el poder
personal o la comprensión intelectual; ayudar a otros; propiciar la cercanía
interpersonal o la pura experiencia; y la trascendencia o la liberación del ego y de los
límites del espacio-tiempo». También hablaba del ambiente en que se desarrollara la
sesión, y la compañía. Algo muy parecido a lo que tú decías antes, Juanjo.
»A través de mi pagina web en Internet intento difundir esta forma
de entender estas sustancias. Ellas nos pueden des-alucinar. Es necesario expandir estos
memes entre la humanidad.
- ¿Memes? -preguntó Claudia.
- Son el equivalente no material, cultural, de los genes -nos explicó
Dan-. Se transmiten por cualquier medio de comunicación, masivo o no, en vez de a través
de la reproducción física, pero influyen en la evolución del ser humano del mismo modo.
Hay memes que contribuyen a la liberación del ser humano y a la expansión de la
conciencia. Los memes del miedo son memes de la parálisis y la involución. Nuestros
memes son los que hacen posible la evolución del hombre y la mujer actuales.
A Claudia le extrañó que Dan, que se había mostrado tan interesado
en los pueblos nativos, lo estuviera también en el mundo de Internet. Cuando le comentó
su extrañeza, Dan le respondió que ambos intereses no eran incompatibles.
- Ya os he explicado donde nace mi atracción por la cultura nativa de
América -nos explicó-. Internet me interesa porque ayuda a la transformación de la
conciencia humana, y puede utilizarse como una herramienta para la evolución de nuestra
especie.
Claudia escuchaba con una expresión de total asombro. Zipolite
pertenecía a México, pero parecía formar parte de otro país. El nudismo en la playa,
la música que por las noches se escuchaba en los chamizos, y las conversaciones que
parecían habituales en este lugar, contribuían a hacerte sentir muy lejos de la vida de
otras partes de México. Aunque las recordáramos los que las habíamos conocido, no por
eso dejaban de resultar ajenas a ese lugar.
- Será porque soy de Uruguay -dijo Claudia-, pero a veces tengo la
sensación de no pertenecer realmente a ninguno de estos dos mundos. Lo siento Dan, pero
no termino de ver la conexión.
- Últimamente se habla mucho de que formamos parte de un todo -dijo
Dan-. Internet te permite experimentarlo. En la red uno puede percibir claramente qué es
la conciencia global, cómo más y más conciencias van uniéndose para un mismo fin: la
evolución de la conciencia y la liberación del ser humano.
»Claro está que hay que saber navegar y usar el correo electrónico. No es
lo mismo usar la red para embrutecerte aún más, que usarla para estar en contacto con
buscadores y buscadoras de todo el mundo.
- Claudia -intervine yo-. No podemos negar los efectos en la conciencia
humana de la revolución de las comunicaciones. Nos guste o no. Los hechos son los hechos.
- Es una revolución, sí -dijo Dan-, y ésta revolución en las
comunicaciones ha afectado a todos los campos de la experiencia humana, incluida la vida
espiritual. En la red participa cualquier tradición espiritual que busca nuevas formas de
comunicación y expansión de la conciencia, incluidas las más modernas, que utilizan
Internet, la realidad virtual y la entrada en mundos generados por las computadoras.
»Cuando viajo a México como ahora, estoy desconectado de la red, pero
cuando me encuentro en California, estoy en contacto frecuente con ciberchamanes.
La cara de Claudia era digna de ser fotografiada. Reflejaba la
existencia en ella del asombro en estado puro. Intentó repetir la palabra ciberchamanes,
pero fue incapaz de pronunciarla completa.
Dan habló con orgullo:
- Sí, Claudia, ciberchamanes. Hacemos auténticos rituales chamánicos
a través de Internet. Usamos las posibilidades de sonido, luz, ritmo, y somos capaces de
hacer entrar en trance a los participantes. Estamos investigando incluso sus capacidades
de curación. Queremos explorar las consecuencias en el ser humano de la
tecnoespiritualidad, las posibilidades espirituales del ciberespacio -continuó Dan sin
inmutarse, a pesar de que yo también me había unido al asombro de Claudia.
»Nuestro principal objetivo es explorar todas estas nuevas posibilidades que
ofrece la red al ser humano.
Tras unos minutos en los que los tres guardamos silencio, intentando
reflexionar, dije:
- Claudia, a mí tu búsqueda, o la mía, o la de Dan, no me parecen ni
tan distintas, ni en absoluto incompatibles. Son áreas diferentes en las que explorar.
Cada cual participa en la que va más con su naturaleza y sus gustos, pero en todos estos
mundos evoluciona nuestra conciencia.
- Vos sabés que he venido a México a aprender de hombres y mujeres
que conocen sus tradiciones chamánicas -me dijo-. Todo esto del Internet y los
ciberchamanes me suena a chino aquí. Quiero aprender de estas gentes que saben cómo
acercarnos a las plantas sagradas, porque también influye en la evolución que más y
más seres humanos aprendamos a usar correctamente las plantas chamánicas y otras
sustancias, ¿no estás de acuerdo? -me preguntó Claudia.
- Por supuesto -respondí-, y hay muchas personas interesadas en
aprender con ellas y conocerlas mejor. No sé qué hacen exactamente los ciberchamanes,
pero el trabajo de Dan y sus amigos no me parece que sea un problema. El problema en
nuestras sociedades es la prohibición y el desconocimiento de esas sustancias, la falta
de información fidedigna, y el mal uso de ellas.
- Y no os podéis hacer una idea de cómo Internet ayuda a luchar
contra esos problemas -insistió Dan-. Si entraras un día en Internet, Claudia, la misma
red te daría pruebas claras de ello, porque por un lado verías cómo ahí se puede
acceder a mucha información muy útil sobre esas sustancias, y por otro lado podrías
estar en contacto con personas de todo el mundo que comparten la misma búsqueda que tú,
con sus satisfacciones y dificultades.
»Podéis estar seguros de que hay una gran cantidad de buena información en
la red. Basta utilizar un buen buscador, y utilizar el término de búsqueda adecuado.
»Las cosas están cambiando para bien -continuó, tras detenerse unos
instantes-. Los noventa han significado un resurgir del vínculo con sustancias que han
acompañado al ser humano desde su mismo origen como ser consciente, porque ya existían
cuando apareció el Homo sapiens sapiens, que hasta ahora se ha creído el amo del
mundo.
- A mí me parece evidente ese resurgir -dijo Claudia-, y existe con
una conciencia mucho mayor que en los sesenta. Quizás tienes razón en lo que vos nos
explicás, Dan. Sencillamente es un mundo que desconozco, y no puedo opinar. Pero ahora
sabemos que recuperar esa vinculación con las plantas chamánicas nos ayuda a ser
guerreros y guerreras espirituales en las sociedades occidentales. Si Internet ayuda a
eso, chévere.
- Es una ayuda, Claudia -dijo Dan-, pero es algo más que una ayuda.
Las plantas psicoactivas te enfrentan al misterio, y forman parte de la experiencia
chamánica, de la respuesta chamánica a los problemas fundamentales que ha de encarar la
sociedad.
»Si a mí me interesan las plantas maestras -continuó Dan- es porque no
quiero renunciar a la herencia de los antepasados, que permanece viva en los pueblos
nativos, a pesar de la prohibición que proviene de los sucesivos gobiernos de mi país,
los Estados Hundidos de América.
Claudia y yo nos reímos. Dan añadió:
- Pero tampoco quiero renunciar a mi cultura.
- Este encuentro entre culturas me parece fundamental -dijo Claudia,
tras pensar un poco-. Nosotros debemos abrirnos a su sabiduría, y ellos a la nuestra. A
mí me parece totalmente necesario salir del círculo vicioso en que la humanidad se
encontraba en el apogeo de la época industrial, una salida a la crisis en que ambas
sociedades se encontraban y todavía se encuentran.
- México parece un lugar propicio para este cruce de culturas -opiné
yo-. En el mismo país conviven la sociedad tradicional y la moderna, con millones de
personas entre ambas, sufriendo una fuerte crisis de identidad. La capital de la
República, Huautla de Jiménez, Chiapas o Zipolite, todo es México.
- Aunque vine acá interesado por la música étnica -intervino Dan-,
es algo que he encontrado en este país, sí, y acá veo posible una salida a ese círculo
cerrado. En México se visualiza la posibilidad de romper el círculo, al encontrarse dos
culturas que han estado contrapuestas y enfrentadas durante siglos. En realidad en cada
cultura hay formas de liberación de la represión que ha significado mutilar las
posibilidades del ser humano.
Dan nos habló de las fiestas rave en las que había participado
en California. Claudia nos dijo que había estado en una a su paso por la ciudad de
México, y nos confesó que tenía sus dudas sobre esa clase de fiestas.
- El rave también abre el corazón, Claudia -dijo Dan-, aunque
no te niego que hay personas que lo abren en esas fiestas de una manera falsa, o sólo
temporal, creando más tarde frustración y decepción en quienes creyeron en esa
apertura, y en ellas mismas, que se engañaron también.
»Pero puedes estar segura de que hay otras personas que se abren de verdad.
El ritmo del corazón humano se acompasa con el ritmo del corazón de la tierra, y la
mente se abre a nuevas percepciones. Así uno puede percibir la unión entre las personas.
»Mucha gente dentro del rave -continuó- piensa que la música y el
éxtasis les han transformado, y quieren enseñarlos a los demás. Piensan que el rave
cambiará la realidad, y hablan de un mundo que conocen. Los ravers más lúcidos
ven que la música es sólo una pieza más. Los ravers han salido de ellos mismos,
de su círculo cerrado, y quieren compartir eso que han aprendido con un mundo mayor que
el de las fiestas rave. Es evidente que en la actualidad hay muchos seres humanos,
en todas las sociedades, experimentando una gran transformación interna.
- Me parece que cada vez más personas se ven a sí mismas, y ven al
ser humano como un ser en evolución y multidimensional, porque como tú has dicho, Dan,
lo están experimentando -dije yo-. Cada sociedad elabora formas de explorar otras
dimensiones, además de la habitual. Aquí el chamanismo, allí el rave, por
ejemplo.
- Antes tenías razón, Juanjo -dijo Dan-. El problema en la sociedad
occidental es la prohibición y la adulteración de las sustancias que cumplirían el
papel de sagradas en nuestras sociedades. En realidad se está prohibiendo una de las
variedades de la experiencia religiosa -concluyó con tristeza.
- En muchas sociedades estas sustancias son consideradas sacramentos
-recordó Claudia-, y sacramento significa misterio.
- En Occidente no hay una verdadera libertad religiosa. Las iglesias no
nos proporcionan la experiencia del éxtasis o la experiencia sagrada, numinosa, del
verdadero éxtasis -dijo Dan.
- Se nos niega la experiencia directa de otras realidades -dije-. La
gran crisis de Occidente comienza cuando el mal uso de la razón niega otros planos de la
conciencia humana, la Tierra se convierte únicamente en una fuente de materia prima, etc.
Para mí no es incompatible el uso de la razón, en su terreno específico, con la
exploración de la conciencia. Ése es precisamente uno de los grandes retos de Occidente.
- Otro reto, o quizás sea el mismo, es abrirse al misterio -dijo
Claudia-. Abrirse a Wakan Tanka, el Gran Espíritu del que hablan los nativos de
Norteamérica. Ese Gran Misterio nos hace capaces de ser nosotros mismos, de desarrollar
todas nuestras capacidades. Nos hace más presentes en la vida, honrando nuestra conexión
con todos los elementos de esta realidad y de otras realidades. Ahí veo la acción del
Gran Espíritu. Mi práctica consiste en la entrega del ser individual, de mi ego, de la
imagen de mí misma, al ser del universo, a la energía de la creación.
- Por eso en los círculos de percusión, o en las fiestas rave,
atrae el encuentro con tus semejantes -dijo Dan-. Hay una gran satisfacción en compartir.
Hay círculos donde desaparece la confrontación para ser sustituida por el deseo de
compartir la propia experiencia y aprender del otro y de la otra.
- También te conecta con sentimientos o emociones reales, no
fabricadas por otros para ti -dijo Claudia.
- La televisión es un ejemplo extremo de cómo eliminar los propios
sentimientos, y sustituirlos por sentimientos ajenos. Esto se ve sobre todo en el éxito
de las telenovelas que los proporcionan -dijo Dan.
- Una clave es que en Occidente existe una gran pobreza de la
experiencia -intervine yo-. La experiencia vital de la mayoría es muy limitada. La vida
se estrecha a algo que repiten y repiten toda su vida -Claudia y Dan asintieron-. Abrirte
a otras experiencias abre el campo de tus posibilidades -concluí.
Guardamos silencio de nuevo, mientras Dan volvía a hacer sonar su
instrumento. Las olas servían de sonido de fondo a sus ritmos.
Pasados unos minutos, y como si hubiera continuado
alguna clase de conversación interior, de pronto Dan calló la música y dijo:
- Nos hemos aislado de la naturaleza, nos hemos separado de ella como
si fuéramos algo diferente. El ritmo de la percusión nos vincula al ritmo de la Tierra.
Los ritmos de los indígenas del mundo, en realidad son los ritmos de la Tierra. Con la
danza ocurre igual. También estoy estudiando la conexión del baile de los jóvenes
occidentales con las danzas étnicas de diferentes pueblos. Allí se da la unidad que nos
distancia de la hostilidad de nuestro mundo. Entre los pueblos nativos existen grupos y
familias que cuidan unos de otros, sin el individualismo de nuestras sociedades modernas.
- Y la sabiduría de los ancianos permanece. En Occidente los más
jóvenes saben más de muchas cosas que los ancianos desconocen. Están abiertos a nuevas
experiencias -dijo Claudia.
- En las sociedades nativas de Estados Unidos, todavía los ancianos
son los guardianes de la sabiduría -dije-. Por cierto, que las mujeres cumplen un papel
fundamental gracias a los consejos de ancianas.
- Parece mentira que estemos luchando por algo que otras sociedades
consideradas inferiores tienen tan claro -dijo Claudia-. Nos creemos que es algo nuevo, y
en realidad es tan antiguo...
Entonces los dos comenzaron a hablar de la situación de la mujer en
nuestra sociedad. Una conversación que me recordó la que mantuvimos María Peyote y yo
en Huautla.
Cuando terminaron, Claudia y yo volvimos al Shambala, no sin
antes acordar una cita con Dan por la noche. Él regresaba a Oaxaca al día siguiente, y
quería enseñarnos algo antes de despedirnos.
Después de descansar en la habitación, caminamos por las rocas
cercanas, hasta llegar a un pequeño acantilado desde el que vimos atardecer sobre el mar.
Allí nos encontramos con algunos miembros de la tribu, que nos dijeron
que tocarían esa noche en uno de los bares de la playa.
Tras charlar con ellos, regresamos al Shambala una vez más.
Al caer la noche, mientras nos duchábamos, Claudia
me dijo que no le apetecía mucho ir a encontrarnos con Dan.
- Me agotan las cuestiones de las que habla -dijo con gesto de
cansancio-. Reconozco que son interesantes, pero no puedo más por hoy.
- Quédate si quieres -dije-. Podemos vernos más tarde. A mí también
me resulta difícil comprenderle a veces, pero Dan está viviendo algo que me interesa
conocer. Ahora es la oportunidad. Ya descansaré mañana.
Claudia respondió que me esperaría en el bar en el que tocaba la
tribu.
- De acuerdo. Nos vemos luego -dije.
Mientras descendía por el camino que llevaba del Shambala a la
playa, Claudia me alcanzó. Sonriendo me dijo:
- Hay que hacer el esfuerzo de aprender.
***
Nada más llegar al lugar de nuestra cita y ver a
Dan, supimos que algo había ocurrido. Su expresión era de tristeza y desolación, apenas
podía hablar. Le preguntamos qué le había sucedido.
- Esta noche quería ofreceros una experiencia. Por la mañana hablamos
mucho, y quería que tuvierais la oportunidad de probar la dimetiltriptamina, la DMT.
Oralmente no es activa, pero si se sintetiza desde una planta que la contenga, fumada
proporciona una experiencia realmente diferente a la de los hongos. Nada más inhalar el
humo entras a otro mundo por quince o veinte minutos. Digamos que sales del tiempo, y
entras en el hiperespacio.
»Quería ofreceros esa experiencia, así que esta tarde fui a Puerto
Ángel. Allí tenía un contacto que podía proporcionarme la sustancia. Al llegar vi
mucha policía. Me alejé del lugar donde estaba alojado mi contacto, y esperé hasta que
se marchó el último policía. Más tarde supe qué había pasado. Al parecer hubo un
chivatazo y habían ido a buscarle. A esas horas estaba detenido.
Dan miraba a todos lados. Estábamos en la playa, y no había nadie
alrededor, pero Dan parecía temeroso de que vinieran a buscarle.
- ¿Era amigo tuyo? -le preguntó Claudia.
- No le conocía mucho, pero me indigna que le traten como a un
delincuente -respondió Dan-. Ya conocéis México. Hay pobreza, hay injusticia, hay
corrupción, hay analfabetismo, hay destrucción ecológica. Están destruyendo y
marginando a sus propios pueblos indígenas. Todo eso es legal. No pasa nada. Nadie va
preso por eso. Ahora, que te encuentren con mota, aunque sea una semilla, y vas a parar a
la cárcel inmediatamente. Y las penas son severas.
Con la mirada perdida, Dan comenzó a repetir:
- Esta sociedad no es normal, algo está mal, no es normal, está
mal...
Claudia y yo no sabíamos qué decir ni qué hacer.
Nos indignaba tanto como a él, pero en ese momento nos preocupaba Dan. Estaba destrozado.
Él continuó hablando:
- ¿Sabéis que acá han detenido a gente sólo porque les han
encontrado papel de fumar? De ahí deducen que eres un marihuanero, y parece que no hay
nada peor en este país que fumar Cannabis. Y el peyote, un cactus considerado
sagrado, usado durante milenios por los pueblos de esta tierra, lo consideran droga dura.
- ¿Pero se han llevado a tu contacto por tener DMT? -pregunté-. Esa
sustancia no ha pasado al mercado negro. Dudo que la conozcan.
- Esta gente no sabe ni qué es la DMT -dijo Dan-. Estoy seguro que le
han detenido porque le han encontrado con mota. Y en mi país es igual, o peor. En
California los fiscales piden ahorita cadena perpetua a un hombre que vendía mota a
enfermos de sida. O hay condenas mayores por cultivar mota que por matar a un hombre. Las
fuerzas de la involución tienen un odio enfermizo a la mota, a una planta medicinal que
nos da la naturaleza y nos puede ayudar a abrir la mente.
- ¿Pero no van de legalizarla para uso médico, precisamente en
California y Arizona? -pregunté.
- Aunque sea aprobado en referéndum, inmediatamente la administración
federal dirá que su autoridad es superior a la de los estados, y ya ha amenazado con
retirar la licencia al médico que la recete. Ésa es la democracia que queremos exportar
al mundo.
- Hay grupos a favor de la legalización, ¿no? -dijo Claudia.
- Es cierto, pero trabajan en unas condiciones durísimas. Se exponen a
años de cárcel. Sus miembros están muy vigilados. Y tenedlo claro. Cuando prohibieron
la mota en mi país, la prohibición se extendió a todos los otros países. Cuando
consigamos que la legalicen en los Estados Unidos, la legalizarán en los vuestros.
Dan volvió a quedarse callado, y entró nuevamente en una fase de gran
tristeza.
Intentamos animar a Dan, pero era difícil.
Sabíamos que tenía razón, y para nosotros era tan incomprensible como para él, pero
¿qué podíamos decirle?
Claudia propuso que camináramos por la playa. Consiguió sacar la
primera sonrisa de Dan cuando cogió un pañuelo violeta y dijo que era maga e iba a hacer
desaparecer su tristeza.
Lo puso sobre la cabeza de Dan e hizo varios pases mágicos. Al quitar
el pañuelo, efectivamente no había apenas tristeza en la cara de Dan. Yo sonreí y dije
a Claudia que había demostrado que era una buena maga.
- Todavía queda algo de tristeza -dijo, sonriendo-. Es porque hice los
pases, pero olvidé decir las palabras mágicas.
Repitió la operación, pero esta vez pronunció unas palabras
ridículas mientras cubría de nuevo la cabeza de Dan con el pañuelo. Cuando lo retiró
Dan estaba partiéndose de risa.
Todos nos reímos hasta cansarnos, y fuimos al bar donde tocaba la
tribu. Nos apetecía escuchar música y bailar. Cuando llegamos, todavía no había
llegado nadie.
Los tres nos sentamos en una mesa, pedimos unas bebidas, y empezamos a
charlar. Dan nos pidió excusas por habernos amargado con su tristeza.
- No nos has amargado -dijo Claudia-. Nos has recordado algo que es
real, que parece tan lejano en esta playa.
- Tenemos derecho a estar tristes -dije-. No te preocupes, Dan. Nos
conocemos hace poco pero somos amigos tuyos. Tienes derecho a mostrarnos tu dolor. Hemos
pasado buenos momentos contigo, y estábamos allí. También hemos estado allí cuando
sufrías.
- Tiene razón Juanjo. ¿Qué clase de amigos seríamos si te
rechazáramos cuando sufrís? -preguntó Claudia.
- Soy yo -dijo Dan- quien no se permite estar triste, aunque tenéis
razón en que el dolor espanta a mucha gente.
- No aceptamos lo que somos. Somos humanos también, Dan -dijo Claudia.
- Todavía -dijo Dan, y sonreímos.
Tras unos segundos de silencio, en que nos miramos algo más animados,
Claudia dijo:
- Me molesta la felicidad de postal. Ahora con esto de la
espiritualidad y la nueva era parece que existe la obligación de ser feliz, de tener
siempre una sonrisa en los labios, aunque sea falsa.
- Esas personas son personas muy privilegiadas -dije-. También existen
el dolor, y la tristeza, y la desesperación y la crueldad, y la soledad, y la injusticia
y el hambre y el sufrimiento.
»Pensé mucho en esto cuando dejé México en tren. Tardamos más de
una hora en dejar la ciudad. Según nos íbamos alejando del centro, veía más y más
pobreza, y luego más y más miseria, mientras atravesábamos los arrabales. Pensé:
¿qué son para estas personas el nagual, otras dimensiones del mundo, la evolución de la
conciencia? Palabras vacías, me dije. Están condenados a vivir una realidad que muchos
de nosotros no soportaríamos, o quizás lo haríamos si no tuviéramos otro remedio. El
ser humano es capaz de sobrevivir y adaptarse prácticamente a cualquier circunstancia.
»A veces olvidamos toda esta realidad -continué-. Y esta realidad
también existe. Nuestro grado de dolor en nuestras vidas en ínfimo si lo comparamos con
estas personas. Eso no significa, Dan, que no tuvieras razón, y que no tuvieras derecho a
estar triste. Incluso estas personas de los arrabales son privilegiadas comparadas con
otros seres humanos, víctimas de guerras o la hambruna. Cualquier situación humana es
empeorable, por mala que parezca.
- Y mejorable -dijo Claudia
- Claro que sí -dije-, tienes razón, y hay quien lo intenta. Ahora
voy a ir a Chiapas, y sé lo que me voy a encontrar allí.
- Es difícil vivir consciente del grado de realidad de todo esto.
Existe el nagual, pero también existen muchos semejantes que sufren en esta realidad. No
podemos olvidarlo.
- Encontrar el equilibrio es difícil -dijo Claudia.
Claudia, que antes de venir decía estar cansada, se
animó y comenzó a hablarnos de chakras. Nos dijo que en la humanidad sucede como con el
individuo, existe un desarrollo totalmente desequilibrado. Relacionó los chakras de un
individuo con los de la Tierra. Ella pensaba que estábamos despertando los más elevados,
mientras que los primeros permanecían bloqueados.
- En mi país estuve aprendiendo a ir despertando los chakras
progresivamente -nos explicó-. Vi que cuando llegamos al chakra de la visión, el tercer
ojo, los chakras inferiores han de estar funcionado bien. Si no, hay desequilibrios
importantes.
»En la humanidad ocurre igual. Hay una situación desigual. Hay
personas en un nivel de supervivencia mientras otras, que tenemos resueltos los problemas
básicos, tratamos de ir desarrollando otras capacidades del ser humano.
- Me imagino que forma parte del proceso de evolución -opinó Dan.
- ¿Te parece que realmente estamos evolucionando? -preguntó Claudia.
- Es una evolución en espiral más que lineal. Todo está conectado, y
afecta al resto lo que suceda en cualquier lugar de este universo. En la Tierra sucede
igual. Evolución significa revolución a veces. Cuando la evolución está detenida,
cuando estamos encerrados en un círculo cerrado, hay un camino para salir de ahí.
- Quizás ahora está comenzando el gran cambio, comenzando por cada
ser humano que crece y evoluciona, aun en las peores circunstancias. Una mujer zapatista
que conocí en España me dijo hablando de otra mujer: «La compañera adquirió
conciencia, despertó, y se puso de pie» -dije.
- La evolución inicial llevará a la revolución -dijo Claudia-. Se
repiten los ciclos de caos y orden.
- En realidad no hay repetición -opinó Dan-. Como os dije, el proceso
de evolución es una espiral. Aunque parezcamos volver al mismo lugar en realidad estamos
de algún modo en un lugar más elevado porque nuestra conciencia es mayor -escuchaba
nuevamente las palabras de Prem en San José del Pacífico, y me pregunté si no estaría
surgiendo realmente una mente común.
- La evolución no es cíclica sino fractal -continuaba mientras Dan-.
No nos limitamos a repetir los mismos patrones, sino que los rompemos en una nueva
dirección, y cada vez el fractal es mayor y digamos, más profundo, pues se cimienta en
lo que ya sucedió en épocas anteriores.
- Pero, ¿cómo se aplica esto, al individuo o a un pueblo? -preguntó
Claudia.
- A ambos. En el individuo o en un pueblo todo se desarrolla igual que
en la especie humana y en la naturaleza. Si tomáis el modelo de conciencia de Timothy
Leary, veréis cómo corresponde exactamente a todo lo que estamos hablando. Tanto da
aplicarlo al individuo, a la sociedad, a la humanidad, a La Tierra, o al universo.
Tras unos momentos de descanso, Claudia pidió a Dan
que le explicase el modelo de conciencia de Leary. Su interés por cuestiones
aparentemente alejadas del chamanismo, había ido creciendo a lo largo de la
conversación.
- Es algo largo de explicar, aunque es muy interesante -dijo Dan-.
Leary parte de la base de que nuestro cerebro se compone de minicerebros, algunos de los
cuales no los hemos despertado y por tanto, no los utilizamos.
- Los cuatro primeros circuitos cerebrales los tienen despiertos y en
funcionamiento la mayoría de los individuos. Leary pensaba que cada vez más y más
personas van despertando y activando circuitos superiores. Así la humanidad evoluciona.
- Pero todos tenemos esos circuitos superiores, ¿no es verdad?
-preguntó Claudia, que los relacionó con los chakras superiores.
- Todos los tenemos como un potencial, claro -respondió Dan-. Y claro
que puedes relacionar la activación de cada circuito con el despertar de un chakra. Hay
diferentes modelos, que pueden completarse unos a otros, complementándose. En ese caso
hablaríamos ya de un "modelo multimodelo". No olvides que el mapa no es el
territorio. El territorio que describen estos modelos alternativos es el mismo, y no
depende de los mapas. Los mapas son los que pueden ser diferentes, haciéndose más
aproximados al territorio según van perfeccionándose. Nuestros modelos actuales de
conciencia nos parecerán, pasado el tiempo, como esos viejos mapas de los continentes:
aproximados pero imperfectos.
- Al menos por ahora nos sirven -dije yo.
- Sí, son mejor que nada -concluyó Dan.
Tras una pausa, volvió a la pregunta de Claudia:
- Todos usamos nuestros cerebros en una mínima parte. La gran mayoría
de personas viven en sociedades que por unas razones u otras les impiden despertar las
capacidades más elevadas. En la occidental por un mal uso de la razón, que limita la
experiencia de otros campos de la experiencia humana, y en otras sociedades por tener
necesidad de dedicar sus vidas a la lucha por sobrevivir físicamente.
»Una buena parte se ve trabada, ya digo, más que nada por necesidad,
incluso en el primer circuito, el de la supervivencia. También desarrollan el segundo, el
territorial y el emocional, aunque quedarse atrapado en él es el origen de las luchas
personales, tribales, y de las guerras modernas. Y también desarrollan el tercero
-continuó Dan-. Su desarrollo comienza con la adquisición del lenguaje, que permite ir
elaborando modelos mentales de las cosas, desde los más primitivos y mágicos a los más
científicos y racionalistas. Asimismo es posible quedarse atrapado en él, como lo es
quedarse detenido en el cuarto, el social y sexual, que fundamentalmente comienza a
despertarse con fuerza en la adolescencia.
»Como decía antes Claudia, hay sociedades en lucha por la
supervivencia material, o donde los instintos de dominación y lucha por el territorio son
dominantes. Desgraciadamente ninguna sociedad, como no fuera alguna ya desaparecida, ha
llegado a un nivel de evolución correspondiente a los circuitos cerebrales superiores.
Para ello sería necesario que una buena parte de sus miembros los hubieran despertado en
sí mismos.
- ¿Quieres decir que en todos nosotros existe la posibilidad de
despertar otros circuitos superiores, pero no lo hacemos por estas razones? -preguntó
Claudia.
- Como ya dijiste antes, en la humanidad hay un desarrollo muy
desigual. Hay millones de personas que sabemos que no han logrado un mínimo que permita
cubrir sus necesidades básicas. En las sociedades occidentales hay millones de personas
que a pesar del desempleo, las tienen cubiertas. Ellos pueden permitirse salir de «la
dictadura de la percepción».
»El mayor problema está en las sociedades a las que se les destruye
su cultura, y tampoco tienen la nuestra. Tienen los defectos de ambas, y ninguna de sus
ventajas. Son las grande víctimas.
»En las sociedades tradicionales, el chamanismo permanece, como
habréis comprobado viajando por México, vigente hoy en día; y en las sociedades
occidentales, es cada vez mayor el uso de la mota o el hashish, el cultivo casero cada vez
más amplio de hongos psilocíbicos, la llegada de plantas sagradas como el peyote, el
sanpedro, la ayahuasca, la iboga, o el conocimiento cada vez mayor de las plantas sagradas
autóctonas, el movimiento vinculado al rave y a la utilización de fármacos como
el éxtasis, la LSD, la ketamina, o nuevas sustancias químicas como la 2-CB, la
DOM, la DMT sintetizada, las bebidas inteligentes, nootrópicos como el Piracetam, etc.
»También existen cada vez más círculos de percusión, encuentros en
lugares de poder, viajes iniciáticos, desarrollo de técnicas de meditación, etc. Hay
cada vez más herramientas a disposición de quien quiera conocer otras realidades
-prosiguió entusiasmado Dan.
»Todo eso hace que más y más personas vayan despertando las
capacidades de estos circuitos cerebrales, que Timothy Leary o Robert Anton Wilson
consideran ya posthumanos o transhumanos. Otros consideran que forman parte de nuestra
actual naturaleza humana, aunque no hayamos utilizado estas capacidades todavía. Todos
los científicos que estudian el cerebro humano coinciden en que sólo lo usamos
parcialmente, entre un 5 y un 10 % de sus posibilidades.
»Leary pensaba que en el curso de nuestra futura evolución podríamos
despertar nuevas capacidades, impensables hoy en día.
- ¿Y te parece que es tan importante el efecto de alguna sustancia
química en el cerebro para la evolución de la conciencia? -preguntó Claudia a Dan.
- Albert Hofmann, como sabréis el descubridor de la LSD -nos explicó
Dan-, elaboró la teoría de la enteogénesis: la idea de que la experiencia del aspecto
divino del ser, como lo llama él, puede ser experimentado al cambiar la configuración
química del cerebro. Hofmann tiene la visión del cerebro como un sintonizador de la
realidad que puede captar varios canales de diferentes realidades. La divinidad es uno de
esos canales. Aunque para algunos ése no sería el último objetivo de la vida, sino una
experiencia a lo largo del camino, pues aún podríamos sintonizar canales totalmente
desconocidos e inconcebibles para nosotros.
- Quizás es lo que hacen algunos chamanes y naguales -dije yo.
- Yo intuyo -dijo Dan- que estos pueblos han llegado a dominar
capacidades inimaginables para nosotros los occidentales. Y si llegamos a saber algo, las
descartamos como mentiras o fantasías. Lilly sostiene que las sustancias psicoactivas van
cambiando la configuración de nuestro cerebro de manera que podemos llegar a desarrollar
nuevas capacidades y puntos de vista sobre la realidad.
- Los occidentales -dijo Claudia- podemos llegar a ver algo que nunca
vimos, como no fueran algunos de los seres extraordinarios que existen en nuestras
sociedades también.
- El mayor obstáculo -opinó Dan- son nuestros prejuicios y nuestros
sistemas de creencias tan limitados. Los enteógenos nos permiten ver la realidad desde un
nuevo lugar. Nuestro cerebro no funciona, no lo utilizamos en la plenitud de sus
posibilidades. Nuestra memoria también está limitada. Yo utilizo los enteógenos como
vehículos que me permiten viajar a otros espacios, tiempos o memorias.
- En realidad usas el cerebro como una herramienta para descubrirte a
ti mismo -dijo Claudia.
- Es la mente conociéndose a sí misma, y mi mente en estado puro no
es diferente a la vuestra. Y lo voy descubriendo al usar mi cuerpo como un lugar para
experimentar la expansión de la conciencia. Como decía Lilly: «Mi cuerpo es mi
laboratorio, un vehículo para el descubrimiento, para inplorar más que para explorar».
- ¿Has probado la ketamina? -pregunté a Dan-. Es el psiquedélico
favorito de Lilly, ¿no?
- La he probado un par de veces -respondió-, y la experiencia fue algo
totalmente sorprendente: la entrada en una realidad totalmente ajena al cuerpo y nuestra
experiencia habitual. Las creencias básicas sobre la naturaleza de la realidad cambian
tras un periodo prolongado de exposición a un nuevo agente, y la ketamina es un
facilitador para la sobreimpresión de nuevos programas sobre los viejos en nuestro
biocomputador.
- A mí todo esto de programas y circuitos cerebrales me suena tan
frío... -intervino Claudia, hablando con expresión de desagrado.
- Claudia, no entiendas mal lo que os estoy diciendo -dijo Dan-. El
cerebro no es una máquina. No es en absoluto una máquina ciega y reactiva a estímulos
exteriores. El cerebro es un biocomputador complejo y extremadamente sensible que nosotros
podemos programar. Si no lo haces tú, otros lo harán por ti. Ya nos han programado, de
hecho. Desde que nacemos la cultura en la que vivimos no ha hecho otra cosa que introducir
dentro de nosotros programas limitadores.
»Lilly o Leary intentaron descubrir cómo podemos eliminar los
programas que no nos gustan, y reprogramarnos con nuevos programas. Yo lo que busco en
realidad es introducir en mi cerebro un programa desprogramador que se autodestruya una
vez cumplida su labor desprogramadora.
- Madre mía -exclamó Claudia-. Parece un trabalenguas.
Al ver la cara de tristeza de Dan añadió:
- Pero te entiendo, sólo me sorprende el vocabulario y la forma de
expresarlo. En cada época las metáforas para hablar de lo inexpresable se basan en los
descubrimientos de su cultura. Reconoce, Dan, que es más poética la forma de expresarlo
del chamanismo.
- Las palabras dan igual -respondió Dan-. Lo importante es que si no
tomamos la responsabilidad de programar cada uno su cerebro, nos será programado de todas
formas por otros de una manera voluntaria o involuntaria, incluso por accidente, en tu
ambiente social.
- ¿Y tú usas la ketamina para desprogramarte? -le pregunté.
- Ya os he dicho antes que sólo he tomado ketamina dos veces, pero he
llegado a ver los programas que tenía instalados, incluso algunos destructivos, y por
ahora me he limitado a intentar borrar estos. Aunque el sistema como un todo trabaja para
la vida, la semilla de la destrucción, esos programas autodestructivos, permanecen
también en el cerebro.
- ¿Y cómo puedes ver esos programas? -preguntó Claudia-. ¿Por qué
es posible hacerlo con la ketamina?
- La ketamina es como un tanque de aislamiento, que por cierto también
lo ha usado mucho Lilly en sus experimentos, pero es una desconexión sensorial provocada
por una sustancia química. La ketamina proporciona bruscamente, en cuestión de segundos,
una cantidad similar de aislamiento y de deprivación de los sentidos exteriores, lo que
hace posible que entres en tu espacio interior sin la distracción del mundo exterior.
- ¿Y no es posible inplorar, como has dicho antes, sólo usando
el tanque de aislamiento? -pregunté.
- Sí -respondió Dan-, aunque claro, la experiencia no será tan
radical; eso ya depende mucho de la persona. Hay personas que están construyéndose su
propio tanque de flotación, o hay ciudades donde puedes acudir a un lugar donde tienen
varios, como si fueras a la piscina. Al estar a oscuras, flotando en agua salada, sin
sonidos externos, es más fácil inplorar, y llegar a percibir la realidad interior
con el mismo nivel de realidad que hacemos normalmente con el mundo externo.
»La experiencia con ketamina es más poderosa -continuó Dan-, porque
a ciertas dosis críticas y ciertas concentraciones críticas de esa sustancia en el
cerebro, el sistema subcortical continua sus actividades automáticas fuera del contacto
con el observador en el cerebro.
- ¿Y qué observa entonces el observador? -preguntó Claudia,
interesándose cada vez más.
- La Esencia de la vida y de la conciencia. Tu verdadero Ser. El
hiperespacio -respondió Dan.
Al ver la cara de sorpresa de Claudia, continuó:
- El hiperespacio es la red del Ser, o seres, extendido a través del
universo. Yo lo conozco más por mis experiencias con DMT fumada, como os dije antes. Es
muy difícil para mí describirlo. Lilly dice que es un espacio sin tiempo donde existen
seres que él había descubierto en lo que llamó las Islas, cuando visitó gracias a la
ketamina paisajes muy diferentes a los nuestros, y reinos de un futuro lejano.
Paradójicamente necesitamos medios de acceso regular a la realidad interior para
explorar, o inplorar, como dije antes, esa realidad que podríamos llamar
extraterrestre, aunque no me gusta llamarla así, porque no es una realidad físicamente
fuera de la Tierra, sino que pertenece a otro espacio, no físico.
»Pero para mí encontrarme con esa otra realidad no ha sido tan
importante como conectar, gracias a la ketamina, con mi propio ser. La ketamina me ha
ayudado decisivamente a conocer, primero mi esencia, y en la segunda experiencia, la
fuerza de la vida y la verdadera realidad del universo y de la conciencia.
- ¿Y cómo aparece la muerte desde esa perspectiva? -pregunté.
- La muerte, al sentirte fuera del cuerpo, adquiere otra dimensión,
pues al tener la experiencia ketamínica parece evidente que al morir nuestro organismo
biológico la conciencia continuará sin él. Por eso sería magnífico usar la ketamina
para ayudar a enfermos terminales a experimentar la conciencia sin el cuerpo, y así
perderle el miedo a morir.
Recordé la "K" del texto que escribí la primera noche en
Huautla, y me propuse volver a leerlo, por si podía referirse a la ketamina.
- Todo esto podría investigarse si Leary hubiera acertado en su
hipótesis sobre la píldora-G Bcontinuó Dan mientras yo recordaba.
- ¿La píldora-G? -preguntamos Claudia y yo a la vez, totalmente
asombrados.
- Leary sostenía que la teoría neurogenética predice el
descubrimiento de una enzima encontrada dentro de las células nerviosas de los animales
muertos. Esta enzima, sintetizada y administrada en sujetos saludables y voluntarios bajo
óptimas condiciones, produciría la experiencia de la muerte sin efectos en las funciones
normales del cuerpo. Leary propuso la hipótesis de que la píldora-G suspendería las
marcas del espacio y el tiempo y permitiría a la conciencia el diálogo final entre el
código maestro del ADN y las neuronas, que son sus sirvientes. Así la humanidad tendría
una herramienta para examinar qué sucede cuando morimos.
Recordé que mi amigo Jan, poco antes de salir de Granada, me había
hablado de una técnica específica de meditación desarrollada por los monjes tántricos
tibetanos para ese mismo fin. Antes de poder comentárselo a Dan, Claudia le preguntó:
- ¿Has dicho que las neuronas sirven al ADN?
- Sí, el ADN sería el amo, y el cerebro el esclavo. La neurogenética
cree que el código del ADN puede comunicar revelación e instrucción. Nuestra tarea
sería aprender cómo usar el sistema nervioso para recibir y modular las instrucciones
del ADN, a través de los receptores del cerebro y las beta-endorfinas.
Me acordé de la rana de Enrique, y me di cuenta de qué diferentes
eran estas conversaciones con occidentales, y las conversaciones con los chamanes y
chamanas. Ambas me resultaban muy fructíferas, incluso sentía que eran ambas necesarias.
Intuí que será la fusión de ambas aproximaciones a lo desconocido lo
que supondrá un salto cualitativo en la humanidad y un paso decisivo en el camino del
conocimiento, siempre que en las dos culturas, o en la cultura mestiza resultante, el
corazón y la compasión existieran como contraparte de la sabiduría.
Dan había conseguido llegar a interesar totalmente
a Claudia, que escuchaba con una gran atención, mientras él continuaba explicándonos
sus teorías e inquietudes.
- Las sustancias psiquedélicas nos permiten activar esas secciones del
ADN que permanecen dormidas en la mayoría de nosotros. Hay una buena parte de la
humanidad que ha comenzado a despertar el quinto cerebro gracias a la Cannabis. El
uso por millones de personas en todo el mundo, a pesar de la prohibición, de esta planta
sagrada, ha ido despertando este quinto circuito, también activado por el amplio uso del éxtasis.
»Aunque con el éxtasis el problema es la adulteración de esta
sustancia al ilegalizarse y pasar al mercado negro, como sucedió ya en los sesenta con la
LSD. El éxtasis que se puede encontrar hoy en la calle, lleva poco MDMA, que es lo
que es realmente el éxtasis puro, y trae con el MDMA, si es que acaso lo lleva,
una gran cantidad de otras sustancias, a veces inocuas, a veces nocivas.
- A mí me parece que hay que ser extremadamente cuidadoso con el uso
de todas estas sustancias -dije-. La ketamina por ejemplo, me parece una barbaridad usarla
antes de haber desarrollado plenamente otros circuitos inferiores. Es empezar la casa por
el tejado.
- Sí, según Leary la ketamina despierta el último circuito, fuera ya
del espacio-tiempo -dijo Dan -. El proceso gradual y prudente sería comenzar con la Cannabis
y el tantra, más tarde con los hongos sagrados o la LSD, más adelante con la Salvia
divinorum o los cactus que contienen mescalina: el peyote y el sanpedro, y sólo
después entrar en el mundo de la DMT o la salvinorina puras, para finalmente entrar en la
Realidad de la ketamina. Sólo entonces uno estaría preparado para explorar sin excesivos
peligros el hiperespacio. Habría que ir despertando uno a uno esos circuitos superiores.
Tal y como decías tú antes -dijo mirando a Claudia-, habría que ir despertando los
chakras superiores. En realidad estamos hablando de lo mismo. Son distintos mapas para un
mismo territorio: la conciencia humana.
- ¿En qué consisten esos circuitos superiores? -preguntó Claudia,
impaciente por saber.
- Son circuitos cerebrales que nos hacen superar el estado larval del
ser humano, un estado que sería embrionario, para llegar a desarrollar todas las
posibilidades del ser humano, que como dije antes, forman parte ya de nuestro ADN, porque
el anteproyecto de evolución del ser humano existe ya en cada una de nuestras células.
Es un poco complicado de explicar, aunque es sencillo de entender. Esperad un momento.
Dan se levanto y se fue hacia la cabaña donde tenía sus cosas.
Volvió con un libro en sus manos, Cosmic Trigger de Robert Anton Wilson.
- Aquí se explica muy bien en qué consisten los circuitos superiores.
Al ver nuestro interés, nos regaló el libro. Nos dijo que ya
conseguiría otro ejemplar cuando volviera a California.
- Siempre viajo con ese libro, El fin de la infancia de Arthur
Clarke, y Starmaker de Olaf Stapledon. ¿Los conocéis? -nos preguntó.
- ¿Hacedor de estrellas? -preguntó Claudia-. Lo vi en una
librería poco antes de venir a México, pero no lo compré. Lo hojeé y me pareció muy
inspirador.
- A mí El fin de la infancia me pareció que contenía muchas
claves sobre los futuros probables de la humanidad, y sobre el papel de los niños y las
niñas del porvenir. Me gustaría releerlo ahora -añadí yo.
- Los dos son fundamentales -dijo Dan, aunque no nos dijo por qué.
Nos dio las gracias por escucharle, por nuestra paciencia, nuestra
compañía y nuestro apoyo, y se fue a dormir. Nosotros esperamos a que llegase la tribu.
Necesitábamos música y baile. Sentir la Tierra.
"El Mar de Zipolite"
capítulo del libro EL DESPERTAR DEL HONGO
Ed. Grijalbo 2000
Autor: Juanjo Piñeiro
Página
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