Amanita muscaria,
el enteógeno primigenio

por Muscimol

  

    La Amanita muscaria es el más popular y más bello entre todos los hongos. De sombrero rojo-escarlata, moteado con puntos blancos, y de pie blanco también, la A. muscaria, o matamoscas, es el hongo más llamativo a nivel visual y el que aparece en más cubiertas de libros sobre el mundo fúngico.

A pesar de que durante muchos años se lo ha considerado como un hongo venenoso, investigaciones etnomicológicas realizadas durante el siglo XX han sacado a la luz del día que esta seta ha representado –y representará- un papel muy importante en el devenir de la cultura y de la historia humanas. No sólo está íntimamente relacionada con ese mundo mágico de diminutos seres invisibles que habitan la naturaleza, los gnomos y los elfos, o con el reino secreto de las hadas, sino que a un nivel más macroscópico, sus propiedades enteogénicas han jugado un papel primordial en el mundo del chamanismo así como en la formación de importantes sistemas de creencias, como el hinduismo a partir de los Vedas.

  

Los nombres del hongo

La Amanita muscaria es el hongo de los mil nombres. Quizás el más popular de todos sea el de ‘matamoscas’, que se debe a la característica que tiene este hongo de atraer a estos insectos y fulminarlos con una notable facilidad. En castellano también se lo denomina como falsa oronja y oropéndola loca; en euskera como kuleto falsoa; y entre los catalanes, un pueblo especialmente micófilo, como reig bord, oriol foll, reig de fageda, reig tinyós, reig foll y reig vermell. 

Aunque pudiera pensarse que su nombre científico -Amanita muscaria- es la más moderna de sus acepciones, resulta que su etimología no lo es tanto. El término amanita es latino, y según algunos investigadores podría haber sido el término genérico para designar a nuestro hongo, mientras que muscaria, emparentado con el vocablo latino para nombrar a las mocas, podría encontrarse también en el griego clásico así como en el persa, quizás estando relacionados estos casos con el hongo en estudio.

 Y para remontarnos hasta sus tierras natales por excelencia, en Siberia, allí es conocido como muchumor o mukhomor, y en lo que se refiere al tronco común indoeuropeo, que se remonta a 6.000 años de antigüedad, su nombre es panx, que deriva de la misma raíz que la palabra para designar embriaguez.

  

Dime con quien andas y te diré quien eres

 La Amanita muscaria es famosa por crecer sólo en bosques en los que se encuentran determinados árboles, a saber: abedules, hayas, el pino negro y los abetos. Esto es así porqué el matamoscas crece en simbiosis con las raíces de estos árboles, lo que significa que necesita de unos nutrientes que sólo estos bosques pueden ofrecer. Esta simbiosis es el motivo que actualmente aun no se ha logrado hacer crecer la oropéndola loca en cultivos en interior preparados por el hombre.

 Como ya hemos comentado en el inicio de este artículo, la cutícula de la A. muscaria es de un llamativo rojo-escarlata sobre la que quedan unas características manchas blancas, remanentes del velo universal que envuelve el hongo en su juventud. Debido a las lluvias este color intenso escarlata puede descolorarse para presentar una tonalidad anaranjada, e incluso amarillenta, llegando a perder sus motas blancas debido a la misma lluvia. El pie del hongo –a veces llamado nariz popularmente-, es de un color blanco muy puro, con una base bulbosa y con un anillo membranoso que cuelga a media altura y que es nuevamente el resto del velo universal que lo protege en su juventud.

 En su primer estadio de crecimiento la A. muscaria tiene una forma esférica y siempre aparece envuelta por un velo blanquecino que cubre su llamativo rojo-escarlata; en este estadio de su desarrollo tiene unos 5 cm de diámetro. Al llegar a la madurez su sombrero puede alcanzar los 10-20 cm de diámetro, siendo la forma del caperuzón convexa y tornándose extendida (el centro del hongo está más hundido que los extremos) al llegar a la vejez. La altura es de unos 7-10 cm en los ejemplares que han recibido poca lluvia, hasta llegar a los 15 cm de los ejemplares más desarrollados.

 Las zonas del planeta donde se encuentra son anchas y variadas: de las estepas siberianas y gran parte del Asia septentrional, pasando por los bosques europeos desde Finlandia hasta llegar a los Pirineos y en la misma Grecia; en el continente Americano la encontramos en el norte, así como en México y Guatemala. Fructifica, como casi todos los hongos, en las épocas lluviosas de finales de verano y durante todo el atardecer, prefiriendo un clima ligeramente más frío que el resto de las setas.

 Para evitar confusiones fatales en su identificación, mencionaremos que su prima la Amanita phalloides, que tiene hepatotoxinas mortales, puede tener bastante parecido con la Amanita muscaria: a pesar de que crece en bosques de robledos y que la cutícula es de un color verde-oliváceo, el pie y las láminas son del mismo color blanco que la A. muscaria, es del mismo tamaño y al decolorarse por la acción de la lluvia puede presentar un color amarillento que puede llevar a confusión. La ingestión de la A. phalloides es la principal causa de envenenamiento por ingestión de hongos; sus efectos no se presentan hasta el cabo de unos tres días, cuando ya no es posible de encontrar un antídoto para remediar el daño causado al hígado (en caso de darse cuenta a tiempo de que erróneamente se ha ingerido este hongo venenoso, el mejor antídoto es ingerir semillas de una planta llamada Silybum marianum –en inglés milk thistle).

  

Hongos y chamanes

El redescubrimiento occidental de las propiedades psicoactivas de la A. muscaria acontece a principios del s. XVIII. Fue en 1730 cuando F. J. Strahlenberg, confinado como prisionero en Siberia, observó el uso entre los koryak de la península de Kamchatka se consumía este hongo como vehículo embriagante. Este coronel metido a etnógrafo relató en un artículo seis años más tarde que el hongo era consumido para  fines lúdicos, seco y después remojado en infusión para después beber su jugo, al mismo tiempo que también observó una curiosa característica que más tarde sería de notable importancia para identificar el Soma, la planta sagrada de los Vedas hindúes, como la A. muscaria: los comulgantes en la embriaguez muscarínica ingerían sus propios orines para mantener el estado visionario durante varios días.

 Desde aquel entonces más relatos del uso de la muscaria fueron viendo la luz de forma esporádica hasta principios del s. XX, cuando la Revolución Soviética corrió el  primer telón de acero sobre lo que acontecía en esas comarcas a la vez que se afanó en purgar esa tierra de todo tipo de chamanes inconvenientes al buen avance de la Revolución. Estos relatos informaron tanto del uso lúdico de este hongo como su empleo como embriagante chamánico, para la realización de ceremonias de adivinación y curación, a pesar de que por esas fechas la europeización de la península y ya estaba empezada –y por consiguiente la aculturación de la zona y la desastrosa aparición de los alcoholes.

  

El hongo y el origen de las religiones

 Desde el punto de vista intelectual quizás la noticia más fascinante en relación a la A. muscaria es su identificación con el Soma védico, la planta sagrada de la literatura aria compilada hace 3.500 años en el Valle del Indo. Fue en 1968 cuando el eminente etnomicólogo R.G. Wasson puso sobre el adormecido tapete del mundo académico un trabajo que revolucionaría el campo de los estudios religiosos, al publicar el histórico libro Soma: el hongo divino de la inmortalidad. En este ensayo, que se encuentra entre los más citados en el mundo de la enteogenia, Wasson ofrece una verosímil y casi incontestable identificación botánica para este milenario misterio de la religión hindú: el soma era una ‘planta’ sin raíces y sin hojas, era un embriagante que llevaba a la comunión con los dioses (un enteógeno), era roja, relacionada con el dios del trueno y al mismo tiempo un dios a la vez que también era divino su jugo, crecía en las montañas pero alejada del Valle del Indo y los orines de una persona embriagada con ella servían para embragar a la vez a los demás comensales.

 Este estudio, junto con uno precedente, Rusia Mushrooms & History, llevaron a los Wasson a sugerir la hipótesis de que el hongo se encontraba en la base del origen de las religiones, al menos en lo que se refiere al hinduismo y también al mazdeismo, el sistema de creencias de los persas iranios, en cuya literatura también aparece una planta llamada haoma, de características parejas a las enumeradas en los Vedas hindúes.

 Como que el mundo védico y el avéstico quedan muy lejos a la cultura occidental, ofrecemos como botón de muestra dos referencias que sugieren que el uso de la A. muscaria en relación con el fenómeno religioso no anda tan alejado de nuestra propia cultura. Me refiero a la ubicación de dos frescos del arte románico (arte europeo y cristiano para más señas), en las que se ven claramente representaciones de nuestro hongo como el Árbol del Conocimiento, el árbol que origina el drama humano al principio del Libro del Génesis. Estas representaciones se encuentran en Plaincourault, en Francia, y en Vic, en Cataluña, y en ambas aparecen Adán y Eva, con la correspondiente serpiente merodeando al derredor, junto a un árbol cuya copa y ramas tienen la forma característica de un hongo, de color rojizo y moteado con puntos blancos.

  

Duendes, Elfos y Hadas

 Para descender del mundo celestial de los dioses a un nivel más terrenal, a ras de tierra, visitaremos ahora el mundo oculto de los gnomos, elfos y hadas madrinas, que según antiguas tradiciones orales europeas son los pobladores más antiguos de la tierra (y que hoy en día tienen cada vez más difícil su existencia debido al incipiente fenómeno de la deforestación).

 Como se puede observar en el magnífico libro de J.Mª Fericgla, El hongo y la génesis de las culturas, los hongos, y especialmente la A. muscaria, se encuentran íntimamente relacionados con este mundo mágico de los gnomos, esos seres diminutos y traviesos que aparecen en las tradiciones populares europeas y que generalmente habitan debajo de los hongos...  Lo mismo puede decirse del más poético mundo de las hadas, del reino de estos bellos seres delicados y acogedores, que habitan en los bosques colindantes a tantas y tantas poblaciones rurales europeas.

 Es el relato de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, el libro que más popular ha hecho esta relación simbiótica entre el mundo de los hongos y el mundo mágico de los personajes que viven en el mundo invisible de los bosques encantados... En uno de los pasajes de este inmortal libro, Alicia, su protagonista, ingiere pedacitos de un hongo que lleva en su bolsillo para disminuir de tamaño e introducirse en el mundo fantástico de unas ingeniosas creaturas con las que mantiene los diálogos más desconcertantes de la literatura europea. Y ciertamente, uno de los efectos psíquicos de la experiencia de la A. muscaria es la micropsia y la macropsia, o sea, el verse a sí mismo y a los objetos que le rodean a uno disminuir o crecer de tamaño de forma desmesurada !

 

Alquimia

 Durante muchos años se pensó que el principio activo de la A. muscaria era la muscarina, un alcaloide que provocaba síntomas de acaloramiento, molestias intestinales, desorientación y otros síntomas de poco agrado al paciente que la ingería; pero el caso es que este compuesto no producía en ninguna ocasión un tipo de experiencia visionaria. No fue hasta los años 60 en que de forma independiente se descubrió en Suiza y en Japón que el principio activo responsable de los efectos enteogénicos del hongo eran el ácido iboténico y el muscimol.  

Estos dos compuestos tienen una naturaleza realmente curiosa. La primera característica que los hace especialmente ‘particulares’ es que el muscimol pasa a través del organismo humano prácticamente inalterado, siendo expulsado en la orina casi en las mismas cantidades en las que se ingirió, particularidad que explica la costumbre siberiana de beber los orines de la persona embriagada, hecho que como ya hemos comentado permitió la certera identificación del matamoscas como el Soma del RgVeda.  

La segunda característica particular de estos compuestos es que el ácido iboténico, al desecarse el hongo, se convierte por descarboxilación en muscimol, que es más estable, más potente a nivel de psicoactividad, y que en el hongo fresco se encuentra en proporciones más reducidas. De esto se sigue que el uso del matamoscas para finalidades enteogénicas se realice ingiriendo hongos secos, puesto que contienen una cantidad más notable de principio activo. A nivel de dosificación, un hongo de tamaño o dos de tamaño medio suele ser lo habitual, aunque se han reportado experiencias de gran intensidad tan sólo con la ingesta del sombrero de tamaño medio-pequeño. Aquí conviene extremar la precaución, puesto que aunque tan sólo se conoce un envenenamiento mortal debido a la ingestión de nuestro hongo, sustos evitables se han producido por ingerir cantidades excesivas de sombreros debido a la falta de psicoactividad –o a su retardo en presentarse-. También comentar que en caso de acudir a centros hospitalarios debido a un susto por intoxicación con A. muscaria, debería dejarse clara la naturaleza del caso y hacer constar que la atropina, fármaco generalmente recetado en caso de envenenamiento por hongos, es totalmente contraindicado ya que si bien contrarresta los efectos de la muscarina, potencia grandemente los del muscimol y el ácido iboténico.

  

Viajes a través del universo del alma

 Existe actualmente una notable controversia sobre la psicoactividad o potencia de las oropéndolas locas que crecen en los bosques europeos. Esto es debido a que muchas veces, personas que han probado este hongo no han obtenido una experiencia enteogénica, o en todo caso sólo han notado leves síntomas de somnolencia, fuerza física, o una ensoñación más nítida durante el sueño de la noche. No se sabe si es debido al régimen de lluvias, a las temperaturas, a su proximidad con los árboles con los que viven en simbiosis, a la edad de los hongos recolectados, a las radiaciones solares o a los nutrientes de la tierra, pero es común el pensar que los ejemplares que crecen a menos de 1.000 metros de altura carecen de psicoactividad, mientras que los ejemplares recolectados a más de 2.000 metros presentan características embriagantes más respetables.

Sea como fuere, y aunque en el 90% de las experiencias de las que tengo conocimiento las expectativas distaron mucho de los resultados, en varias ocasiones puntuales la intensidad de los efectos de la A. muscaria han sido tales que puede considerarse que el hongo operó a la inversa de los otros casos frustrados. Mi propia experiencia es que las vivencias acontecidas bajo la influencia de la A. muscaria pueden ser de una intensidad tan grande como la proporcionada por una de las sustancias más potentes conocidas: la 5-Meo-DMT –otro enteógeno legal, posiblemente porqué su reducido uso no ha llamado la atención de las autoridades.

 En los casos afortunados en los que la experiencia se manifiesta, los efectos pueden demorar hasta unas dos horas y media en presentarse, cosa que supone el primer sobresalto a la persona acostumbrada a otros enteógenos, de efectos más inmediatos. Y para seguir dibujando otra de tantas particularidades de este hongo, advertir que los efectos pueden manifestarse súbitamente, pasando de un nivel de consciencia ordinario a otro profundamente embriagado en tan sólo cinco minutos! Por si esto fuera poco los efectos de la A. muscaria pueden constar de varias fases, a diferencia nuevamente del resto de enteógenos. Aunque no suelen presentarse todas ellas en cada experiencia efectiva, por orden de sucesión son: sensación de euforia, como si se hubiera tomado un estimulante, pero decantándose el ánimo básicamente a la jovialidad y la vitalidad; cantar, conversar o salir zumbando entre los árboles del bosque más próximo. La segunda fase es la que es conocida por la creación del imaginario colectivo referente a los gnomos, esas fierecillas traviesas que viniendo de los bosques penetran en las casas para hacer de las suyas... La tercera fase corresponde a la imaginería propiamente enteogénica, con experiencias de contenido espiritual y místico; esta tercera fase puede ir acompañada de una intensa sensación de sueño, que no vence ni el más potente estimulante, y que puede resultar en que la mayor parte del ‘viaje’ quede sepultado en la memoria del psiconauta –recordando este tan sólo las primeras fases y la última al despertar de su profundo sueño. De todas estas observaciones, y del comportamiento imprevisible, alocado y desconcertante del psiconauta, se sigue la necesidad de disponer de una persona de confianza y con experiencia en caso de realizarse la experiencia, así como recordar la frase de R.G. Wasson: ‘Si no estás seguro de querer probarla, déjalo para otra ocasión’ –siempre habrá tiempo para ello-.

 El viaje con la A. muscaria puede durar de cuatro a seis horas, sin contar la fase inicial de espera a que los efectos empiecen a manifestarse. La naturaleza de la experiencia, comparada por ejemplo con la de los hongos psilocibínicos, es más arcaica a la vez que imprevisible, menos cálida pero más sorprendente, menos civilizada y a la vez que más impactante.

  

 

  Libros sobre la Amanita muscaria


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