Una rave en la montaña
El hombre, los hongos, la naturaleza y yo

por Utopiagon

Largo relato, en cescendo, de una rave en la naturaleza, con hongos y música techno -y sobretodo con amigos, 'desconocidos' y pensamientos naturales

  
   Un sábado, en una celebración en Madrid, me pasaron un flyer (pequeño papel informativo) de una fiesta que tendría lugar en la Sierra. Parecía interesante, pero como estaba teniendo una conversación interesante, guardé el papel para leerlo en otro momento, y continué hablando.

    No sería hasta más adelante, en una curiosa noche, que una desconocida me habló de que al día siguiente iba a ir a una rave en la montaña, entonces me acordé del flyer. Aquella conexión hizo decidirme a ir, quedando con aquella chica, su amiga y mi amigo. El papel estaba en mi casa y recordé que ni si quiera lo había mirado detenidamente, "ya lo haría al día siguiente", pensé.

    El mapa del papel nos llevó fácilmente al punto de encuentro, un hermoso valle (desconocido todavía para mí) enclavado en la Sierra de Madrid, con zonas de espesos robles, y algún que otro claro, un lugar muy atractivo para los ojos. Tranquilamente, tomamos asiento en el suelo y esperamos a que aquello comenzara, porque éramos de los primeros. Entre unas cervecitas y algún que otro porro poco a poco fuimos conectando con el resto de la gente. Pronto éramos más de diez personas sentadas juntas, conocidas y no tanto. Se respiraba un buen ambiente, y cuando me quise dar cuenta llevábamos más de una hora hablando de drogas. Mientras tanto, habían crecido cerca de nosotros un par de puestecillos de smart drugs, con las conocidas sustitutas de éxtasis y demás "golosinas".

    En un de mis paseos del grupo a una de las carpas vi como depositaban un tazón con varias setitas sobre una de las mesas. Fue una grata sorpresa para mí, pues llevaba tiempo deseando irme al campo para probar allí los hongos, y esta parecía ser una buena ocasión. Si no me encontraba del todo bien, siempre podría caminar montaña arriba para alejarme del bullicio y estar más en armonía con el entorno. El problema es que no es seguro que tuviera dinero suficiente para después, ya que la fiesta sería larga. Le propuse un trueque al de los hongos, pero agradecidamente, lo rechazó, diciendo:

    - ...Pero te voy a dar un par de ellos de regalo-.

    No cabía en mí de gozo y agradecimiento, le agradecí el presente y fui a decírselo a mis compañeros.

    La pena es que nadie parecía dispuesto a acompañarme, así que esperé pacientemente el momento. Llegaron unos desconocidos (para mí) que habían comido unos pocos. Entonces, comenzaron las conexiones. Cuando me di cuenta, llevábamos un buen rato hablando de enteógenos y sustancias. Al comentar lo de los hongos, y enseñárselos, uno de ellos me pidió dulcemente si le dejaba pintar uno de ellos. Yo le dije que claro, que se tomara todo el tiempo que quisiese, y le confié los dos psilocibes. Dijo que haría con el dibujo unas camisetas, y yo le animé y le dije lo deseoso que estaba de ver alguna en el futuro.

    Poco a poco anocheció, y en otro de mis paseos, vi cómo se preparaban varios percusionistas entre las congas y el yembé.

    Fui a avisar al amigo que me acompañó en el viaje, sabiendo lo que él ama la percusión (y yo). Juntos asistimos a una sesión incomparable; tres hombres y tambores, una orgía excitante de golpes, ritmos, sensaciones. Intenté de nuevo buscar un acompañante para los hongos, pero no fue posible encontrarlo.

    Dando un paseo con dos amigos decidí comerme uno, masticándolo poco a poco, con respeto y algo de recogimiento interno. Y guardé el otro en un bolsillo para algún futurx acompañante. Fuimos hacia el río, como unos chavales, atentos al entorno. Ya lo habíamos comentado, pero hicimos hincapié en lo curioso de la fiesta, y en qué pensaría el bosque y el entorno de todo aquello, de los watios de tecno y la basura y todas esas pisotadas y demás. A mí de dolía un poco, pero tampoco creía que fuera nada exagerado que el tiempo no pudiera curar.

    Nos lavamos las manos en el agua del río, en la casi total oscuridad que le daba la vegetación, que dejaba filtrarse algunos rayos de la luna entre las ramas.

    No sé del todo porqué, pero deslicé mi mano en mi bolsillo para sacar y comerme lentamente el otro hongo.

    Tranquilamente, volvimos hacia la rave, un poco más identificados con el entorno natural. Y volvimos a sentarnos en el grupo. Algunas personas no estaban, y nuevas habían llegado.

    El tecno de la carpa principal llenaba el ambiente, y también la gente. No sé quién pinchaba en ese momento, pero lo hacía muy bien. No obstante, no tenía ganas de ir hacia allá, porque me encontraba plenamente a gusto con la gente que estaba.

    Intenté conocerles un poco mejor, entre los primeros efectos leves de las setas.

    Cuando más se empezaban a hacer notar, me resultaba muy difícil expresar la complejidad de mis pensamientos en palabras, igual que ahora. Sé en modo general lo que pensé y las conclusiones que saqué, pero resulta muy difícil concretarlas y detallarlas. Con un poco de esfuerzo, lograba transmitir de alguna manera algo, con algunos rodeos, pero mucho trabajo.

    Se nos ocurrió ir al coche de mi amigo a por su djembé, y una cámara de fotos, dos objetos que me apasionan, mágicos a su modo...

    He de repetir que sólo conocía bastante a una persona de entre todas, aunque me di cuenta de las conexiones tan mágicas que a veces se dan. Muchas veces me ocurre que conozco a alguien por casualidad o a través de algún amigo, y luego encuentro alguna conexión amistosa con otro conocido, encuentro una conexión casi inverosímil. Otras veces, incluso, me han hablado de esa persona varias veces, con el objetivo de presentármela, y resulta que ya la conocía por otras fuentes...

    Un ejemplo en esa noche fue alguien que había visto algunas semanas atrás, en otras fiestas. No hice la conexión hasta hablar con él un poco más y en un momento, al entrar la música en la conversación, le oí decir que tocaba la flauta. Resulta que hacía meses que oía su flauta en las calles de Madrid ligando melodías celtas de una manera muy propia y peculiar. Siempre que oía su flauta escuchaba una bonita pieza de Luar Na Lubre, tocada a su modo. Cuando se lo conté nació un virtual lazo de confidencialidad entre nosotros.

    Al rato, me ofrecí a acompañar a mi amigo a por una cámara de fotos y su djembé. Hice una foto con exposición de un minuto mediante un pequeño trípode y un disparador, con bastante dificultad en aclarar mis pensamientos con mis acciones. Por eso mismo decidí guardar la cámara y no hacer las fotos de la rave que preveía haber hecho. Me senté sobre el djembé y comencé a tocarlo, yuxtaponiéndome al ritmo del techno psicodélico que ahora mezclaban, haciendo juguetonas y audibles variaciones, ya que estábamos a considerable distancia de la carpa desde donde sonaba.

    Durante un tiempo indefinido sentí la música y participé de ella de tal modo que me encontraba muy muy bien. Sabía que así sentado, golpeando con las manos y el pensamiento y el sentimiento, podría permanecer horas y horas, disuelto en las esencias de los ritmos melodías y yuxtaposiciones constantes. La música era un todo. Sin embargo, pasé el djembé a otro y continué hablando. Pero al rato, llegó alguien a quien tengo gran aprecio. No le conozco hace mucho pero hay unos vínculos muy fuertes y positivos entre nosotros, y no sabía que vendría. Los dos juntos nos pasamos un buen rato golpeando el djembé, fluyendo juntos en armonía, pacíficamente, mucho más que cuando lo toqué solo.

    Como había tal fluidez entre nuestra percusión y el GOA que pinchaban, que también incluía percusiones e instrumentos nada tecnológicos, decidimos movernos cerca de la carpa, con el jembé, para buscar un huequecito y sentarnos a tocar y conversar, o bailar si nos apetecía.

    Entonces, de camino, sucedería otro hecho fortuito que cambiaría los planes, al menos para mí. Tuve otro encuentro con alguien con quien quería hablar, pues sólo lo conocía de una vez, y habíamos quedado en vernos más adelante, para seguir conversando. Cariñosamente nos saludamos y nos dimos ánimos, y en seguida le transmití que en ese momento me encontraba en tal estado que me era difícil comunicarme verbalmente, sobre todo en el tema que tanto nos unía a los dos. Le dije que en unas horas nos veríamos tranquilamente. Y al mirar hacia la carpa me di cuenta de que había perdido a mis amigos, y de que me sería difícil encontrarles con la oscuridad, las deformaciones que mi visión comenzaba a padecer, las luces psiquedélicas, fluorescentes, las telas pintadas con day-glo, los innumerables cuerpos moviéndose al ritmo de esa música que se me metía directamente a la mente. Me dije que el que estuviera mezclando se lo estaba currando cantidad.

    No pude resistir las ganas de bailar, porque intenté, con dificultad, adivinar, y después preguntar dónde estaba el dj, porque con tanta gente, no podía saberlo. Me costó bastante llegar hasta él por la acumulación de gente en la zona. Las pequeñas barras que sujetaban la lona dividían el espacio en pequeños cuadrantes de manera velada, no del todo constatable. Por fin llegué a aquél rincón imposible, donde un tío mezclaba dos discos. El lugar parecía desafiar las leyes tridimensionales de la física, daba la sensación de que se sostenía en un equilibrio imposible, y que de un momento a otro iba a derrumbarse hacia el abismo del espacio tiempo. Pensándolo a posteriori, el hecho de que las paredes y el techo estuvieran hechas de lona, habría incitado esta percepción, con esos ángulos y arrugas tan sugerentes a la observación visual durante las experiencias. Pero la realidad era que en verdad, y no sé exactamente cómo lo percibí, parte de la construcción estaba a punto de caer poco después, descuadrándose una de las barras que, cruzadas, sujetaban el techo. Entre un chico y yo rehicimos la cabaña, ayudándonos con la goma que sujetaba mi pelo, que quedó suelto por el resto de la rave.

    Me dejé llevar de nuevo por los ritmos de la música, que no supe decir de dónde venía exactamente, a pesar de tener los altavoces al lado. Me pareció que venía de varios sitios a la vez, como proyectada. Parecía que venía de todos los sitios. La razón de esto puede ser que el cerebro presta más atención de lo normal a los sonidos rebotados llegando a ser de la misma importancia o mayor que los directamente incidentes en el oído. La vivencia, sin pararme a pensar en esto, fue de lo más especial. (Posteriormente, leyendo a Wasson en su "Teonanácatl", conecté esto con sus comentarios sobre la percepción auditiva bajo los efectos de los hongos).

    Entonces, por el rabillo del ojo, me vino un reflejo que me hizo mirar allá. Estaba empezando un pequeño espectáculo de malabares con fuego, y un escupidor llamaba la atención de unos cincuenta metros más allá de la carpa, iluminando todo el entorno con enormes llamaradas que salían de su boca. Me quedé con la boca abierta, admirando el espectáculo. Mis ojos no podían creer lo que veían, alguien con tres mazas de fuego, toscamente hechas con palos angulosos de madera las hacía moverse despacio frente a su cara y las sostenía en la cabeza, atravesando con una de ellas espacios imposibles por entre las llamas, sin quemarse un solo pelo.

    Aquél fuego lamiendo la tierra y flotando entre la luz de Marte, que brillaba de una manera especial. Esto lo percibí mientras anochecía, y habían comentado que aquella noche Marte estaba mucho más cerca de lo que lo había estado en decenios, y era un momento ideal para observarlo. Sin embargo, a esas alturas de la noche, mi distorsión visual empezaba a dificultarlo, no podía centrar la vista y enfocar muy bien. Pero, a cambio, el espectáculo de reflejos, como acuáticos, la fuerte luna que estaba tan cerca de la montaña de atrás, que lanzaba destellos más psicodélicos que los tubos de luz fluorescente colocados aquí y allá.

    En una pequeña vuelta para ver si encontraba a alguien, me topé con una de las diversas esculturas diseminadas, y la observé curioso.

    Entonces, ante mi estado, recurrí a algo que siempre había tenido presente, si la gente producía en mí algún tipo de saturación, siempre podría caminar y apartarme un poco, para, tranquilamente, dejarme llevar por el entorno, ser mecido por la madre natura.

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    Y eso hice; seguí el camino hacia el río, donde todavía me crucé con algunas personas. Entonces seguí el río hacia arriba, tranquilamente, a través de un mínimo sendero casi imposible de seguir, por la oscuridad en esa zona donde los árboles y la depresión del terreno dificultaban el paso de la luz de la luna. Sin embargo, gracias a que mis ojos claros me permiten una gran visión en difíciles situaciones, y mi experiencia en moverme por terrenos escabrosos, pude avanzar sin peligro. Otra dificultad añadida eran las modificaciones perceptivas producidas por los hongos, a pesar de lo cual todo fue bien. Los ramajes se dibujaban levemente y las manchas muy oscuras significaban huecos o piedras. Aunque la música no dejaba de oírse, el río y su murmullo empezaron a decirme cosas muy apaciguadoras. Todo estaba quieto, salvo las ondas de sonido y las acuáticas junto a mí.

    Seguí avanzando, y, un poco confiado, avivé el ritmo, sin darme cuenta de que entraba en una zona frondosa y mucho más oscura que lo anterior, pero como mi movimiento era suave y nada lo interrumpía, lo continué hasta que un golpe de razón me hizo parar en un momento concreto. No veía nada; la pequeña actividad había además incrementando los efectos fúngicos. Levanté mi mano hacia el frente y mi asombro fue enorme al toparme con una rama que estaba a escasos centímetros de mi cara. No exagero si digo que apenas eran cinco. No digo que presentí eso, de echo me paré por pensamiento, no presentimiento, pero dio la casualidad de que fue justo antes de haber podido saltarme los ojos. Hay quien dice que no existe la casualidad.

    Me quedé ahí muy quieto, pensando en el asunto. De nuevo acusé un incremento psicoactivo, y decidí seguir moviéndome. Lentamente, rodeé la zona oscura alejándome un poco del arroyo y llegué a una zona más luminosa, que me permitió seguir ascendiendo junto al río. Unos metros más arriba me encontré con los restos de una ancestral casa. De ella sólo quedaban parte de los muros de menos de medio metro de alto, haciendo difícil reconocer la forma original. La naturaleza había asimilado perfectamente aquella zona, convirtiéndola en armoniosa, parte del entorno, algo bello y proporcionado. Aquella imagen apaciguó en mí una inquietud difusa sobre el presente.

    Extendí esa conclusión a la propia humanidad, a nuestras personas, que, lejos de desagradar al entorno, sumábamos preciosas notas que se unían a aquella sinfonía.

    Seguí caminando un rato más. La pendiente se suavizó, formando una pequeña loma, donde la vegetación era un poco baja, llegando los matorrales hasta la cintura. Desde allí tenía una magnífica vista nocturna del valle que remontaba y las montañas de enfrente y alrededor. De lo único que no fui capaz de alejarme fue de la música. Por lo que percibí, debería de atravesar la montaña hacia otro valle y sumergirme en él para no escucharla, y seguro que me llegaría su rumor. No lo descarté por perderme, sino porque la vuelta al punto sería mas penosa y duradera.

    Me senté allí y dejé que la tierra me meciera, sintiéndola abrazarme. Observé el cielo, tan conocido por mí, pero nada de lo que vi se correspondía con las constelaciones con las que estaba familiarizado. Con algún esfuerzo, lograba enfocar ciertas zonas, y reconocer aun con más esfuerzo alguna constelación. Por lo menos di con la estrella polar, pero cuando me relajaba y me dejaba llevar, todo el firmamento parecía cambiar, y mostrarse como fue, como será, o como hubiera podido ser. Ya no hice casi ningún esfuerzo más por "reordenar" el firmamento. Unos reflejos me venían por el rabillo del ojo. Se trataba de la luna, que medio asomaba por detrás de una loma al otro lado del riachuelo. Eran unos halos plateados; lechosos, que llegaban a cubrir todo mi campo visual, parecía que tenía unas leves pulsaciones con un ritmo singular que no era evidente al principio, pero que con el tiempo asemejaba mostrar el pulso de la naturaleza; del cosmos. Cerca de ella, Marte, lanzaba otros destellos luminosos de insospechada potencia y belleza, entre el blanco, el naranja, y el rojo.

    Había momentos en los que parecía que una estrella escapaba a mi vigilancia y se iba moviendo poco a poco para ubicarse en otro lugar del cielo, como si estuvieran jugando conmigo. Y en los momentos más altos, se alineaban todas en formaciones caprichosas, paralelas entre sí. Todo esto me mareaba la cabeza (no el cuerpo), y me dejaba intranquilo en el buen sentido de la palabra.

    Aunque aquél techno psiquedélico no se apartaba de mis oídos y creí que me acabaría poniendo de los nervios, fui llegando a conclusiones positivas sobre la situación. Sentí que aquél ecosistema, los árboles, el río, las demás plantas, y los animales que estarían evitando un poco aquél jaleo, no estaban del todo descontentos. De hecho, el mal que creí que estábamos de algún modo haciéndoles, no era tal. [Incluso la posible basura que se tirara, como luego me he entrado, era recogida por lxs organizadorxs, con el detalle de buscar hasta la última colilla.]

    Empecé a sentir que el entorno me decía que estaba gustoso con nuestra presencia, que se sentía muy bien y nos daba la bienvenida, que nos respeta cómo nosotros a él. No hablo de palabras que oyera, sino de estas sensaciones que venían de todo lo que percibía a mi alrededor, desde el cielo, hasta la tierra que mis manos tocaban, y sentían fresca y con vida. Llegó un momento en que incluso la música entraba en sintonía con esta melodía, evidenciando la naturaleza procesal, la naturaleza del ritmo, la naturaleza del cambio y la yuxtaposición. Parecía la canción de la vida, que no está escrita pero que suena continuamente, y entra en sintonía con cualquier pulsación que provenga de cualquier rincón del universo. Sentía cómo la música de la rave salía siguiendo los relieves de la zona, los valles de los ríos en dirección ascendente, hasta proyectarse más allá de nuestra esfera terrestre. Era pura magia lo que percibía; hermoso y pacificador.

    Sin embargo, había todavía una pequeña y escondida vibración interior que me tenía algo inquieto. Poco a poco, di con su origen. Casi sin querer, recordé lo que ocurrió hace tiempo, cuando María Sabina mostraba a Wasson, y con él a todo occidente, el poder de los niñitos -los hongos psilocibes-, descubriéndonos algo que estaba oculto y perdido a nuestro mundo desarrollado, pero que allá se mantenía presente y lleno de vida. Recordé el acoso de sus vecinos que sufrió por desvelar este secreto a los occidentales. Recapacité hondamente, y sentí el dolor de lxs nativxs, que de algún modo suponían que en el futuro esto sería negativo para su comunidad. En cierto modo esto sería cierto, pero... ¿qué hubiera ocurrido si fueran otrxs lxs transmisores, o las condiciones?. Entonces sentí el dolor de Sabina, que decidió mostrar su amado aliado fúngico a aquél "Gordo Guasón", como simpáticamente le llaman todavía. No creo que otra persona se hubiera acercado al fenómeno con tanto respeto y profesionalidad que G. Wasson y compañía. Y, sobre todo posteriormente, he ido saboreando el amor con el que él, sus contemporáneos y benefactores se acercaron a estas culturas y a sus portadorxs para acercárnoslas a nosotrxs, de las que hemos aprendido y sacado provecho.

    Así, en el presente, han llegado los hongos a extenderse por otros lares donde no eran tan abundantes, o donde su uso había quedado oscurecido, perseguido... Así habían llegado a mis manos aquellas criaturitas, aquellos frutos de conocimiento, fuentes impredecibles de las que tantas veces había oído hablar, que tan sólo había vislumbrado a veces y muy pocas degustado, y menos en aquellas condiciones.

    Entonces pensé en que no es lo mismo tomar MDMA que Cannabis, o LSD o psilocibina... Ya había pensado numerosísimas veces en el tema, pero ahora cristalizaba y tomaba una forma del todo concreta, lo veía claramente; aunque ya había llegado a la conclusión, ahora lo tenía delante de una manera mucho más clara y sencilla. Cualquier substancia no es "buena o mala", sino que depende de cómo, quién, dónde, cuándo, porqué... Directamente los hongos me dijeron que no son "juguetes", que tenemos que aprender a ubicarlos entre nosotros. Son bastante "nuevos" para nosotrxs, y nosotrxs para ellos. Hablo de culturas, y creo que mucha gente va captando esto. No quiero decir que debamos envolverlos en un ritual pseudo-chamánico, pero tampoco son para tomarlos e irse de "fiesta". Más de unx que lo haya hecho no lo habrá pasado demasiado bien. Hablo de que nos tomemos con un poco de calma el asunto, y prepararnos interior y exteriormente para ello. Claro, que también hay que dejar un hueco para la interacción y la casualidad, donde dan mucho de sí. Me parece que deberíamos aprender mucho de las culturas de origen de estas plantas para poder ubicarlas entre nosotrxs.

    La conclusión fue tener mucho cuidado a la hora de divulgar estos temas. Me entusiasmo mucho cuando hablo de las plantas y sus poderes, y entendí que debería modificar un poco mi manera de desenvolverme, sin perder entusiasmo, pero recomendando precaución, investigación y conocimiento, y mucho respeto (que es lo que poco a poco, he ido y sigo aprendiendo).

    Poco a poco fui desvelándome otros detalles de mi personalidad, y limando algunos vértices, expulsando bastante mal, y reconfortándome con una visión de tranquilidad y mucha paciencia, no sin haber sentido cierto vértigo.

    Otra percepción que fue cristalizando a lo largo de la jornada, incluso más allá, fue la existencia de una subcultura underground. Como siempre, no era algo nuevo para mí, pero lo experimentaba de manera directa, lo veía con mis propios ojos (algo más que la anterior intuición). Lo sentía como una serie de impulsos que empezaban a tomar forma en personas que estaban continuamente planteándose su papel en el mundo, ofreciendo nuevas perspectivas y vías de desarrollo.

    Esto me llenó de veras, porque significaba mucho para mí. Cuando encuentras muchos impulsos similares a los tuyos, te parece que el mundo puede ser más bonito, que de hecho el mundo es mucho más bonito y sorprendente de lo que parece.

    Cuando pasó un tiempo que no fui capaz de concretar (de 1-4 horas), pensé que ya estaba en condiciones como para bajar a la rave y buscar a alguien conocido. Los efectos habían remitido, aunque se mostraban todavía presentes. Me sentía capaz de controlarlo todo un poco mejor, y me dirigí hacia la música con una sonrisa satisfecha y serena.

    Empezaba a ser consciente de todo lo que había experimentado (antes sólo me limité a experimentarlo) Y pensé (así fue), que me llevaría un tiempo asimilarlo todo convenientemente.


    Utopiagon

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