CEREMONIA DE PEYOTE
HOMENAJE AL ABUELO
Lophophora williamsii

por Amapolo

Peyote (Lophophora williamsii) Extenso relato de una experiencia con el cactus mexicano Peyote, también llamado el abuelo entre sus conocedores


    ANTES DE LA CEREMONIA

   Llegamos al lugar un amigo y yo. El sitio era una casa en medio del monte con algunas otras casas bastante separadas unas de otras. Era una zona de ladera, dentro del valle, poco inclinada y con terrazas agrícolas con almendros y olivos, todo rodeado de un bonito pinar de pino carrasco. Arriba había unas montañas pertenecientes a una sierra bajita próxima a la costa. Típico paraje mediterráneo.

    El día era frío y muy ventoso, era el fin de semana que sufrió un enorme temporal todo el litoral levantino y gran parte de la Península, pero aquí, como había montañas que protegían, el tiempo resultaba más apacible.

    Contando con el chaman éramos 9 personas las que íbamos a participar en la ceremonia. Tomamos una cena ligera con frutos secos, fruta, puré, ensalada, etc.. Durante estos momentos previos estuve un poco nervioso: no conocía a la gente, ni sabía de qué iban y sobre todo tenía mucha intriga de cómo iba a ser la ceremonia y el efecto en mí del peyote, al que llamaban medicina. Hubo una cosa que me tranquilizó bastante: el chamán nos dio una hoja con una serie de preguntas, a contestar, sobre lo que esperábamos de esta experiencia, en que momento de nuestra vida estábamos, etc..

    La preparación de la ceremonia consistió en colocar en el centro del salón, de la casa, una especie de altar o centro hecho con una tabla de madera, encima de la cual el chamán puso un montón de tierra traída de un hoyo que previamente habíamos cavado en el campo de almendros de al lado.

    Digamos que este altar iba a ser el centro de atención durante toda la velada. Al lado del altar el chamán colocó una serie de objetos como bolsas de tela, botellas, unas alas de ave rapaz, una maceta con un enorme ejemplar de peyote vivo con 12 costillas, una especie de maraca, un tambor con un palo para tocarlo, un tarro lleno de polvo de peyote, tres botellas con un líquido hecho a partir de una infusión de polvo de peyote y más cosas.

    En el altar de tierra, el chamán, echó unas pocas paladas de ascuas sacadas de la chimenea que había en un extremo del salón con abundante lumbre. Después todos nos colocamos, sentados en unos colchones, alrededor del altar.


     LA CEREMONIA

    Antes de comenzar con la ingesta del líquido de peyote, el cual nos lo presentaron como "la medicina", el chamán realizó una serie de acciones con el significado de bendecir la ceremonia, echando semillas sobre las ascuas del altar y esparciendo el humo por todos lados con un ala de rapaz. Luego se lió un enorme cigarro, de un tabaco extraño, con una hoja de mazorca de maíz. Estos cigarros cumplían un importante papel en la estructura de toda la ceremonia. El gran cigarro, llamado
tabaquito, se utiliza para que cualquier participante, en el transcurso de la ceremonia, tome la palabra mientras está fumando, entonces cualquiera que quiera decir algo coge el tabaquito y se pone a hablar mientras fuma. Este tabaco tiene un sabor muy suave, con un aroma a anís y es tan grande que da para fumar todos durante mucho rato. Durante la ceremonia hay 4 tabaquitos:

    Bien, pues el chamán encendió el primer tabaquito, esparció el humo por el altar y por todos los objetos que había por el centro del salón, convocó al "Gran espíritu" y a otros espíritus del lugar y explicó un propósito general como línea de la ceremonia. Luego el tabaquito fue rulando de mano en mano para que todos los participantes fumaran y dijeran sus propósitos.

    Cuando todo el mundo hubo fumado empezó la toma del líquido (medicina). Primero empezó el chamán que se bebió un vaso a tragos grandes y despacio, luego pasó la botella y el vaso al resto de
participantes, que uno a uno fuimos bebiendo, eso sí, con gran dificultad porque el mejunje estaba malísimo; era amargo con un toque dulzón tal que a muchos les provocó arcadas. Todos (as) bebimos un vaso.

    La subida empezó muy suave, con un efecto parecido al del "Extasis o MDMA"; me provocó un enorme sentimiento de empatía con la gente y con todo lo que me rodeaba. Los primeros sentimientos que me venían eran de amor por todos los que estaban allí junto con un enorme gozo que fue aumentando durante toda la ceremonia. Si tuviera que resumir mi experiencia en una palabra esta sería "GOZAR", y la verdad es que gocé como un perro.

    La gente empezó a vomitar pues la subida provoca fuertes náuseas; vomitaban en una bolsita, mirando al altar. El simbolismo de este acto, dentro de la ceremonia, es el de purificación, el de echar lo que quieras fuera de ti, toda la mierda y todos los malos rollos que se tienen dentro. Es una limpieza. Yo no vomité en toda la noche, sólo tuve alguna que otra náusea, pero que no me llegó a hacer vomitar. Debe de ser que o tenía poco malo que echar de dentro o que no era el momento
de sacar la mierda para fuera. La verdad es que sólo sentía buen rollo y placer en este viaje. Hubo alguna persona que no paró de vomitar durante toda la noche; tendría mucho mal rollo que echar para afuera, o un estómago muy sensible.

    Bueno, el caso es que la cosa empezó a subir mucho más, todo iba tomando un tono más extraño y psiquedélico. Empezaron a aparecerme, al cerrar los ojos, imágenes de colores muy vivos y brillantes. Por mi experiencia con otras drogas psiquedélicas, tengo que decir que esta es especialmente visual, las visiones son de un colorido abrumador y la transparencia es total. Total, que en un momento dado, el chamán cogió la maraca y su compañera el tambor, y empezaron a tocar un ritmo y entonar un canto, un tanto monótono que poco a poco me iba sumergiendo en un estado de trance. Los instrumentos fueron pasando de mano en mano y los intérpretes fueron cambiando. Cada uno cantó su canción, algunas eran verdaderos mantras, así que en esos momentos lo mejor era cerrar
los ojos y dejar volar la mente entre imágenes centelleantes. Cuando yo cogí la maraca y me puse a cantar el trance en el que entré fue abrumador, prácticamente me desconecte del mundo conocido y me instalé en un vacío, oscuro, tranquilo, donde la sensación era de ingravidez y en donde resonaba mi voz, la maraca y el tambor y en el que ya no era consciente de que tocaba y cantaba.

    Los momentos siguientes fueron de gran intensidad; paramos de tocar y cantar, y solo se oía el vómito que de vez en cuando echaba alguien. Yo me encontraba en un estado totalmente ido, con momentos en los que me daba la impresión de volar, separarme del cuerpo e irme no sé adonde. No me llegué a ir del todo porque el chamán captó mi atención cuando empezó a echar nopal en las brasas del altar, que previamente había engordado con alguna que otra palada de ascuas sacadas de la hoguera.

    Encendió el segundo tabaquito; no me acuerdo de su significado ceremonial, pero era el tabaquito de comentar la experiencia ya en pleno vuelo, en pleno mogollón. El peyote ya nos había subido considerablemente a todos, y yo seguía sumido en un profundo estado alterado de consciencia, empático, gozando a más no poder. Una cosa que me llamó mucho la atención fue la transformación de sentimientos y sensaciones en imágenes. Por ejemplo: la compañera que tenía a mi lado me puso una mano en el corazón y con la otra me acariciaba suavemente; mientras hacía esto yo notaba una corriente, pero una corriente muy física muy palpable que pasaba de su mano a mi pecho y de mi pecho a su mano; esta situación me provocaba un enorme placer, me transmitía sensualidad, tranquilidad, gozo y un sentimiento de cariño por la persona que me estaba tocando; todo esto se me transformaba en visiones dulces, blandas, placenteras, de nubes que viajaban por el cielo pausadas, de espacios y paisajes abiertos, calmos; estando en estos plácidos lugares noté la mano de mi amigo, que estaba a mi derecha, en mi brazo; entonces mi visión cambió, empecé a ver una figura cilíndrica con un pico en cada extremo, suspendida en una atmósfera ardiente y roja, y todo bañado de lava o hierro fundiéndose, como en unos altos hornos o una fundición de metal; inmediatamente miré a Quique, mi amigo, que tenía la cara llena de sufrimiento, de estarlo pasando realmente mal. Estaba sufriendo consigo mismo y a mi me transmitía fuego -supongo que el fuego que estaba viviendo dentro de si mismo. A todo esto el tabaquito que estaba pululando de mano en mano se terminó y el chamán lo dejó en el altar como ofrenda, y yo ni me enteré. Me hubiera gustado haber fumado, pero
se me pasó la oportunidad. Y yo, puto yonki del tabaco, con unas ganas de fumar enormes. Durante estas ceremonias lo único que se fuma es el tabaquito, y yo que soy un fumador empedernido no tuve ninguna ansiedad durante la ceremonia, aunque se me escapara este tabaquito.

    Otra curiosidad que me ocurrió fue que al mirar a la cara de las personas que participaban, esta se transformaba, primero en caras de viejos y luego se volvían a rejuvenecer. La cara de la compañera que tenía al lado, al quedarme observándola, se transformaba en una cara de anciana, luego cambiaba a una cara felina y por último recuperaba su aspecto normal.

    Hubo momentos en que la seriedad de la ceremonia se rompía en arranques de sarcasmo y risa entre todos los que estabamos allí -excepto mi colega, que lo estaba pasando realmente mal. A ratos la gente se moría de la risa, incluso el chamán se quedó un poco sorprendido, pero al poco se unió también al cachondeo, se tumbó y empezó a frivolizar un poco con nosotros. Insisto, además de las risas seguía gozando y más todavía de ver gozar a los demás. En determinados momentos me congratulaba con el gran peyote que crecía en la maceta que tenía delante de mi, que según el chaman, se llamaba "El abuelo" por ser un ser muy antiguo ( a la ayahuasca se la llama "Abuela" en el gremio de los chamanes ). Casi que se había establecido una comunicación entre él y yo, me despertaba ternura y una corriente muy agradable, así que me puse a acariciarle. En definitiva era el momento del buen rollo entre todos los que estabamos allí, incluido el Abuelo. La atmósfera estaba
llena, por decirlo de alguna forma, de buena energía, excepto mi amigo que estaba con su jalaura de cabeza. A él se le trató muy bien, en ningún momento se le dejo abandonado en su infierno. Mucha gente se volcó en darle cariño y buen rollo, de manera que pasara su mal de la mejor forma posible. La verdad es que me sorprendió la capacidad de recogimiento y protección de todo el grupo y del chamán; no me esperaba esto de una gente desconocida y en un ambiente ritual como este. El chamán inauguró el cuarto tabaquito; tampoco me acuerdo de su significado ritual, pero en vista del grado de locura que había en el grupo, el chamán lo definió como "el tabaquito de la hora en que puede pasar cualquier cosa". Claro está, antes de encenderlo, bendijo el altar y la multitud de objetos que había en el centro de la sala, esparciendo semillas y nopal por las brasas con invocaciones a los espíritus. Increíbles visiones seguían entrando por mis ojos. Mirando el fuego y las brasas, estas se empezaban a hacer plásticas y se contorneaban como si fueran un plástico caliente que pierde dureza y comienza a perder su forma sólida. En fin que con este tabaquito seguía habiendo gozo. Esta
vez sí que cogí el cigarro y me puse a fumar, hablando del placer, del gozo ¡ Soy un puto hedonista !

    En un momento de la noche oí a mi amigo, fuera, en el campo, que estaba vomitando hasta la primera papilla, y salí a hacerle un poco de compañía, por eso de que estaba, él, bastante perjudicado y también para tomar yo un poco el aire. Afuera la noche era acogedora, el viento tan sugerente que parecía que hablaba y aunque hacía mucho frío, tenía tanto calor por dentro que casi no lo notaba. Y allí me encontré a mi amigo y nos quedamos un rato abrazados, respirando un aire limpio, limpio. De paso aprovechamos y nos fumamos un cigarrito de los normales que me supo a gloria, y allí fumando estuvimos un rato. Luego salió otro compañero de ceremonia y el chamán un momento después, que nos trajo una manta para abrigarnos y echó unas ascuas encendidas encima del vómito de mi amigo. La verdad es que me pareció increíble que el chamán, estado colocado de peyote como nosotros, estuvo pendiente de todo y todos y casi no paró en toda la noche de prestar atención y ayuda a quién lo necesitaba. Recogía las bolsas de vómito de todo el mundo y los llevaba al hoyo que habíamos excabado anteriormente para luego, por la mañana, enterrarlos y así enterrar las malas cosas que echó cada uno durante toda la noche.

    Total que ahí, debajo del cielo estrellado, nos dejó el chamán a los tres abrigaditos con la manta; entonces nos fijamos en el árbol que teníamos justo enfrente, el cual parecía llamarnos e intentar comunicarnos algo. Nos acercamos a ese árbol y los tres lo abrazamos a la vez, y así nos quedamos un largo rato sintiendo su buena energía. La verdad es que cualquier planta o bicho que se cruzara por mi camino me producía una empatía enorme. Al final volvimos dentro de la sala a conectarnos otra vez con la ceremonia, pero antes de entrar me empecé a sentir un poco cuervo, total, que entré dando graznidos como un grajo y volando en mi mente como tal. Claro, que el cachondeo de la gente fue total.

    La noche transcurrió tan curiosa y placentera como había sido y después de un tiempo empezó a amanecer. Parecía que con el Alba el efecto bajaba, así que decidí darme una vuelta por el monte... cogí mi abrigo y salí a darme una vuelta. Al salir y ver todo el campo iluminado por la luz de la mañana me quedé fascinado, sobrecogido: los colores eran deslumbrantes, brillantes, muchísimo más de lo que normalmente se ven. Bueno, esto siempre me ha pasado cuando he tomado un enteógeno, pero esta vez me parecía todo mucho más deslumbrante que otras veces. Sentí que el peyote empezaba a subir otra vez. La tierra, concretamente, me sobrecogía mucho, el rojo que tenía era tan intenso que daba la sensación de estar encendida, de caminar sobre ascuas. El fuego, que durante la noche había absorbido buena parte de mi atención como uno de los elementos predominantes de la experiencia, volvía a aparecer. Toda la tierra parecería fuego, fuego con flores, porque todo estaba tapizado
de unas florecillas rosas, refulgentes: era increíble. Así que con cuidado de no quemarme me fui andando entre los almendros hacia una zona de vegetación más frondosa y allí me quede un buen rato, fumando otro cigarrito, hablando de vez en cuando con los seres vegetales que me rodeaban, y de vez en cuando haciendo recuento de lo que había vivido en tan impresionante velada. Me sentía muy cuidado, muy acogido, no se si por mi mismo, por las plantas que me rodeaban, por el peyote o por todo junto; de nuevo me sentía gozar. Me empecé a plantear cuando iba a bajar esto, pues tenía la pinta de durar muchas horas más y en vez de bajar cada vez subía más. Totalmente abrumado volví con mis compañeros(as) y, como yo, ellos también volvían con los ojos abiertos como platos y resoplando de ver lo que estabamos viendo.

    Cuando todos estuvimos juntos comenzamos con la ceremonia del 4º y último tabaquito. De este tabaquito sí que me acuerdo de su significado, tanto del ritual como del real en esta ceremonia. Fue el tabaquito de tomar tierra, de agradecer y recoger todo lo que habíamos vivido en la ceremonia. También fue el tabaquito del lado femenino, tanto de hombres como de mujeres, de las madres, de las compañeras de pareja sentimental, de las hijas y los hijos, de los niños y las niñas y del que pudiera
congratularse con el Mundo, con el Universo. Fue el momento más emotivo de toda la ceremonia. Todas las personas que allí estaban se abrieron de par en par a soltar todos sus sentimientos, todo lo bueno, todo lo malo, a un nivel de abertura que me sorprendió, me sorprendió tanto porque me daba la sensación de no ser capaz de abrirme tanto frente a esa gente, que aunque poco conocida, se lo merecían. Entonces me sentí egoísta, me sentí egoísta por no abrirme de aquella manera yo también,
me sentí egoísta por empezar a acordarme de la gente que quiero, de mi madre, de mi compañera, de mi hermano, de mis amigos y de mucha más gente más que quiero. Y no haberme acordado de todos ellos durante la experiencia, porque, durante este viaje de peyote, lo que más tenía en la mente era el aquí y ahora, la gente que me rodeaba, el verles gozar y el gozar como un perro. En fin los hedonistas pecamos un poco de egoístas, aunque de una cosa sí que estoy seguro: di una parte muy buena de mi a toda esa gente con la que viví la experiencia, a todos los seres que me encontré y en definitiva a ese lugar.

    La ceremonia acabó con un desayuno ritual a base de carne, maíz, tortas de arroz y fruta. Y aunque todos bajamos un poco más a la tierra el efecto siguió y siguió hasta la noche. Me acuerdo que conduciendo hacia Madrid tenía que parar el coche, porque las distancias me cambiaban y pequeñas subidas me llevaban otra vez a lugares nada que ver con la carretera donde estaba. Aun así no vi peligro en ningún momento; alguna estrellita había por ahí que nos protegía. Al día siguiente, ya en el curro, trabajando, tenía una enorme sensación de satisfacción y una gran claridad. "Claridad" fue el propósito que yo buscaba antes de ingerir el peyote. También tenía mucho cansancio físico y psicológico, cansancio que no desapareció hasta el día siguiente.

    Bueno, me quedan muchas cosas aquí dentro, que no he contado, que me las quedo para mi; también algunas cosas que no me acuerdo que se me han ido olvidando, pero creo que la esencia de mi experiencia con el peyote ("Abuelo") queda aquí plasmada. No tengo ni idea de la dosis que ingerí. Lo que sí se es que fue la suficiente como para que la experiencia fuera muy intensa y duradera, más duradera que con cualquier otro en enteógeno que hubiera probado hasta ahora.

    En resumen, fue una experiencia muy positiva y placentera para mí. El Abuelo me trató muy bien, supongo que me lo merecía o que lo tomé en un buen momento. Desde luego que volveré a repetirlo, en su momento, claro.



   Amapolo


      

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