La Emboscadura

Capítulo 10

Ernst Jünger
 

Capítulo del libro La Emboscadura, de Ernst Junger, en relación a los acontecimientos que actualmente están planteándose en el mundo. Voluntad de poder, titanes, guerra civil mundial, destrucción... En cierta manera, lo que plantea Jünger en este libro es que el mundo está afrontando una situación de muerte/renacimiento, un proceso que destruye todo lo que encuentra de por medio, para dar paso luego a una nueva primavera. Algo similar a lo planteado por Stan Grof en sus libros sobre psicología, pero pasándolo de un nivel personal a planetario.

La Emboscadura (Ernst Jünger)

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   Una de las notas características y específicas de nuestro tiempo es que en él van unidas las escenas significativas y los actores insignificantes. Esto es algo que se pone de manifiesto sobre todo en los grandes hombres que aparecen en su escenario; uno tiene la impresión de que todos ellos son personajes de ésos que pueden encontrarse en las cantidades que se desee tanto en los cafés de Ginebra o de Viena cuanto en provincianos mesas de oficiales del ejército o también en oscuros caravasares. En aquellos sitios donde, además de la mera fuerza de voluntad, aparecen también rasgos espirituales, nos está permitido sacar la conclusión de que allí perdura un material antiguo; tal es, por ejemplo, el caso de Clemenceau, del que puede decirse que era un hombre de una pieza.

    Lo que en este espectáculo resulta irritante es que en él la mediocridad va asociada a un poder funcional enorme. Estos son los hombres en cuya presencia se ponen a temblar millones de seres humanos, los hombres de cuyas decisiones dependen millones de personas. Y, sin embargo, son los mismos hombres de los cuales es preciso decir que han sido elegidos con un zarpazo infalible por el Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo, si es que queremos contemplar aquí a tal espíritu en uno de sus aspectos posibles, el de un enérgico empresario de demoliciones. Ninguna de esas expropiaciones, socializaciones, electrificaciones, concentraciones de tierras, fraccionamientos y pulverizaciones que se llevan a cabo presupone ni cultura ni carácter; antes al contrario, esas dos cualidades resultan nocivas para el automatismo. De ahí que en aquellos sitios del paisaje de talleres donde se puja por el poder, éste sea adjudicado a aquél en quien la insignificancia está peraltada por una voluntad fuerte. En otro lugar volveremos a abordar este tema y en especial sus implicaciones morales.

    Pero en la misma medida en que las actuaciones comienzan a perder interés desde la perspectiva de la psicología, en esa misma medida se tornan más significativas desde la perspectiva de la tipología. El ser humano penetra en unas circunstancias que él no abarca en seguida con su conocimiento consciente ya las que mucho menos aún configura - sólo con el paso del tiempo va adquiriendo la óptica que hace comprensible el espectáculo. Sólo entonces será posible el dominio. Antes de poder actuar sobre un proceso es preciso haberlo comprendido.

    Con las catástrofes vemos aflorar a la superficie figuras que muestran estar a la altura de ellas y que las sobrevivirán cuando hayan quedado hace mucho tiempo olvidados los nombres casuales. Entre esas figuras se cuenta sobre todo la del Trabajador, la cual avanza con paso seguro e imperturbable hacia sus objetivos. Lo único que el fuego de la catástrofe hace es realzar más y más esa figura, tornarla cada vez más resplandeciente. Aún brilla iluminada por la incierta luz de los Titanes; no barruntamos en qué ciudades regias, en qué metrópolis cósmicas alzará esa figura su trono. El mundo lleva ahora el uniforme y las armas de la figura del Trabajador - y alguna vez llevará también su vestido de día de fiesta. Dado que por el momento esa figura se halla en los primeros pasos de su carrera, el compararla con lo que ya ha llegado a su acabamiento no le hace justicia.

    En el séquito de la figura del Trabajador aparecen otras figuras - también aquéllas en que se sublima el sufrimiento. Entre ellas se encuentra el Soldado Desconocido, el Soldado Anónimo, que precisamente por estar desprovisto de nombre se halla vivo no sólo en todas las capitales, sino también en todas las aldeas, en todas las familias. Los lugares del combate, sus objetivos temporales, incluso los pueblos de que esos soldados desconocidos fueron representantes, todas esas cosas van difuminándose. Se enfrían los incendios - y lo que queda es otra cosa, algo que es común a todos y hacia lo cual no se vuelven ya la voluntad y la pasión, sino el arte y la veneración.

    ¿A qué se debe el que la figura del Soldado Desconocido vaya claramente asociada al recuerdo de la primera guerra mundial, pero no al de la segunda? Se debe a que en la última resaltan con claridad las modalidades y los objetivos de la guerra civil mundial. Con ello vuelve a pasar a segundo plano lo propiamente bélico, el soldado. En cambio, el Soldado Desconocido de la primera guerra mundial continúa siendo un héroe, un domeñador de los mundos del fuego, que toma sobre sí grandes cargas en medio de aniquilaciones mecánicas. Ello lo convierte en un descendiente legítimo de la caballería de Occidente.

    La segunda guerra mundial se diferencia de la primera no sólo porque las cuestiones nacionales pasan abiertamente a formar parte de las cuestiones de la guerra civil y quedan subordinadas a éstas, sino a la vez porque en ella se intensifica el desarrollo mecánico y de ese modo se acerca, en el automatismo, a los últimos límites. Esto comporta ataques exacerbados contra el nomos y contra el ethos. En este contexto se llega a batidas efectuadas por un poder que supera en mucho el del adversario, a batidas que no dejan ninguna esperanza. La batalla de material se intensifica hasta convertirse en una batalla de cerco, hasta transformarse en un Cannas, al cual le falta, empero, la grandeza antigua. El sufrimiento crece hasta tal punto que por fuerza queda excluido lo heroico. Al igual que todas las otras modalidades de la estrategia, también ésta nos procura una imagen exacta de nuestro tiempo; éste intenta clarificar en el fuego las cuestiones que le son propias. Desde hace ya mucho está preparada la batida del ser humano, una batida que no deja escapatoria ninguna; y está preparada por teorías que aspiran a dar una explicación lógica y compacta del mundo y que corren parejas con el desarrollo técnico. Al adversario sé lo cerca primero en el campo de la razón y luego también en el campo social; a esto se agrega, llegada la hora, su exterminio. No hay destino más desesperanzado que el caer en un proceso como ése, en un proceso en el cual el derecho se ha convertido en un arma.



       


Ernst Jünger

 

 
 

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