El peso central de los enteógenos en la dinámica cultural (1) |
Dr.
Josep Mª Fericgla |
Como disciplina científica orientada al estudio de las
formas y leyes que rigen los comportamientos culturales de las sociedades humanas, la
Antropología cultural tradicionalmente se ha centrado en la investigación de las
sociedades primitivas o ágrafas. En la actualidad y por diversos motivos, tal
orientación se ha visto dividida hacia objetivos distintos. Observamos como las actuales
Antropologías, en plural, se ocupan de forma prioritaria del estudio y resolución de
problemas de nuestras propias sociedades complejas. También vemos como ha ganado terreno
la orientación antropológica humanista en contra de la positivista, lo cual, por
ejemplo, se ve reflejado desde el punto de vista metodológico en el desarrollo de la
Nueva Etnografía, ya desde los años 80: las culturas deben ser descritas a partir de sus
propios términos y utilizando categorías indígenas de carácter émico, a diferencia
del enfoque tradicional que ponía un énfasis exclusivo en el uso de categorías
abstractas, o étic. Tal taxonomía y enfoque fueron creados por la propia Antropología
y, por ello, a menudo ignoraban los producidos desde cada sociedad. En tercer lugar,
también se observa una decidida vocación hacia la transdisciplinariedad en las
investigaciones antropológicas de vanguardia.
Por otro lado, es frecuente que la
Antropología actual se atomice en el estudio de objetos minúsculos, tales como la
investigación de jardines en tanto que paisajes urbanos, los estudios de campo realizados
en los bares de cualquier barrio de una gran ciudad entendiéndolos como territorios donde
se supone que aparecen microsistemas sociales, o el análisis de las diferentes
preferencias musicales de los estudiantes de una aula universitaria. El resultado final de
todo ello es que, al lado de las dolorosas reflexiones epistemológicas sobre la finalidad
y sentido de la ciencia antropológica, aparece una desmesurada y en apariencia caótica
cantidad de especificidades temáticas que hallamos hoy como pan de cada día en las
publicaciones especializadas: Mi esperanza es que aparezca un nuevo paradigma capaz de
englobar tales especificidades integrándolas en un marco más amplio que dé sentido a
las diversas Antropologías actuales, a menudo demasiado alejadas de la realidad y del
interés social.
Dentro de este marco coyuntural aquí
muy brevemente esbozado, nace la Etnofarmacognosia, neologismo acuñado por el
etnobotánico norteamericano Jonathan Ott, que se ocupa del inmenso campo de estudio
oculto bajo la importancia cognitiva y cultural del uso de enteógenos en las diversas
sociedades primitivas y actuales. La Etnofarmacognosia reúne las principales
características de las tendencias más vanguardistas hacia la integración de diversos
campos científicos, y con ello permite caminar de nuevo por terrenos de investigación
amplios. Se enclava en el gran y actual interés hacia los fenómenos relacionados con la
cognición y la mente en tanto que espacio clave para entender la producción cultural del
ser humano. La Etnofarmacognosia no hubiera podido disfrutar del auge que está
adquiriendo lentamente de no ser per la doble actitud émica y transdisciplinaria de sus
investigadores, ya que los efectos visionarios de los enteógenos tan solo pueden ser
estudiados a fondo con carácter global y sistémico, por medio de la
autoexperimentación. Por otro lado, tales estudios no podrían avanzar si no fuera
intensificando la integración disciplinaria, de aquí que no se trate ya de una rama multi,
sino transdisciplinar.
Al mismo tiempo, la actitud forzosamente
émica de los etnofarmacognólogos ha llevado a comprender y asumir las propias
categorías del pensamiento indígena como probablemente nunca antes en la historia de
nuestra disciplina, ya que los diversos estados y formas de procesar de la consciencia
humana no son ni expresables ni comprensibles más que por medio de las grandes
metáforas, que constituyen uno de los aspectos más sutiles de cada cultura. Ningún
antropólogo investigador puede afirmar que ha analizado una cultura seriamente en tanto
no pueda entender el sentido profundo de las grandes metáforas que el pueblo objeto de
estudio usa para crear su mundo, proyección de su cosmovisión. Esta vicisitud ha
ampliado los propios horizontes de la Antropología cultural al punto de que, eventos
hasta hace poco tiempo considerados inexplicables, han entrado a formar parte de las
especulaciones o de los conocimientos científicos sin que ello supusiera rebajar ninguna
exigencia en el rigor metodológico de la investigación, sino al contrario. En este
sentido, el uso de enteógenos por parte de la inmensa mayoría de pueblos ágrafos y de
sus líderes religiosos, chamanes, creadores inspirados o místicos y el intento de
codificación científica de ello abre unas gigantescas puertas a la investigación de la
mente humana y de su objeto más preciado: la cultura.
Permítanme aclarar el sentido del nuevo
neologismo que estoy utilizando en mi expresión: enteógenos. Este término, que
muchos investigadores ya conocen, fue propuesto en el año 1979 por un pequeño grupo de
científicos formado por los filósofos Carl Ruck y Danne Staples, por el etnomicólogo
Robert Gordon Wasson, y los etnobotánicos Jeremy Bigwood y Jonathan Ott. El término se
está difundiendo de manera rápida entre los especialistas y en la actualidad ya hay
abundante bibliografía donde aparece este neologismo. La etimología de enteógeno deriva
del griego clásico y viene a significar "que genera dios dentro de mí" o más
libremente "dios en de mí". La matriz de este término es theus (dios) y
gen (que genera o despierta), y ya era usado en el mundo helénico para describir
la inspiración poética o profética y para describir el estado de catarsis sagrada
producida por el consumo de plantas psicótropas, práctica que estuvo vigente en la
Grecia clásica durante más de 2000 años. Los griegos iniciados en los sacros misterios
eleusinos, délficos o de Samotracia, eran aquellos que habían pasado por la experiencia
extática superior denominada epopteía, o percepción y experiencia de la
divinidad en el interior, y eran llamados epoptes , que significa "testigo ocular" y a la vez
"vidente que ha alcanzado la más alta iniciación en los misterios sagrados". A
pesar del secretismo mantenido durante más de veinte siglos, hoy se sabe que tal epopteía
o éxtasis sagrado, era conseguida por medio del consumo ritual de hongos enteogénicos
(WASSON, HOFMANN y RUCK, 1980; y WASSON, KRAMRISCH, OTT y RUCK, 1996), y que ello
constituyó el origen del misterio central y ulterior adoptado por los primeros cristianos
en su ceremonia ritual, la Misa (ALLEGRO, 1985); aunque con posterioridad, tal consumo de
embriagantes sagrados fuera cambiado por el de un placebo.
En este sentido pues, el término
"enteógeno", tanto en forma de sustantivo como de adjetivo, viene a substituir
categorías como "alucinógenos" o "psicodislépticos", que con sus
connotaciones negativas de psicosis y alucinación eran de uso científicamente
inadecuado. Nunca fue correcto decir que los chamanes toman "psicodislépticos"
o "alucinógenos"; y tampoco es literal decir que consumen
"narcóticos". En todo caso, sería correcto denominarlo
"estupefacientes" ya que la experiencia extática deja literalmente estupefacto
al sujeto que ha pasado por ella; pero es mejor desechar también tal categoría
lingüística por el contenido hoy asociado a las drogas ilegales.
En este sentido, el uso de substancias
embriagantes concebidas como sacras es virtualmente universal, tanto entre los indígenas
americanos como en el resto del planeta, y tanto en la actualidad como en la más remota
antigüedad. Por ejemplo, en unas investigaciones recientes dirigidas por el arqueólogo
Jordi Joan, de la Universitat de Barcelona, se han descubierto los restos de consumidores
de enteógenos y de cerveza más antiguos de Europa en un poblado íbero de la Edad del
Bronce (yacimientos excavados en Catalunya, comarcas del Alt Empordà y del Segrià). En
otro yacimiento ibérico de muy reciente excavación (en Mas Castellar, municipio de Pons,
Girona), se han hallado los restos de una vasija cuyo análisis químico ha permitido
descubrir que contuvo cerveza y el hongo parásito conocido como Cornezuelo del centeno,
cuyo principal componente psicoactivo es el ácido lisérgico, base de la famosa LSD 25.
También se han hallado partículas de este hongo enteógeno en una de las mandíbulas
humanas halladas en la excavación. Otros descubrimientos recientes realizados entre los
restos del castillo cristiano de Cornellà (en Catalunya), han puesto de relieve que una
pipa allí desenterrada había sido usada para fumar cáñamo; y aún otro hallazgo de los
arqueólogos catalanes ha sido el de un cráneo humano con restos de opio entre los
dientes, en las minas neolíticas de Gavà (comarca del Baix Llobregat, Cataluña.
Aparecido en EL PERIODICO del 30 de noviembre de 1997, pág. 39). Lo mismo podría decirse
respecto del conocido hombre de Similaun, del IV milenio a.C., hallado hace unos pocos
años congelado e intacto en los altos Alpes fronterizos entre Italia y Austria. Entre los
objetos que portaba este hombre prehistórico al morir congelado había hongos
psilocíbicos europeos. Incluso una de las hipótesis barajadas para explicar su muerte
repentina por congelación es la de que habría consumido tales hongos y se había perdido
por los altos cerros alpinos debido a su estado de ebriedad. A raíz de los hongos
visionarios que llevaba y de los múltiples tatuajes azules que exhibía en su cuerpo, se
ha supuesto que se trataba de un chamán local.
Por otro lado, se debe reconocer que el
estudio antropológico de los sistemas de curación de las sociedades ágrafas, de sus
estrategias de toma de decisiones, el análisis de los mecanismos de adaptación, de los
procesos de creación de identidad y de sistemas simbólicos, y el estudio de las
prácticas religiosas que invaden la vida cotidiana de estas sociedades simples, todos
estos distintos ámbitos de la vida humana no son comprensibles en su profundidad si no es
contemplando el consumo de enteógenos como parte esencial de ello.
Para ilustrar alguno de los más
universalmente conocidos usos chamánicos de plantas visionarias se puede citar el consumo
del hongo visionario Amanita muscaria en toda Siberia y en algunos territorios de
la antigua Europa occidental; está también profusamente descrito el uso chamánico
mexicano del teonanácatl, hongos psilocíbicos cuya ebriedad es buscada por
diversos grupos indígenas de Mesoamérica como los mazatecas, etnia a la que pertenecía
la famosa chamán María Sabina que abrió las puertas del conocimiento sobre la vigencia
del uso de enteógenos al mundo actual. Es famoso también el uso pan-amazónico
chamánico y no chamánico de la mixtura enteógena de ayahuasca o yagé, en más de 70
grupos étnicos de la Amazonia -analizado en detalle en alguna de mis obras anteriores y
en referencia a los mecanismos de toma de decisiones y ritos religiosos (FERICGLA, 1994 a;
1997 a). Cabe citar también el uso de rapés inhalados que contienen elevadas cantidades
de triptaminas embriagantes en la zona del Caribe y de la Amazonía (OTT, 1996). No está
menos extendida en todo Sur y Centroamérica la tradición de beber el potentísimo jugo
de las Brugmansia, popularmente conocidas como "floripondio" o
"hierba del diablo", cuya embriaguez puede durar tres o cuatro días. También
ocupa un lugar importante el uso adivinatorio y en diversos rituales de curación de las
semillas de Dondiego de día que sintetizan alcaloides ergolínicos. No se puede olvidar
el uso del péyotl, o cactus del peyote, tan conocido por ser el enteógeno con que
los huicholes -entre otras etnias- realizan su comunión sagrada; en la actualidad, este
pequeño cactus es también el sacramento consumido por los cerca de 500.000 miembros de
la Native American Church y de la Peyote Way Church of God extendida por los
EEUU y Canadá. Finalmente, hay que citar el conocido uso extático del gran cactus San
Pedro -el que guarda las llaves del cielo en la tradición cristiana- en toda cordillera
andina; y tampoco se puede olvidar el tabaco silvestre, considerado por el eminente
antropólogo Johannes Wilbert como el alucinógeno americano por excelencia ya que fue -y
es- consumido por grupos indígenas de todas las latitudes continentales (WILBERT, 1987).
Por otra parte, el uso de vegetales
psicoactivos no es algo exclusivo de los humanos. Existe una creciente evidencia de que
también otros animales usan embriagantes y plantas medicinales. En este sentido, la Asociación
Americana para el Progreso de la Ciencia organizó recientemente unas charlas sobre
zoofarmacognosia donde quedó patente que el consumo de embriagantes es una actividad
normal y ordinaria en los animales (citado por OTT, ibid:30-31).
Así pues, el consumo de enteógenos es
una práctica cuasi universal en el ser humano, en especial entre los pueblos ágrafos, y
tiene un importante peso específico en distintos ámbitos de la cultura, y no
precisamente en ámbitos marginales. A pesar de ello, hasta hace muy pocos años casi no
había ningún antropólogo que se dedicara a la investigación en Etnofarmacognosia. Una
de las excepciones que cabe citar es justamente la de Gerardo Reichel-Dolmatoff,
colombiano de adopción, quien en sus trabajo de campo puso un especial y repetido
énfasis en la importante presencia de narcóticos -como lo denominaba- en ritos y
ceremonias de los tukano y de otros pueblos colombianos2 .
También señaló la importancia cultural de los sueños nocturnos en los sistemas de toma
de decisiones indígenas y, como expondré más adelante, los sueños y la imaginería
mental generada por el consumo de enteógenos tienen un papel equivalente en muchas
sociedades, hasta el punto de que, por ejemplo, entre los shuar ecuatorianos ni tan solo
existen dos palabras distintas para denominar unos y otros episodios visionarios.
Para acabar con este ya largo inicio de
la exposición que sigue, cabe apuntar que desde el punto de vista metodológico, la
Etnofarmacognosia propone una alternativa de orden y sistemática transdisciplinaria y
procesual que permite incrementar la sistematicidad de las variables que concurren en los
distintos fenómenos culturales relacionados con el consumo de embriagantes sagrados, y
con ello obtener un resultado global que ha de permitir explicar los fenómenos de forma
más satisfactoria que hasta la actualidad. Este enfoque situaría mi exposición en el
interés por intentar establecer unas relaciones transdisciplinarias a partir de la
Teoría General de Sistemas (VON BERTALANFFY, 1968; BATESON, 1993)3.
Con mi modesta aportación, intentaré
transmitir la importancia de los enteógenos en los procesos sociales y culturales, tanto
de los pueblos indígenas como de la actualidad occidental multiétnica; pero no quisiera
ser malentendido en el sentido de que no propongo una explicación que pretenda ser la
piedra filosofal para entender las diversas dinámicas y evoluciones culturales, ello es
el sueño imposible de todo científico. Tan solo quiero llamar la atención sobre algo
que hasta ahora se ha menospreciado por una buena parte de la comunidad científica. Me
refiero -insisto- a la enorme importancia cultural y cognitiva de los estados modificados
de consciencia autoinducidos por medio de los embriagantes sagrados, casi todos ellos de
origen vegetal, y el peso que tienen dentro de todo marco cultural y en relación a los
procesos de cambio que tanto interesan hoy.
Hace unos años, poco después de
comenzar mi investigación de campo entre los shuar amazónicos, el grupo más numeroso de
la gran Nación Jíbaro -como lo denomina A. C. Taylor- ingerí por primera vez la pócima
visionaria de la ayahuasca o yagé, y comprendí que cuando los shuar y achuaras ancianos
dicen que no pueden creer seriamente en los mandatos evangélicos de los misioneros por la
simple razón de que ellos, los shuar, sí pueden ver lo que conciben como poderes o
espíritus de la selva, en tanto que los misioneros les obligan a creer en algo que ellos
mismos no han visto y que tampoco ha visto nadie vivo, comprendí en toda su profundidad
la gran importancia cultural implícita relacionada con el consumo de enteógenos en las
sociedades ágrafas, y así mismo me fue también dado comprehender el profundo referente
que ha permitido a los pueblos amerindios mantener su firme identidad durante todos los
siglos de colonización.
Entremos ahora en el análisis esquemático de las relaciones observables que hay entre el efecto de los enteógenos y su peso específico en la cultura. La exposición está ordenada siguiendo capítulos básicos en el análisis antropológico de toda sociedad. Así, expondré la relación que se observa en las sociedades ágrafas entre los enteógenos y:
y acabaré mi exposición con un breve repaso del peso que tiene todo ello en la actualidad indígena y mestiza americana.
II.1.
RELACION ENTRE LOS ENTEÓGENOS Y LAS ESTRATEGIAS
DE SUBSISTENCIA
(EL NICHO ECOLÓGICO)
En primer lugar, hay que realizar una mención al estilo cognitivo de los pueblos
ágrafos y no industrializados. Se trata de una cognición concretista del mundo, en el
sentido de que en tal estilo cognitivo no predominan los modelos abstractos, sino que su
elaboración simbólica pertenece al reino de las imágenes: sigue la lógica de las
imágenes en el sentido kantiano, a lo que corresponde también una organización neuronal
diferencial como se ha puesto de relieve recientemente por parte de neurólogos
(KREMER-MARIETTI, 1993). Así por ejemplo, la conducta de los animales tiene una gran
interés para los indios porque, además de permitirles cazar con éxito, constituye un
modelo plástico de lo que es posible en términos de adaptación exitosa y
lograda. La sabiduría de los chamanes a menudo contiene descripciones detalladas de los
contactos e intercambios de información entre los animales y ellos mismos, y muchos
chamanes pretenden haber adquirido parte de sus conocimientos específicos de animales que
les revelaron las fuentes de algunos alimentos inesperados, la cura para una enfermedad o
algún procedimiento práctico para resolver problemas cotidianos.
A partir de la propia lógica de las
imágenes es relativamente inmediato observar la interrelación entre los múltiples
elementos que configuran la naturaleza y al ser humano dentro de ella, e imprimir un
carácter animista a toda la naturaleza. Así, y como es bien conocido, son multitud los
pueblos indígenas que hablan de los animales, de las plantas e incluso de los mecanismos
artificiales en términos aplicables a los humanos: "el coche fracasa" (cuando
se estropea); "la bombilla tiene el poder de iluminar" o "el grifo sabe dar
agua" son expresiones animistas frecuentes.
El indígena, globalizando, es
consciente de que forma parte de una red compleja de interacciones que incluyen al
universo entero. Por ello, las relaciones entre los seres humanos y el entorno son
formuladas no sólo a nivel ecológico y cognitivo, sino que también constituyen una
relación personal afectiva en la que los animales y las plantas individuales son tratados
con respeto y prudencia (REICHEL-DOLMATOFF, 1983:296). "¿Para qué matar este animal
si hoy no lo necesitas para comer?", se pregunta el shuar amazónico ante la
posibilidad de cazar una presa fácil que tiene delante.
Dentro de esta relación sistémica con
los recursos ecológicos, a veces sucede que el alimento falta, y es en estas situaciones
cuando mejor se pueden observar los recursos culturales que se ponen en marcha para
sobrevivir: si la caza escasea, el ser humano debe plantearse una nueva estrategia
distinta de la utilizada hasta el momento para salir del callejón del hambre. El factor
azar, como después expondré con detalle, es al que se debe recurrir. ¿Cómo sucede en
la práctica? Para poner un ejemplo etnográfico propio del mundo colombiano, citaré el
de los tukano. En esta sociedad, el chamán debe visitar al Señor de los Animales a
través de un trance extático autoinducido por enteógenos, y debe tratar de obtener la
suelta de alguno de sus animales. No obstante, el chamán no solicitará animales
individuales sino rebaños enteros o que el Señor de los Animales propicie una buena
estación de caza. Así, tal espíritu interpretado bajo numerosas personificaciones o
aspectos formales es concebido en tanto que administrador de derechos de los
usufructuarios (ibid, 299), pero dado que los recursos cinegéticos son limitados,
los derechos restrictivos de su uso son instituidos por estos seres espirituales y
corresponde al chamán actuar de mediador. Para ello, el especialista en trances
extáticos debe fijar algunas regulaciones importantes absolutamente pragmáticas, por
ejemplo limitando las especies cazadas o restringiendo el número de personas que puede
salir de cacería, los días adecuados o los lugares permitidos. Y en los casos de
anomalía en el delicado equilibrio del nicho ecológico que incluye al ser humano, la
regulación a aplicar para "sanar el medio" suele decidirse en base a premisas
-o llamémosle "conocimientos revelados"- elaboradas durante los estados
mentales dialógicos, producto del consumo de enteógenos, que son vividos en forma de
revelaciones trascendentes por parte del chamán.
Por otro lado, y en referencia a los
importantes códigos restrictivos que regulan la vida de muchos pueblos indígenas en
estos momentos cruciales -control riguroso del consumo de ciertos alimentos, abstinencia
sexual, aislamiento social-, cabe apuntar que las actividades más comprometidas para la
continuidad de la vida humana son justamente las más protegidas por tales restricciones,
y entre tales eventos vitales solemos hallar la menstruación, el embarazo, el parto, los
períodos de luto, la recolección de hierbas medicinales, la preparación de venenos y
partidas para cazar, y también la elaboración de los enteógenos tradicionales de cada
sociedad.
II.2
RELACIÓN ENTRE LOS ENTEÓGENOS Y LAS RELACIONES DE AYUDA
(CURACIONES)
La mejor forma de definir la acción del chamán es entendiéndola en tanto que relación
de ayuda. Aunque hasta este punto no me he tomado la tarea de definirlo, diré que
entiendo el chamán como el individuo visionario, inspirado y entrenado en decodificar su
imaginería mental que, en nombre de la colectividad a la que sirve y con la ayuda de lo
que concibe como sus espíritus aliados, entra en estados de catarsis profunda sin perder
la consciencia despierta de lo que está percibiendo. Durante la disociación mental
autoinducida, su ego soñador establece relaciones con entidades que el hechicero vivencia
como de carácter inmaterial y puede, hasta cierto punto, modificar el orden del cosmos
invisible de acuerdo con su interés o el de su colectividad (FERICGLA, 1997 b:75;
HULTKRANTZ, 1988:57-67).
Así pues, hay que entender las
relaciones de ayuda en un sentido amplio, tanto a nivel individual en el que la práctica
básica -pero no única- se centra en las curaciones, como a nivel cósmico. A nivel
individual los chamanes son los responsables de reinstaurar el orden que cada pueblo
entiende bajo este complejo y delicado equilibrio que llamamos salud, y no hablo más de
ello ya que existe abundantísima literatura sobre el tema, pero hay también otras formas
de relación de ayuda que podríamos denominar de reajuste vital. Así por ejemplo, los
shuar ecuatorianos creen poder preestablecer acciones de su futuro individual por medio de
las visiones que tienen bajo el efecto de la ayahuasca. No obstante, cuando un sujeto no
tiene las visiones deseables sobre un evento específico, por ejemplo sobre su futuro
matrimonio o sobre una vendetta que pretende organizar para vengar algún afrenta
anterior, acudirá al hechicero para que éste, también en estado de ebriedad, trate de
reordenar el futuro del sujeto de cara a su éxito y mayor eficacia biográficas.
Por otro lado, ya es algo conocido que
muchas etnias indígenas creen que el cosmos está en permanente proceso entrópico de
deterioro. Antes la gente era más sana -dicen-, más fuerte, las huertas producían más
y los brujos eran más poderosos que en el presente. Tal sensación entrópica, de
tendencia hacia el caos y el desorden, en muchos casos no puede ser considerada como una
consecuencia inmediata del presente, en que su relación con el avasallador mundo
industrializado conduce a un fuerte deterioro cultural indígena o a su extinción literal
en los casos más dramáticos, sino que tales creencias sobre el deterioro permanente de
la Naturaleza más bien representan una forma de ser existencial incrustada en su
cosmovisión. Tal vez está relacionado con la observación del crecimiento y decadencia
de todo nicho ecológico (por ejemplo, G. Reichel-Dolmatoff lo explica con claridad en su
extensa obra sobre los tukano; ibid, 305). No obstante, el punto crucial es que
esta idea de desorden creciente siempre va seguida por la acción institucionalizada del
ser humano que, por medio de sus ritos, consigue recrear el mundo y ayuda a restablecer el
orden cósmico adecuado.
Este ciclo continuo de creación,
destrucción y reconstrucción ritualizada puede ser observado en multitud de pueblos
indígenas amerindios, asiáticos, africanos y también en las tradiciones agrícolas
europeas: por ejemplo en el ciclo ritual anual de Navidad y San Juan. Desde luego, y al
margen de otras consideraciones, se trata de un importante mecanismo cultural de
supervivencia social y biológica, y todos estos ritos negantrópicos tienen su epicentro
ceremonial justamente en el consumo de enteógenos y en el reajuste cognitivo por medio
del dialogismo mental que se activa con ello.
Volvamos ahora al aspecto de las
relaciones de ayuda entendidas como curación. Los tres aspectos básicos que hay que
regular inexorablemente para evitar que enferme la vida de toda comunidad humana son:
Estos tres asuntos deben ser meticulosamente regulados si un colectivo
pretende sobrevivir, y en nuestras sociedades occidentales justamente se trata de los tres
magnos problemas que ponen la supervivencia -nuestra y del resto de la humanidad- al borde
del abismo: la sobrepoblación mundial debida a la influencia colonial occidental sobre
las costumbres indígenas de otros pueblos; el agotamiento de los recursos naturales y el
suicida calentamiento de la atmósfera son la consecuencia a la falta de planificación
razonable a este segundo parámetro; y la gran violencia callejera que existe en las
grandes ciudades.
Todo antropólogo que ha hecho
investigación de campo sabe que en la sociedades simples es fácilmente observable cómo
los sujetos son conocedores de que su supervivencia depende de ello y, en consecuencia,
las acciones adaptativas que llevan a cabo para mantener el equilibrio en cada uno por
separado y entre estos tres factores a la vez.
Para controlar tal tríada de asuntos de
peso vital -y no uso aquí este término como exageración literaria-, las sociedades
suelen imponer severas regulaciones a la conducta individual, y cuanto más simple es una
sociedad más rígidas suelen ser las normas restrictivas. En general, se puede afirmar
que la estrategia que tiene cada cultura para hacer respetar estos límites está
estrechamente relacionada con la idea fundamental de enfermedad de haya desarollado. Así,
la enfermedad suele ser concebida como el quebrantamiento de alguna norma cultural básica
y se manifiesta a través de un amplio abanico de señales y síntomas cuya causa se
atribuye a factores externos al propio sujeto, pero es el paciente quien asume la
casuística de la enfermedad por el hecho de haber devenido vulnerable a ella, y esto
tanto se puede aplicar a las enfermedades de los pueblos ágrafos como a los enfermos de
SIDA (por que han llevado una vida mala, dice la creencia popular), o a los cancerosos de
pulmón (si no hubiera fumado, le dirá el médico). Por tanto, el diagnóstico que suele
realizar el brujo y en terapeuta (especialmente el psicoterapeuta) tiene dos aspectos
diferentes: uno se refiere a las quejas del paciente y a los síntomas que ofrece para su
diagnóstico; y el segundo aspecto se refiere a la causa última por la que una persona
concreta se convirtió en víctima de la enfermedad, por qué fue vulnerable a
ella. La forma de saberlo, de nuevo, es a través de los trances que se autoinduce el
chamán con la ayuda de los enteógenos o, a veces, por medio de otras técnicas
visionarias, del análisis de sueños, etc.
Es decir, en el proceso diagnóstico el
chamán está interesado en la enfermedad del paciente pero no en tanto que aspecto
biológico individual, sino más bien como síntoma de un desorden en el flujo vital del
cosmos que le rodea y en el que él está sumergido: reparar la enfermedad es, en cierta
forma, restablecer el orden cosmogónico. Por tanto, para el hechicero es preciso
averiguar correctamente las causas últimas de la enfermedad, identificar con precisión
la cualidad exacta de la relación exacta donde se halla la anomalía para, a
continuación, rehacer el equilibrio cósmico mediante la comunicación con los
espíritus, y para todo ello consume enteógenos. Parafraseando de nuevo a
Reichel-Dolmatoff, podría decirse que un chamán indígena no tiene pacientes
individuales sino que su tarea es curar la disfunción social; y con ello -no hay que
olvidarlo- se convierte en una fuerza muy importante para el control colectivo y para la
gestión de los recursos. Incluso hay casos, como los citados por Reichel-Dolmatoff (ibid,
304) y como los que yo mismo he descrito a partir de mi trabajo de campo (FERICGLA, 1994
b), en que los brujos forzaron pequeños movimientos migratorios al pedir a sus
congéneres que abandonaran las chozas para evitar una epidemia que se aproximaba o la
presencia de espíritus malignos, calamidades ambas que le habían sido reveladas en
sesiones de trances enteogénicos oraculares.
Para acabar con este epígrafe, se puede
afirmar que la mayor parte de las actividades clave de los chamanes -tales como los
rituales de curación, propiciación de lluvias o de cambios climáticos, reafirmación
periódica de alianzas o intercambio de alimentos entre grupos exógamos- pueden ser
contemplados como actos cuya última finalidad es la gestión de los recursos y del
equilibrio social por medio de una relación de ayuda a nivel individual y colectivo, y
todo ello es actuado, inspirado o directamente concebido bajo los efectos de enteógenos.
Dejo de lado las reflexiones que tanto
gustan hoy sobre hipotéticas conexiones entre el inconsciente individual desvelado por la
acción de los enteógenos y el mundo exógeno. No me atrevo a discutir que la excursión
psíquica a provocada por el uso de plantas visionarias pueda estimular algún tipo de
captación no ordinaria del mundo físico exógeno. Por ejemplo, tal vez cabría hablar de
un desarrollo especial de la intuición, capacidad que C.G. Jung ponía al lado de las
sensaciones y de las percepciones físicas en tanto que fuente de información del
entorno. Es cierto también que la física actual ha puesto de relieve que en los mundos
de lo no observable, constituidos por las grandes distancias macrocósmicas y las
interrelaciones submoleculares, no actúan las leyes de la causalidad, de la temporalidad
y de la masa, lo cual deja una puerta abierta a especulaciones científicas imposibles
hace unas décadas. También es cierto que por medio de sus prácticas adivinatorias, los
pueblos indígenas aciertan las predicciones en un índice superior a lo que las leyes del
azar estadístico permitirían prever, pero ello no autoriza -como sucede tan a menudo- a
dar pretendidas explicaciones de carácter científico a fenómenos que rayan la
fantasía: los chamanes también fracasan muchísimas veces en sus prácticas curativas y
los pueblos selváticos sufren muchas enfermedades propias, y ello no hay que olvidarlo.
II.3
RELACIÓN ENTRE LOS ENTEÓGENOS, LA MEMORIA COLECTIVA Y LOS REFERENTES
DE LA IDENTIDAD INDIVIDUAL
En la actualidad, hay dos campos de estudio de la Antropología que tienen especial
relevancia por su interés aplicado a nuestras sociedades multiétnicas: me refiero a los
procesos de creación de identidad y a los mecanismos de adaptación, especialmente
investigados en relación a la inteligencia artificial y a los modernos Sistemas Expertos
computerizados capaces de elaborar parcialmente su propio software, con lo que ya
se habla de neuroinformática y estrategias de adaptación (ÁLVAREZ MUNÁRRIZ,
1994).
En las sociedades ágrafas, la creación
de la identidad individual camina estrechamente ligada a los sistemas simbólicos y a las
estrategias adaptativas grupales. Todo ello constituye una buena parte del contenido de la
memoria colectiva proyectada y formalizada en los mitos. Como ya han señalado diversos
autores, no es infrecuente que la recreación del universo de referentes identitarios
durante los ritos de paso suela ir acompañada del consumo de vegetales o pócimas
embriagantes. Tal y como observamos, incluso en nuestros adolescentes es normal el consumo
regular de alcohol, marihuana y, cada día más, embriagantes sintéticos a pesar de ser
ilegales para unificar el sentimiento de pertenencia a los peer groups, o pandillas
callejeras: en ellas, la búsqueda colectiva de tal ebriedad se convierte en lo que
podríamos denominar un referente de paso. Así, durante las ocasiones ceremoniales, sean
amplias o restringidas al ámbito familiar, cuando el universo y sus componente están
siento cognitivamente actualizados colectivamente en estos actos negantrópicos de
restauración cósmica de que antes hablaba, hay un objetivo que suele adquirir una
importancia capital: la renovación, por medio de los relatos míticos, de las conexiones
con las generaciones pasadas, presentes e incluso, en algunos pueblos, futuras. El acento
del ritual recae sobre la unificación del grupo, sobre la realimentación de la identidad
social, sobre la continuidad de los estrechos lazos de identidad que unen a la sociedad
presente con su pasado, y al mismo tiempo la ceremonia catártica se convierte en el
fundamento del futuro. Los prolongados relatos genealógicos y los diálogos o monólogos
ritualizados, recitados o cantados durante la ceremonia tienen una poderosa función
cohesionante.
En referencia a todo ello, cabe apuntar
en forma de paréntesis que el estilo cognitivo propio de los estados modificados de la
consciencia es de un dialogismo mental como principal fenómeno observable por
medio del arte y autoexperimentable a nivel subjetivo.
El estado cotidiano de nuestra
percepción y de nuestro conocimiento despierto actúa de acuerdo a procesuamientos
dualistas y disyuntivos (o esto o aquello, o ahora o más tarde, o aquí o allá, o Ud. o
yo) que en cierta forma nos individualizan y aíslan del grupo. Cuando en mi trabajo de
campo entre los shuar preguntaba a alguien: "¿qué piensa usted de esto o de
aquello?", la respuesta más habitual que recibía solía ser: "nosotros
pensamos tal cosa o tal otra". De forma parecido a los enteógenos, las prácticas
orientales de meditación, las técnicas antiestrés, los enteógenos y la psicología
analítica tienen justamente como finalidad detener este funcionamiento dualista de
nuestra mente, entrenándola para realizar una integración no conflictiva de elementos
opuestos, y aquí deberíamos remitirnos a la sugerente teoría de los holones, o del
orden sistémico holístico, propuesta por A. Koestler (KOESTLER, 1983: 171 y ss.).
Así, un nivel de consciencia
jerárquicamente superior al conflictivo dualismo disyuntivo cotidiano lo constituye el dialogismo
cognitivo, concepto fundamental en todo lo relacionado con los espíritus,
experiencias extáticas y excursiones psíquicas. Durante los estados mentales dialógicos
nuestra mente habla consigo misma, se auto-observa, reelabora sus contenidos emocionales
recientes y lejanos, y toma consciencia de sí misma. Es el ojo descarnado de que
han hablado metafóricamente desde los griegos hasta los mexicas. A todo ello hay que
añadir el fenómeno de la proyección psicológica: percibir como exógeno aquello que en
principio es endógeno; ver en lo externo aquello que está sucediendo en el mundo
interno. Este fenómeno es el que en antropología clásica fue denominado "la
participación mística del primitivo con su entorno" (LÉVY-BRUHL, 1985), y es una
de las características predominantes en la creación de mundos míticos y simbólicos, y
a la vez es uno de los factores que más pesan en la identidad de los sujetos.
Este hecho es muy importante ya que
también se trata de una función clave para comprender el potencial adaptógeno de tales
formas alternativas de la consciencia. El dialogismo cognitivo es un estado durante el que
los procesos metales actuantes constituyen un deuteroaprendizaje respecto del pensamiento
cotidiano: se piensa sobre el propio pensamiento y se aprende a aprender. De aquí el
fructífero uso de enteógenos en la moderna psicoterapia (entre otros, me refiero a los
trabajos experimentales de psiquiatras como S. Grof, Ch. Grob, R. Yensen, S. Roquet, a la
psicoterapeuta A. Schulgin, etc.).
Puestas así las cosas, está claro que
el chamán oficiante -o el psicoterapeuta occidental- orienta de modo adaptativo las
experiencias que los individuos proyectan sobre el fundamento vívido de las visiones
propias de la ebriedad sagrada (ver FERICGLA, 1994 a). Se ven a sí mismos regresar al
pasado mítico originario, se perciben tomando parte activa en el acto de Creación divina
que es la creación de uno mismo y, en este proceso, la memoria individual entronca formal
y emocionalmente con la memoria colectiva por medio de los enteógenos, de aquí la gran
importancia que tienen en la construcción del patrón identitario de los individuos.
Además de ello y como se ha verificado
en diversas ocasiones (FERICGLA, 1997:43-80), las visiones que llenan el universo del
sujeto embriagado suelen tener una parte de imágenes personales y otra de imágenes
arquetípicas o universales; y hoy no hay la menor duda sobre la existencia de imágenes
universales contenidas genéticamente en nuestro inconsciente, ese contenido formal que ya
fue observado por antropólogos del siglo XIX e inicios del XX, tales como Adolf Bastian,
Hubert y Marcel Mauss, que las denominaron "ideas primordiales", fenómeno que
con posterioridad fue descrito con detalle analítico por C.G. Jung y por diversos de los
padres e investigadores de Antropología Psicológica. Es así como el estado extático
permite al sujeto experimentar y vivir de forma emocionalmente intensa aquellos episodios
que entroncan su vida individual con la colectiva, fortaleciendo los referentes de
identidad hasta niveles que son probablemente insospechados por el occidental medio. Esto,
por ejemplo, permite comprender mejor la, en apariencia, inexplicable solidez y
permanencia de la identidad de los indios americanos si la comparamos con las cambiantes
identidades occidentales: el consumo de enteógenos -sea peyote, ayahuasca, san pedro u
hongos- les permite participar en la construcción de su propio mundo cognitivo,
simbólico y colectivo.
Por otro lado aun, las visiones que se
desvelan a los sujetos de pueblos ágrafos en estado catártico, aunque les confirma la
certitud de su panteón de mitos ya que los perciben cargados de vida y de emoción, son
objeto permanente de discusión y de reajuste de acuerdo a cada experiencia individual. De
aquí, que los mitos son dinámicos y no estáticos. Cualquier antropólogo sabe que si
pretende ofrecer una recopilación de los mitos shuar, aguarunas o quechuas, forzosamente
deberá realizar una recopilación de las múltiples versiones que halla en su camino y
fundirlas en una de unitaria más completa.
II.4
RELACIÓN ENTRE LOS ENTEÓGENOS Y LA TOMA DE DECISIONES INDIVIDUAL Y
GRUPAL
Uno de los ámbitos a los que he otorgado mayor importancia
en mis investigaciones referidas a los aspectos cognitivos y dinámicos de las culturas,
son los mecanismos de toma de decisiones. ¿Cómo hace cada sociedad para tomar
decisiones, tanto a nivel individual como colectivo? ¿Cuál es la racionalidad yacente
que orienta cada decisión? Saltando pasos intermedios y con independencia de quién
decide, podemos aceptar que las determinaciones se toman en base a dos parámetros: los
conocimientos previos sobre aquello que hay que decidir y el azar que menudo determina las
circunstancias que envuelven y condicionan la decisión.
Sin caer es tesis darwinistas simples,
hay que admitir que la evolución biológica tiene una gran necesidad del azar como
mecanismo que asegura la eficacia en las formas de supervivencia. Por ejemplo y para poner
una ilustración elemental, existe una indudable interacción entre los animales que
persiguen los seres humanos y las cacerías que éstos emprenden para atrapar a los
animales, de tal manera que tanto los cazadores como las presas modifican sus decisiones
ante las acciones y las acciones que pueden prever en el otro. En este juego sistémico
existe una ventaja clara para el que es capaz de evitar un modelo fijo de toma de
decisiones y, en definitiva, de conducta. Así, las regularidades que se observan en el
comportamiento del otro proporcionan una base para las respuestas anticipativas del
contrincante; y los animales que sufren una caza continuada acaban aprendiendo la conducta
de los cazadores y están más preparados para un movimiento de huida exitosa ante la
agresión de éstos. Es así como todos los colectivos pueden ser víctimas de sus propios
hábitos. Aplicado a las sociedades cazadoras, por ejemplo, se puede afirmar que el éxito
repetido en la cacería suele conducir al agotamiento de los recursos cinegéticos en un
nicho ecológico determinado (MOORE, 1983:309-317). Es decir, que el éxito repetido corre
el peligro de conducir hacia un fracaso inducido por el propio éxito o dicho de
forma más simple se puede morir de éxito. Este mismo principio debe aplicarse a
la cultura y, en general, a sus mecanismos de adaptación que dependen de las decisiones
tomadas en cada momento.
Nunca debiera olvidarse que a los seres
humanos, como a todos los animales, nos resulta extremadamente difícil evitar los
automatismos en la conducta que acaban en una pauta regular de respuesta. De hecho, las
psicoterapias están basadas en este principio: tratar de cambiar pautas adquiridas que
resultan dolorosas o asociales para el sujeto, a pesar de que éste sea capaz de
percibirlo con claridad y deteste su propia forma de actuar. Como afirmaron en su día
Yule y Kendall, la experiencia ha demostrado que el ser humano es un instrumento muy poco
apto para la realización de una selección al azar (YULE y KENDALL, 1948:337). Es
indudable que una consecuencia de esta necesidad de introducir el azar en la vida como
parámetro de eficacia -y no voy a entrar ahora en la interesante discusión sobre la
existencia de acausalidades y sincronicidades, a pesar de que en absoluto se trata de una
discusión vana, por ello ruego que se acepte aquí el concepto de azar en un sentido
restringido-, ha llevado a los seres humanos de todas las épocas a buscar fórmulas que
actúen en este sentido para ayudar en el proceso de toma de decisiones. Como ejemplo
podemos citar desde la simple pero definitiva adivinación que realizaban los naskapi,
habitantes tradicionales de los bosques de la península del Labrador, por medio la
escapulomancia -técnica que consiste en quemar un omoplato del espécimen animal que
querían cazar- hasta las ceremoniosas consultas regulares de los césares romanos a sus
augures antes de iniciar cada batalla o de tomar cualquier gran decisión.
A partir de la distribución de las
grietas que aparecían en el omoplato incinerado y de los sueños que el cazador había
tenido antes de la práctica mántica, los naskapi decidían la dirección a tomar para
iniciar de cacería. No se debe olvidar que de este "juego" dependía el éxito
en la caza cotidiana, que los naskapi llevaban una existencia precaria agrupados en
pequeños clanes familiares porque el medio no permitía el asentamiento de un número
elevado de personas sin que ello produjera el agotamiento rápido de los nutrientes
extraídos del nicho ecológico y que, por tanto, necesitaban que su sistema de toma de
decisiones fuera lo más eficaz posible.
Tal búsqueda de algún mecanismo que
atrape el azar es algo repetido a lo largo de la historia de la humanidad. Como sabemos,
existen sistemas parecidos al de los naskapi, quemando omoplatos, en Norteamérica, Asia,
India y la vieja Europa. En China se quemaba el caparazón de una tortuga y la
adivinación se llevaba a cabo por medio de las grietas que aparecían: se llegaron a
codificar hasta 25 figuras distintas formadas por las grietas con fines predictivos
(véase PLATH 1862:819-27, citado por MOORE, 1983:309). También en nuestras sociedades
disponemos desde las sofisticadas tablas de números escogidos siguiendo el azar
matemático, hasta la cotidiana tirada de dados. Tampoco es una observación nueva la de
que el arte de las mancias y los juegos de azar son tan semejantes que a menudo el mismo
instrumento pasa de un uso al otro. No obstante, cabe añadir un matiz de gran importancia
que aportaron los matemáticos Neumann y Morgenstern a medidos de siglo (NEUMANN Y
MORGENSTERN, 1947: 143-165). La relación no es, en principio, entre la adivinación y los
juegos de azar, sino entre la adivinación y los juegos de estrategia. Queda fuera de la
intención de esta conferencia tratar la teoría estadística de los juegos de estrategia,
pero sí recojo de ella que a menudo, lo conveniente a primera vista es crítico a
medio plazo ya que a no ser que el azar genere probabilidades nuevas y apropiadas, la
ventaja inicial se puede perder y morir de éxito.
A partir de todo ello, se debe aceptar
que durante los estados modificados de la consciencia se establecen relaciones nuevas
entre los elementos que ya existen en nuestra memoria. Los enteógenos tienen como
capacidad lo que suelo denominar la amplificación emocional: todo el cosmos
adquiere su sentido básico a partir de la relación emocional que establecemos con cada
uno de sus elementos. Se barajan posibilidades sistémicas que los automatismos cognitivos
cotidianos impiden formular. Nuestra menta origina sus contenidos básicos en forma de
imágenes, no de pensamientos abstractos, y es en el nivel en que se mueve tal lógica, la
de las imágenes, donde se debe buscar la salida de tales pautas de pensamiento
habituales.
Tampoco se debe pensar en un uso
permanente de enteógenos por parte de las sociedades ágrafas, ya que ello conduciría al
mismo problema de que he hablado en los párrafos anteriores. Según mis investigaciones
entre los shuar amazónicos, cada sujeto consume ayahuasca con fines decisorios un
promedio de 8 veces a lo largo de su vida. Se trata de un dato estadístico, lo cual
implica que algunas personas consumirán innumerables veces (los chamanes), en tanto que
otras tal vez no lo usarán nunca con estos fines.
III
EL PRESENTE Y EL FUTURO INMEDIATO DEL CONSUMO DE ENTEÓGENOS
Para acabar este texto, permítaseme algunas reflexiones
sobre el presente y el futuro inmediato que preveo respecto del consumo de substancias
embriagantes sagradas en algunas sociedades.
En línea con la multitud de estudios y
filosofías actuales referidas al proceso de mundialización que estamos viviendo, cabe
afirmar que hemos convertido el mundo en un gran supermercado de símbolos. Todo es
comprable y vendible en tanto uno se conforme con la imagen, con la faz simbólica del
asunto. El mundo está a un paso de transformarse en una insólita y tiránica gran
superficie de venta de valores por donde cada uno puede pasearse con su carrito de la
compra y, pagando, puede conjugarlo todo: coger un poco de armonía budista para afrontar
los problemas, una pizca de ideología de izquierdas si se es asalariado (o empresario
¡tanto da!), algo de colorido africano en el vestir o contribuir con alguna ONG para
ayudar a alguien y sentirse así mejor (lo cual no quita que la ayuda sea eficaz respecto
de los receptores de ella). Estamos en camino de construir un mundo donde sólo cuente el
símbolo; la mundialización se basa en comprar y vender imagen, esta es la cuestión
clave. Con lo cual, las vidas de las personas -más en unos continentes y menos en otros-
va convirtiéndose en una suma de "como si fueras". Incluso las minorías
indígenas están aprendiendo la lección del consumo de símbolos y, aunque ya hubieren
adoptado la forma de vestir y de vivir a lo occidental, saben que es preciso actuar como
si fueran indígenas tradicionales para conseguir subvenciones y ayudas al desarrollo, y
llamar la atención de los turistas provenientes de países económicamente ricos. Tal
forma de entender el mundo y de vivir la vida es el más adecuado para los rígidos
sistemas de control de los actuales Estados: en tanto todo se trate de un como si fuera
auténtico, es más simple controlar las sociedades, aceptar formas de vida distintas
(ya que sólo se trata de las formas externas en el vestir, en el peinado o en los lugares
de moda, y lo importante es que hayan lugares de moda donde la gente invierta su dinero),
y cobrar los impuestos que gravan toda forma de consumo de manera cada vez más onerosa.
Los enteógenos, entre otras cosas,
inducen un contacto dialógico con uno mismo, con la propia esencia cognitiva y psíquica,
si se puede hablar en estos términos. Ayudan a la reconstrucción y reajuste del propio
ego, y permiten conocer cuál es el lugar que cada sujeto ocupa en el mundo, proceso
contrario al mercado de símbolos alejados de la experiencia inmediata de la propia
existencia. En realidad, los chamanes indígenas no curan las enfermedades con tanta
eficacia como el romanticismo de muchos occidentales cree ver, pero sin duda se trata de
individuos que conocen cuál es y debe ser su ubicación en la sociedad de que forman
parte y en el cosmos en general, sus deberes y derechos en un sentido profundo. De ahí, y
como se ha observado en multitud de casos etnográficos (ELIADE 1976; 1982; POVEDA, 1997),
la mayor riqueza de que disfruta su vocabulario comparado con el de sus congéneres, su
mejor estado de salud en términos generales y su magnífica capacidad de adaptación a
los cambios contextuales, que a menudo les permite actuar de líderes con eficacia en los
movimientos sociales de sus comunidades. A raíz de ello, me gusta hablar de la función
adaptógena de tales embriagantes tenidos por sagrados en innumerables tradiciones
culturales (FERICGLA, 1994 a); y de ahí también los potenciales terapéuticos que se
están descubriendo por parte de diversos psiquiatras y psicólogos europeos y
norteamericanos. Sin lugar a dudas, los Estados actuales, con su obsesión por unificar y
profundizar los sistemas de control social de lo cual depende su propio mantenimiento -ya
que los actuales sistemas de representación social están en franco declive-, ven en los
enteógenos aquellas substancias que bien usadas podrían originar nuevas formas de
integración de las que, probablemente, los Estados tal y como se construyen hoy
quedarían fuera. De aquí, por ejemplo, la radical prohibición del enteógeno occidental
y moderno por excelencia, la dietilamida del ácido lisérgico 25 o LSD-25. A partir del
consumo generalizado de la LSD-25 en la década de los años 60 en los EEUU, nació un
nuevo patrón cultural (al que se denominó contra-cultura de forma harto
significativa) que dura hasta la actualidad: el arte pop, la música moderna, las formas
en el vestir y peinados, el ambiente lumínico de las discotecas, las nuevas formas de
entender el amor y la sexualidad... todo ello ha tenido una relación indisociable con la
experiencia psicodélica de los años 60. A pesar de las múltiples quejas de los
científicos y terapeutas que estaban usando la LSD-25 con un éxito sin precedentes en
marcos clínicos y desde casi dos décadas antes, a pesar de ello, tal enteógeno fue
radicalmente prohibido (ESCOHOTADO 1989; LEE y SHLAIN, 1994). Obviamente, los beneficios
registrados con el uso de estos milenarios embriagantes no quita que su consumo implique
ciertos peligros bajo ciertas condiciones, y de ahí las normas restrictivas que lo
limitan entre los pueblos ágrafos; pero en último término también cabría proscribir
los coches, el sagrado vino de los cristianos y las aspirinas (cuyo ligero exceso provoca
hemorragias intestinales) por el mismo motivo.
En cuanto al futuro inmediato de su uso,
parece que se perfila en un ámbito lúdico y en dos grandes vertientes más. Por un lado,
la cultura del como si está explotando cada vez más extensamente el turismo chamánico
con el fin de consumir enteógenos en rituales llamésmosles de inspiración chamánica.
En los EE.UU., existen numerosas agencias de viajes que venden a buenos precios tours
por Ecuador, Perú y Brasil en los que se incluye la participación en ceremonias donde se
consumen enteógenos, en especial ayahuasca o yagé, de la mano de brujos contratados para
tal fin. También en Europa existe tal posibilidad lúdica, aunque con mucho menor auge
que los EE.UU. Por otro lado, se observa un renacimiento de la enteogenia religiosa y las
doctrinas daimistas, originarias del Brasil, se están extendiendo por Europa. Aunque se
trate de movimientos minoritarios, la búsqueda del éxtasis religioso por medio de la
ayahuasca, denominada en estas religiones Santo Daime, tiene una gran importancia
antropológica ya que se trata del renacimiento del uso de enteógenos en marcos
religiosos y adaptados a las modernas sociedades industrializadas. Sumando la totalidad de
seguidores oficiales de las iglesias del Santo Daime (de carácter rural y festivo), de la
Uniao do Vegetal (más urbana e intelectualizada), de la iglesia A Barquiña donde existen
los seguidores del Maestro Manuel Arausho y los del Maestro Antonio Geraldo, de la
tendencia de Francisca Gabriel (de acusado carácter religioso-chamánico), y finalmente
los devotos de la línea del Maestro Daniel, sumando a todos los seguidores oficialmente
registrados hay unas quince a diecisiete mil personas; no obstante, el número de
simpatizantes que acuden a sus ceremonias religiosas de forma irregular, tal vez pueda
llegar a sumar unas sesenta o setenta mil personas más. Por otro lado, existen las
religiones cuyo consumo ritual se centra en los efectos extáticos del peyote: la Native
American Church, cuyos miembros se centran en los EE.UU., y la Peyote Way Church of
God extendida por los EE.UU. y Canadá . Tal vez quepa especular con la posibilidad de
que algunos curanderos y ayahuasqueros andinos y amazónicos actuales que trabajan de
forma aislada, amplíen su actividad religiosa y acaben creando y manteniendo grupos más
o menos numerosos de seguidores.
Para acabar, también en el futuro es
previsible que el uso de enteógenos en medios clínicos occidentales crezca y se acabe
abriendo una importante brecha en la proscrita situación actual. En los EE.UU. y en
diversos países europeos, desde hace unos pocos años, que se han otorgado licencias
oficiales para retomar las investigaciones médicas y psiquiátricas sobre la aplicación
terapéutica de enteógenos. En España, por ejemplo, la comisión nacional de ética
acaba de otorgar permiso para la realización de un estudio farmacológico del efecto de
la ayahuasca sobre humanos, lo cual implica el consumo de este enteógeno por parte de
sujetos no experimentados ya que no hay consumidores oficiales de ello (situación que no
puede darse respecto de estudios equivalentes sobre heroína, MDMA, cocaína u otras
substancias ilegales, porque se acusaría a los investigadores de instigar el consumo de
narcóticos prohibidos, por lo que sólo pueden realizarse estudios humanos a partir de
drogadictos declarados y voluntarios). Es cierto que la situación es de experimentación,
legal y rigurosamente controlada, lo cual implica una gran fragilidad legal y no permite
realizar ningún tipo de extrapolación; pero también es cierto que los resultados de
tales trabajos científicos están poniendo de relieve los inmensos potenciales
terapéuticos que pueden derivar de los enteógenos y ello tal vez permitiría pensar en
un uso clínico generalizado en las próximas décadas.
NOTAS DE PIE DE PÁGINA
BIBLIOGRAFÍA CITADA
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personal de J.Mª Fericgla
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Estudio de los E.M.C. |
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