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Introducción La filosofía subyacente a la redacción de PIHKAL Soy farmacólogo y químico. He pasado la mayor parte de mi vida adulta investigando la acción de las drogas: cómo se descubren, qué son, qué hacen, de qué forma pueden ser útiles (o perjudiciales). Pero mis intereses se apartan un poco de la corriente convencional de la farmacología y se mueven en un ámbito que considero mucho más fascinante y gratificante, el de las drogas psiquedélicas. La mejor forma de definir las sustancias psiquedélicas podría ser como unos compuestos físicamente no adictivos que modifican temporalmente el estado de nuestra consciencia. La opinión más común en este país es que hay drogas que son legales y que, o bien son relativamente seguras, o al menos tienen riesgos aceptables; y que hay otras drogas que son ilegales y que en modo alguno no disponen de ninguna aplicación legítima en nuestra sociedad. Aunque esta opinión es ampliamente aceptada y se difunde con gran fuerza, sinceramente creo que es errónea. Se trata de un esfuerzo por mostrar las cosas de color blanco o negro, cuando en realidad, en este ámbito, como sucede en la mayor parte de la vida real, la verdad es de color gris. Ruego al lector que me deje explicar las razones de esta tesis mía. Toda droga, legal o ilegal, proporciona algún tipo de recompensa. Todas las drogas incluyen algún riesgo. Y todas las drogas pueden ser objeto de abuso. En mi opinión, en última instancia, corresponde a cada uno de nosotros sopesar los beneficios, por un lado, y los riesgos, por otros, y decidir qué lado de la balanza pesa más. El conjunto de las recompensas cubren un amplio espectro. Incluyen cosas como la cura de las enfermedades, el alivio del dolor físico o emocional, la embriaguez y la relajación. Ciertas drogas –las conocidas como sustancias psiquedélicas– permiten un mejor conocimiento personal, además de la expansión de los horizontes mentales y emocionales de la persona. Los riesgos son igualmente variados, y van desde el daño fisiológico hasta los trastornos psicológicos, la dependencia y el incumplimiento de las leyes sociales. Igual que existen diferentes tipos de recompensa para distintas personas, existen también diversas clases de riesgos. Una persona adulta debe tomar su propia decisión en lo relativo a exponerse, o no, a una droga específica, independientemente de que esté disponible con receta médica o que esté prohibida por la ley, evaluando los posibles beneficios e inconvenientes a partir de sus propios recursos y valores morales. Y es precisamente por esto por lo que estar bien informado desempeña una función indispensable. Mi filosofía puede resumirse en tan sólo cuatro palabras: “Infórmate y después elige”. Yo, personalmente, he decidido que algunas drogas tienen un valor suficiente como para compensar sus posibles riesgos; a otras, en cambio, no las suficientemente valiosas. Por ejemplo, bebo una moderada cantidad de alcohol, normalmente en forma de vino, y –por el momento– los análisis de mi función hepática son completamente normales. No fumo tabaco. Fumaba, y lo hacía en exceso, pero después logré dejarlo. No fueron los riesgos para la salud los que me indujeron a ello, sino más bien el hecho de que me había convertido en una persona completamente dependiente del tabaco. Eso era, desde mi punto de vista, un claro ejemplo de un precio inaceptablemente alto que tenía que pagar.
Cada decisión de
ese tipo es asunto mío, basándome en lo que sé sobre esa droga y lo
que sé sobre mí mismo. He probado la heroína. Esta droga, por supuesto, constituye uno de los mayores problemas de nuestra sociedad en la actualidad. A mí me genera un estado de paz acompañado de sueños, sin sensaciones molestas, estrés o preocupaciones. Pero al mismo tiempo noto una falta de motivación, un descenso del nivel de alerta y en la urgencia subjetiva por hacer mis tareas. No es el miedo a la adicción lo que me lleva a oponerme a la heroína; se trata del hecho de, que bajo su influencia, nada parece ser suficientemente importante para mí. También he probado la cocaína. Esta droga, especialmente en su conocida presentación llamada “crack”, es un tema relevante actualmente. Para mí, la cocaína es como un fuerte empujón, un estimulante que me ofrece una sensación de poder y de tenerlo por completo alojado dentro de mí, que me encuentro sentado en lo más alto del mundo. Pero siento también, a la vez, el inevitable conocimiento subyacente de que eso no es poder de verdad, que realmente no estoy en lo más alto del mundo, y que, cuando los efectos de la droga se hayan disipado, no habré ganado nada. Tengo una extraña sensación de estar viviendo una situación falsa. No se da una introspección que aporte conocimiento. No se aprende nada. De una forma un tanto peculiar, considero a la cocaína una droga de evasión, más que a la heroína. Con cualquiera de ellas, te alejas de quien eres o –más importante aún– de quien no eres. En cualquier caso, te libras, durante un período breve de tiempo, de la propia conciencia de tus problemas. Sinceramente, yo preferiría tratar los míos, en lugar de escapar de ellos; así se obtiene más satisfacción, en última instancia. Con las drogas psiquedélicas, en mi opinión, creo que los leves riesgos que conllevan (alguna experiencia difícil de vez en cuando, o quizás algún malestar corporal) se ven equilibrados de sobra por la posibilidad de aprender. Y esa es la razón por la que he decidido elegir este ámbito específico, dentro de la farmacología. ¿Qué quiero decir cuando hablo del potencial de aprender? Se trata de una posibilidad, no de una certeza. Puedo aprender, pero no estoy obligado a hacerlo; puedo conseguir nuevas ideas sobre posibles maneras de mejorar mi calidad de vida, pero sólo gracias a mi propio esfuerzo llegarán los cambios deseados. Permítame el lector intentar aclarar algunas de las razones por las que considero a la experiencia psiquedélica un tesoro personal.
Estoy totalmente
convencido de que existe un compendio de información que se ha
desarrollado dentro de nosotros, que llega a ser tan extenso como
una cantidad consistente en muchos kilómetros de conocimiento
intuitivo perfectamente comprimidos dentro del material genético de
cada una de nuestra células. Sería algo parecido a una biblioteca
que contiene un número prácticamente infinito de libros de
referencia, pero sin un modo de acceso que conozcamos. Y al no
disponer de ningún procedimiento de entrada, no hay forma de tener
ni siquiera una ligera idea inicial sobre la cantidad y la calidad
de lo que hay allí dentro. Las drogas psiquedélicas permiten la
exploración del mundo interno, así como el surgimiento de ideas que
nos informen sobre su naturaleza. Un día cualquiera, cuando miras a la cara a un nieto recién nacido, detectas que te has puesto a pensar que su nacimiento pone de manifiesto la continua y rica complejidad de la esencia del tiempo al fluir desde el pasado hacia el futuro. Te das cuenta de que la vida continuamente se expresa de distintas maneras y con diferentes identidades, pero que, sea lo que fuere aquello que da forma a cada nueva expresión, que la hace posible, no cambia nada en absoluto. “¿De dónde procede su alma, que es única de su ser?”, te preguntas. “Y adónde se dirige mi alma, la que me da la esencia a mí? ¿Hay realmente algo ahí fuera, que se manifiesta después de la muerte? ¿Hay un propósito subyacente a toda la realidad que percibimos? ¿Existen un orden y una estructura omnipresentes que permiten dar sentido a todo, o sería consciente de ello si pudiera ver esas entidades ocultas?”. Sientes la necesidad de preguntar, de investigar, de utilizar el poco tiempo que tal vez tengas, en vistas a la búsqueda de formas para atar todos los cabos sueltos, para comprender lo que exige ser comprendido. Esta es la búsqueda que ha formado parte de la vida humana, desde el primer momento en que tuvo conciencia. El conocimiento de su propia mortalidad –un conocimiento que le hace ser distinto de sus compañeros, los demás animales- es lo que da al ser humano el derecho, el permiso, para explorar la naturaleza de sus propios alma y espíritu, con el objetivo de descubrir lo que pueda sobre los componentes de la psique humana. Cada uno de nosotros, en algún momento de nuestra vida, nos sentiremos como si fuéramos extraños en el extraño ámbito de nuestra propia existencia, y entonces necesitaremos respuestas a las preguntas que han surgido de lo más profundo de nuestra alma y que nunca desaparecerán. Tanto las preguntas como sus respuestas tienen el mismo origen: uno mismo. Esta fuente, esta parte de nosotros, ha sido denominada de muchas formas a lo largo de la historia del ser humano, y la más reciente ha sido llamarla “el inconsciente”. Los freudianos desconfían de él y los jungianos están embelesados por él. Es la parte de nuestro interior que mantiene la vigilancia cuando nuestra mente consciente no lo hace, que nos da una idea de qué hacer si surge una crisis, cuando no hay tiempo disponible para el razonamiento lógico ni para tomar decisiones conforme a él. Es un lugar donde podemos encontrar ángeles y demonios, y cualquier otra cosa intermedia entre esos dos extremos. Esta es una de las razones por las que considero tesoros a las drogas psiquedélicas. Tienen la capacidad de proporcionar acceso a las partes de nosotros que disponen de las respuestas. Pueden hacerlo, pero, de nuevo, no tienen por qué hacerlo y probablemente no lo hagan, a menos que hacer posible ese acceso sea el verdadero propósito por el que se utilizan. (Continuará... :-) |
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